Capítulo 21. Jamás te diré adiós.

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Aslan despertó de forma abrupta mientras el aroma de las flores entraba por su nariz. Su pulso estaba acelerado y un pánico terrible parecía estar corroyendo sus venas. Sus ojos verdes parecían ciegos en medio de la oscuridad que lo recibió al despertar hasta que la luz de la luna que aún entraba a través del techo de cristal del jardín de las rosas azules le permitió poder ubicarse. A su lado, el cuerpo aun desnudo de Eiji estaba muy cerca del suyo pero en vez de sentir el alivio que habría sido lógico sentir en ese instante, Aslan sintió que un escalofrío recorría su cuerpo completo. Porque la piel del príncipe de Izumo, esa piel que había sido cálida entre sus manos solamente unas horas atrás, estaba ahora fría, fría como si toda la vida hubiera sido arrancada de tajo de aquella piel.

—No, no, sólo estoy imaginándolo— susurró Ash sintiendo que toda la somnolencia lo abandonaba de pronto al tiempo que sus manos se posaban sobre uno de los hombros del príncipe—. Eiji, Eiji mi príncipe, despierta, Eiji...

Nada.

El pánico amenazó con hacer que Ash gritara pero el rey de York contuvo el grito que estaba atorado en su garganta. Tenía que calmarse, quizá Eiji estaba demasiado cansado después del día lleno de mil emociones que los dos habían vivido. Quizá aquel frío mortal que había en la piel de Eiji era solamente un reflejo del descenso de temperatura en el mundo exterior, después de todo el aire del otoño que venía desde las montañas siempre era helado. Era eso, tenía que ser eso.

—Eiji, por favor mi amor, por favor despierta— dijo Ash tocando al príncipe de Izumo con suavidad y sintiendo que el mundo comenzaba a desmoronarse a su alrededor cuando sus dedos entraron en contacto una vez más con aquel frío glaciar que se desprendía del cuerpo de su amado.

Eiji no despertó y para ese punto, Aslan sintió que todas las sombras del mundo se metían en su corazón. Aquello no tenía sentido. Eiji tenía que despertar, aquel frío era sólo obra de su imaginación. Eiji tenía que despertar porque hacía apenas unas horas aquel cuerpo había sido una llamarada entre sus brazos. Aslan cerró los ojos y los abrió de nuevo simplemente para comprobar que Eiji seguía dormido. La luz de la luna bañaba su piel como lo había hecho horas antes y se reflejaba en su pecho donde aún había marcas de los labios de Ash por todos lados pero...

—Eiji, tu medallón— susurró Aslan sintiendo que el pánico aumentaba mil veces más—. Eiji, ¿dónde está tu medallón?

Sintiendo que su cuerpo respondía a pesar del pánico, Aslan se levantó y empezó a revolver el reguero de ropas sobre las cuales los dos se habían quedado dormidos después de su encuentro de amor. El rey de York removió una y mil veces los ricos ropajes dorados sin encontrarse con la joya que buscaba y cuya ausencia, en definitiva era la razón de la falta de calor en Eiji. Porque esa joya era lo que había mantenido a Eiji atado a la vida. Porque en aquella joya residía aquel eco de amor que les había permitido a él y al príncipe de los dragones recolectar la mayoría de las memorias de los dos.

Y aunque los dos se amaban ahora quizá más que en el pasado, aunque su amor había estallado en medio del perfume de las rosas de York, Aslan sabía que aun así no era suficiente. Porque el resto de sus memorias estaban todavía en el mundo de las sombras y Ash tenía que enfrentar la muerte para poder recuperarlas pero si Eiji no despertaba, si Eiji no resistía...

—No, no Eiji, no lo permitiré.

Sintiendo que el pánico se trasformaba en franco terror, Aslan buscó el cuello de su príncipe y un poco de alivio lo inundó de pronto cuando se dio cuenta de que había pulso todavía. Eiji estaba ahí con él, Eiji estaba vivo y lo único que el rey de York fue capaz de hacer, fue vestirse a toda prisa y cubrir a Eiji con su pesado manto dorado intentando en vano hacer que el calor regresara al cuerpo de su príncipe.

King of my heart.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora