22. Francia

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Cuando finalmente pudimos escapar y regresamos a casa, nos sorprendimos al ver a los chicos com los rostros llenos de harina y con unos delantales cada uno.

Mi madre aprovechaba cada momento para enseñarle a cualquier persona sus técnicas culinarias.

—¿Qué están haciendo? —cuestionó Alonso cuando ambos llegamos a la cocina.

—¡Ya llegaron! —pronunció mi mamá llegando con una charola llena de panquecitos. —Les estaba enseñando a los muchachos a hornear, no es por nada pero se me da muy bien. —miré a Alonso intentando no reír observando a los chicos.

Cada uno intentaba aplanar la masa de galletas y cortarlas pero parecía que tenían dificultades para pasarlas a la charola. Alonso no pudo evitarlo y soltó una pequeña risa.

—Me encantaría probarlos. —mi madre sonrió agradecida y le pasó un pequeño panqué al chico a mi lado quien le agradeció y le dio una mordida. —Están deliciosos, los mejores que he probado. —halagó a mi madre quien solo sonrió agradecida y volvió a la cocina.

—¿Qué tal la pasaron? —cuestionó Paola llegando a la cocina y tomando un panqué.

—Muy bien, gracias. —respondió Alonso y yo sólo asentí, Paola nos miraba sonriente y se puso un delantal para continuar haciendo galletas.

—¿Ya le dijiste lo de Francia? —cuestionó Bryan a Alonso quien asintió como respuesta ya que tenía pan en la boca. —¿Y vas a ir? —preguntó ahora dirigiéndose a mi, a Paola casi se le salen los ojos al escuchar aquello y caminó hasta ponerse a mi lado.

—¿A Francia? ¿A qué irán a Francia? ¡No puedo creer que al fin van a salir del país! —comenzó a festejar dando pequeños saltos, pero los chicos sólo sonrieron.

—No, iremos por nuestros propios medios. Como turistas. —le aclaró Alan sonriendo débilmente.

Paola hizo una mueca y no volvió a comentar nada al respecto.

—¿Escuché algo sobre Francia? —cuestionó mi madre llegando a la cocina con una nueva bandeja pero esta vez llena de galletas.

Alonso volteó a mirarme con una sonrisa y devolvió la mirada a mi mamá.

—Sí, me preguntaba si Emma podría acompañarnos. —dijo dirigiéndose a mi madre quien abrió la boca sorprendida, depositó la bandeja lentamente en la mesa, de quitó los guantes y se sentó en la silla. —No se preocupe por los gastos, yo los cubriré.

—No, no, no. No puedo permitir eso. —dijo comenzando a negar con la cabeza.

—No tiene de qué preocuparse, se lo digo en serio. Lo hago porque... Estoy enamorado de su hija y de verdad me encantaría poder llevarla a Francia conmigo. —no sabía cuán sonrojada estaba hasta que mi hermana comenzó a señalarse su rostro y luego el mío, intente cubrirlo con ambas manos pero al parecer era imposible.

Alonso había dicho que estaba enamorado de mi frente a mi madre, ese es un paso gigantesco.

—Jovencito, qué valentía la suya decir eso frente a su futura suegra. —los chicos rieron y yo sólo volví a cubrir mi rostro.

Esto era muy incómodo.

—Así que solo por ese simple acto de valentía dejaré que vaya, se ve que tienes un hermoso corazón y sé que jamás le harías daño a mi hija. —miré a mi madre separando lo dedos para no descubrirme la cara completamente y vi que me sonreía.

—Le juro que la cuidaré muy bien, también irán los chicos así que tendrá más protección. —en estos momentos me encontraba respirando para intentar olvidar todo lo que había sucedido en tan pocos minutos.

Miré a los chicos que me veían con ternura al igual que Paola así que volví a sonrojarme. Odio sonrojarme.

Bien, supongo que, después de todo, sí iré de viaje con ellos.

(...)

Con el paso del tiempo los chicos se encargaron de ayudarme con todo el papeleo correspondiente para poder salir del país y entrar a otro legalmente. Fue un poco complicado pero finalmente me encontraba aquí, un mes después, esperando el momento en el que llegaran por mi.

—Debes cuidarte muy bien, Emma. Sé que los chicos estarán contigo todo el tiempo pero no sabemos qué pueda ocurrir. —decía mi madre mientras enredaba una bufanda en mi cuello.

—Si tanto te preocupa lo que pueda pasar, ¿por qué me dejaste ir? —ella sonrió y alisó mi bufanda.

—Porque quiero que ya sientes cabeza, estás grande y ya necesitas un novio. Además, ese chico es buen partido para ti. —rodé los ojos y me quité la bufanda causando que mi madre me mirara reprobatoria.

—Espero que no lo digas porque es famoso y tiene dinero. —mi madre ahogó un grito y volvió a enredar la bufanda en mi cuello.

—¡Santo cielo, claro que no! —rodé los ojos y dejé que me arreglara. —Lo digo porque se ve que es un chico muy bueno y con hermosos sentimientos, a mi no me interesa si tiene dinero o no con que te haga feliz es más que suficiente. —le sonreí y ella peinó mi cabello con sus manos.

—No llevaré la bufanda. —le dije después de unos segundos, mi madre rodó los ojos pero aceptó.

Unos minutos más tarde escuché el claxon de un auto afuera de la casa y, casi inmediatamente, mi celular sonó. Lo desbloquee y miré el mensaje que Alonso me había mandado.

»Alonso✨
"Estoy afuera, es hora de irnos :)"

—Ya debo irme. —anuncie a mi madre y a Paola quienes se acercaron a mi.

—Debo admitir que estoy celosa porque pasarás tiempo con mis chicos. Pero también estoy feliz por ti, espero que cuando regreses Alonso ya sea mi cuñado. —le di un golpe en el hombro y volví a abrazarla.

—Cuídate, hija. Recuerda avisarme todo lo que hagas, en dónde estás y si estás bien. —asentí a lo que me dijo y la abracé.

—Las voy a extrañar, cuídense por favor. —les pedí a lo que ellas asintieron, les sonreí y tomé mis maletas para salir de casa.

Cuando abrí la puerta Alonso ya caminaba hacia la casa pero cuando me vio salir corrió a ayudarme con mi equipaje. No cargaba mucho, sólo una simple maleta puesto que Alonso me contó que sólo estaríamos en Francia una semana.

Cuando subió mis cosas a la cajuela se acercó para saludar a mi mamá y, después de intercambiar algunas frases, nos despedimos y nos subimos a su auto. Me despedí por última vez de mi hermana y mi madre con un gesto con la mano hasta que desaparecimos de su vista.

—¿Cómo te sientes? —me cuestionó unos segundos después, solté un suspiro y lo miré sonriendo.

—Emocionada... Y nerviosa. —admití riendo provocando que él también lo hiciera, puso una de sus manos sobre la mía y me dedicó una mirada rápida.

—Me alegra que estes conmigo. —esa pequeña frase me hizo sentir un enorme cosquilleo en el estómago y en todo el cuerpo, no pude hacer nada más que sonreír y desviar la mirada puesto que me sentía sonrojada.

Sin duda alguna será un viaje lleno de emociones y, si tenemos suerte, sin chismes que puedan correr por todo internet.

El Chico del Abrigo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora