Capítulo 11. Si puedo volver a traer sus flores...

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Eiji caminaba con calma en medio de los restos del jardín de la reina Clarisse, la mujer que había sido la madre de Aslan. El joven príncipe se encontraba solo a aquella hora de la mañana debido a que su prometido y su compañero eterno estaban ahora al pie de las montañas de York llevando a cabo una misión con el hechicero de Amberlía, ese hombre enorme cuya sonrisa misteriosa había sido también cálida al dirigirse a Eiji cuando aquella mañana, Max Greenfield se lo había presentado.

—Es cierto que la gente solo puede sentir amor por usted, príncipe de Izumo—había dicho Blanca cuando se presentó ante él—. Tal es la magia de su corazón y de su existencia, y mi persona no es capaz de librarse de su poder...

Aunque el hechicero había sonreído, Eiji se sintió un tanto extraño de que un desconocido hablara de ese modo de él. Sí, era verdad que desde su nacimiento Eiji no había recibido más que amor de todos los que lo rodeaban. El joven príncipe de Izumo había sido amado quizá desde que la reina Yoko lo había concebido en su vientre, trayéndole así alegría a todo su pueblo porque todas las estrellas del cielo habían vaticinado su llegada. Porque él era el príncipe de los dragones quien construiría un mundo nuevo a base de ese amor que habitaba su corazón puro, ese corazón que ahora latía solamente debido al recuerdo de un amor que sentía, un amor que se había hecho quizá más grande después de dormir en los brazos de Aslan la noche entera y que sin embargo, no era capaz de recordar del todo.

Y aquello era frustrante, pensó Eiji mientras sus pasos se detenían justamente en frente de la rosa azul que su magia había creado para el deleite de su príncipe. Las mejillas de Eiji se sonrojaron al recordar el modo en el que aquellas palabras, mi príncipe, habían escapado de sus labios la noche anterior. Eiji ni siquiera había pensado en decirlas, era como si sus labios hubieran estado desesperados por pronunciarlas. No había podido evitarlo como tampoco había podido evitar que sus brazos se aferraran al cuerpo de Aslan con avidez, casi con desesperación mientras éste dormía y el calor de su cuerpo hacía que el corazón del príncipe de Izumo latiera de prisa.

A Eiji le asustaba un poco el hecho de pensar en las miles de sensaciones distintas que la cercanía de Aslan le producía. Porque en aquel abrazo que se había extendido durante toda la noche, la piel del joven príncipe de Izumo había ardido como si se tratara de una de las llamaradas de Yut-Lung. Eiji había sentido un extraño deseo de fundirse con la piel de Aslan, de buscar en la piel blanca de su prometido todas esas respuestas, todas aquellas memorias perdidas que le hacían tanta falta y a las que ansiaba tanto acceder.

Porque también era frustrante sentir que la persona en tus brazos era tu universo entero y no ser capaz de entender la razón. Eiji ansiaba recuperar sus recuerdos porque quizá, de ese modo, podría ser más valiente y podría dar el primer paso porque había otro deseo en su corazón: la noche anterior se había contenido aunque todo su ser le había rogado poder tener un beso del futuro rey de York. La noche anterior, mientras sus manos se perdían una y mil veces en los cabellos dorados de Aslan Jade Callenreese, Eiji había tenido que hacer acopio de todo su auto control para no cometer esa locura que su ser entero clamaba por cometer.

Eiji sintió que sus mejillas se calentana de modo inhumano cuando en su mente volvieron a dibujarse los recuerdos de la noche y en la lejanía, el príncipe de los dragones pudo escuchar dentro de su mente un gruñido enojado de su compañero eterno quien, como le había gritado días atrás, tenía acceso a todos sus pensamientos y Eiji lamentó una vez más no poder poner un filtro en esas ideas tontas que habían hecho que se quedara despierto la noche entera contemplando la perfección del rostro de Aslan, ese rostro amado que invadía cada uno de sus sueños y de sus pensamientos.

Estaba enamorado, claro, de eso no cabía ninguna duda. Eiji sospechaba que su destino era enamorarse una y mil veces de Aslan en todos los universos en los que fuera posible encontrarse. Aquel pensamiento dibujó una sonrisa triste en su rostro porque aunque aquella era una idea hermosa (y vergonzosa porque sus sentimientos eran demasiado intensos) no era suficiente. Eiji tenía que recordar su amor, al menos la mayor parte de él. Eiji deseaba con toda su alma poder recordar cada uno de los días vividos al lado de aquel príncipe que se había despertado aquella mañana entre sus brazos sonriéndole como si en su rostro se encontrara el sol más brillante del universo.

King of my heart.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora