Capítulo 20. Sombras

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El medallón de jade, ese que había estado sobre el pecho desnudo del príncipe Eiji solo minutos antes brillaba ahora entre los dedos de Frederick Arthur quien volaba hacia las montañas de York a lomos de su dragón negro. Nadie había podido detectarlos, ni siquiera el hechicero de Amberlía quien en ese justo instante, estaba dándole la bienvenida a Natasha y al dragón traidor que había roto su lazo con el príncipe de Izumo en el patio principal del palacio de Jade que aquella noche había sido decorado de forma hermosa para recibir en él al nuevo rey del imperio.

Había sido eso, el clamor de la fiesta y el ambiente relajado de todos los habitantes de York quienes creían que el mal había sido derrotado, lo que habían propiciado aquella oportunidad perfecta. En medio de la fiesta, incluso los generales del ejército real se encontraban distraídos, más concentrados en disfrutar de un festejo enorme como aquel después de cinco años de guerra que en detectar posibles amenazas para el rey del imperio. Incluso el sumo sacerdote Griffin Callenreese y el señor Ibe habían estado bromeando la mayor parte del tiempo y haciendo que Max Glenreed, el consejero real, rodara los ojos cada vez que alguno de aquellos dos hombres mencionaba el hecho de que cosas divertidas seguramente estaban pasando en el jardín de las rosas azules para el rey de York y el príncipe de Izumo. En una fiesta como aquella no había lugar para pensamientos fatalitas. En medio de la felicidad, la tristeza o el dolor parecen algo lejano e imposible y la mano derecha del gran conquistador sabía eso con toda certeza.

Y en medio de aquella algarabía, ayudado por la magia maligna de Foxx, había sido que Frederick Arthur se había colado como una sombra en medio de la concurrencia que parecía haberse olvidado que Dino Golzine y su mano derecha habían existido alguna vez. Nadie quería verlo y Arthur se había aprovechado de aquello para llegar al sitio exacto donde los dos hombres más poderosos del imperio habían estado distraídos en su propia fiesta, algo que hizo que el estómago de Arthur se revolviera al contemplar el espectáculo de aquellos dos hombres que sin duda alguna estaban ebrios de amor y de deseo, demasiado perdidos en la piel del otro como para darse cuenta de que una sombra estaba ahí y que aquella sombra había susurrado un conjuro maldito haciendo que la joya que había sido la única vestidura del príncipe de Izumo cuya piel brillaba bajo la luz de la luna, volara hacia sus manos.

Había sido fácil, demasiado sencillo. Arthur podía sentir en sus manos el calor del amor legendario que había mantenido a Eiji Okumura con vida durante casi dos ciclos lunares, ese amor latía ahora entre sus manos lejos del corazón de un príncipe que estaba condenado a morir sin la protección de aquel amuleto, Eiji no sobreviviría ni siquiera una semana más al estar separado de aquella joya que lo había mantenido atado a la vida hasta aquel instante. El príncipe de Izumo estaba condenado a morir, nadie podría salvarlo esta vez y cuando Arthur descendió del lomo de Foxx para posarse en el suelo escarpado de las montañas que marcaban el inicio del reino de York, la mano derecha del gran conquistador esbozó una sonrisa de triunfo saboreando ya el dolor que volvería loco al rey Aslan de York. Se sentía contento, sentía que parte de su venganza había sido ya tomada pero en realidad aquello solo era el inicio de sus planes. Quería más, ansiaba poder y también deseaba disfrutar de toda la miseria que caería encima de aquel príncipe estúpido que lo había derrotado.

Los ojos de Arthur se quedaron fijos en el emblema de la familia real, el leopardo de las nieves tallado en el medallón de jade parecía mirarlo con desprecio pero Arthur desechó la idea con una sonora carcajada que hizo eco en el desierto paraje helado que los rodeaba a él y al dragón oscuro quien se sentía satisfecho también con el resultado de aquella misión.

—Ahora solo tenemos que esperar— dijo Arthur mientras Foxx tomaba su forma humana.

El dragón oscuro era un hombre alto y corpulento cuyo rostro severo podía inspirar temor con el primer vistazo. Su cabello era corto y de un pálido color castaño. Su piel lucía pálida al contraste de la túnica negra que lo cubría y su sonrisa llena de maldad le causó escalofríos a Arthur sin que éste pudiera evitarlo.

—Has hecho un buen trabajo, humano— dijo el dragón estirando la mano hacia el medallón de Jade que emitió una luz ardiente, como una llamarada al entrar en contacto con su piel.

— ¿No puedes tocar la joya?— preguntó Arthur un tanto contrariado.

—Sever debe haber lanzado un hechizo de protección para esta joya, después de todo, el medallón de jade es la prueba de amor más grande que un rey o reina de York puedan regalar a alguien y supongo que un ser maldito no puede tolerar una energía así— dijo el dragón con una mueca despectiva mientras miraba en su mano la marca de fuego que la estúpida joya del príncipe de Izumo había dejado sobre su piel—. De cualquier modo, de poco sirve esa protección ahora ¿no crees? Mientras el príncipe Eiji se revolcaba como una puta cualquiera con su rey, pudimos arrebatarles la esperanza. La edad de las sombras viene en camino, humano y esta vez ninguna profecía absurda podrá detenernos.

— ¿Cuánto tiempo crees que le tome al príncipe morir?— preguntó Arthur con el aire indiferente de quien pregunta cuál será el clima para el día siguiente.

—Tres noches, quizá menos— respondió el dragón con la misma indiferencia—. No hay más dragones además de Yue y de Natasha que puedan prestarle algo de energía al príncipe. Además, el favorito de Auryn rompió su lazo con su compañero eterno, así que el príncipe está más vulnerable que nunca. Y en cuanto a nuestro magnifico rey Aslan, él se volverá loco apenas se dé cuenta de que su amado caerá en un sueño profundo del que nadie podrá despertarlo. Nadie en ese palacio tiene un plan de acción, todos confiaban ciegamente en que el amor de la profecía resolvería todo. Ellos también pecaron de soberbia, humano. El príncipe de los dragones morirá y estoy seguro de que su rey lo seguirá, la locura que le ocasionará el dolor de perder a su amor lo conducirá también a la muerte. Ni siquiera tendremos que iniciar otra guerra ¿no lo notas? Aslan decidió amar y ser destruido y no hay poder que pueda cambiar ese destino para él...

—Tres noches — susurró Arthur con los ojos brillando de anticipación—. He esperado mucho por este momento, Foxx, tres jornadas más son nada. Las sombras vienen, yo las he traído y este es apenas el inicio de nuestro reino de oscuridad.

Foxx le dedicó una sonrisa condescendiente al humano frente a él mientras éste volvía a reír completamente ebrio de victoria y de maldad. Y aunque el dragón oscuro seguía creyendo que aquel humano era un completo lastre, el odio de su corazón era lo que lo mantenía con vida así que, hasta que no pudiera encontrar algo mejor, habría que esperar, solamente esperar para poder poner en marcha otro tipo de planes...

King of my heart.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora