Capítulo 15. Un amor, una herida y un adiós.

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Yue sentía la magia de Eiji flotando en cada pequeño rincón de aquel lugar que era el jardín que la reina Clarisse Callenreese había cuidado y adorado en vida. A pesar de que las flores azules seguían dormidas debajo de la tierra, Yue sentía el enorme poder que las estaba convocando a la vida una vez más, esa vida que había nacido de los deseos de su príncipe y de la magia que la dragona Natasha había hecho fluir por las venas de Eiji para lograr que las rosas azules de York brotaran una vez más para conmemorar el cumpleaños del futuro monarca del imperio.

El dragón de la piel iridiscente suspiró de forma profunda al pensar en Aslan de York. Había pasado una semana desde que la comitiva que había viajado por todo el imperio había regresado al palacio de Jade. Aquella semana Yue se había sentido atrapado en medio de la locura que el consejero real Max Greenfield provocaba con cada uno de los estúpidos preparativos en los que medio mundo parecía estar inmiscuido porque en tres días más, el príncipe Aslan sería coronado rey y el sumo sacerdote de York había anunciado también que el dios del Norte le había dado ya una fecha para la unión de almas de los dos príncipes de la profecía, esos dos príncipes que parecían estar aún más enamorados ahora después de aquel beso que los dos habían compartido en frente del mar y cuyo resplandor había alcanzado todos los confines del reino.

Había gente que juraba que el mundo se había sacudido cuando los labios de los dos príncipes habían colapsado de nuevo en un beso de amor. Todos en el imperio se contaban los unos a los otros acerca de aquella música que parecía venir del cielo y que había calmado sus almas de un modo fantástico, como si la música aquella que los dos príncipes habían creado fuese un bálsamo para una tierra que por más de cinco años no había conocido otra cosa más que muerte y destrucción.

Y aunque a Yue le hubiese encantado decir que los pueblerinos eran simplemente una multitud de cursis de lo peor, él también había escuchado aquella canción y sabía perfectamente bien de donde venía: aquella era la voz de Auryn quien se había puesto a cantar de alegría al mirar que sus dos elegidos parecían estar a punto de romper el olvido y cumplir por fin la profecía del amor inmortal que protegería al imperio por muchos años.

Sin embargo, el recuerdo de la amenaza que él había mirado en sueños días atrás, no lo dejaba sentirse feliz como todos a su alrededor pero tampoco había sido capaz de contarle a alguien más que no fuera Sing acerca de lo que había mirado. En realidad, Yue estaba intentando convencerse de que nada de lo que había visto en su sueño era cierto. Vamos, aquella semana había tenido que soportar tantas escenas de amor entre Eiji y Aslan que le costaba creer que algo pudiera salir mal entre los dos. Los dioses también se equivocaban y quizá esta vez su sueño de verdad no era más que una pesadilla estúpida.

Porque parecía que los dos príncipes no podían borrar de sus labios una sonrisa soñadora y enamorada que parecía estar en ellos incluso cuando los dos no estaban en la misma habitación. Y cuando los dos estaban juntos, había tanta luz en sus miradas y en sus manos unidas que aquellos quienes se encontraban con ellos de frente tenían que mirar hacia otro lado debido a la intensidad de los sentimientos que se adivinaban en las miradas de los dos.

Yue había tenido que soportar valientemente todos los besos que siguieron después del primero. Besos de buenos días y de buenas noches, porque Aslan era un jodido cursi y al parecer había tomado la nada agradable costumbre de largarse de la habitación de Eiji solamente hasta que el príncipe de Izumo se dormía de forma tranquila tomado de su mano y al día siguiente, el estúpido príncipe de los ojos verdes estaba de nuevo en la habitación de su amado antes de que este abriera los ojos, muriendo en deseos de que los ojos de Eiji lo mirasen a él antes que a ningún otro ser.

En realidad, si no se hubiera tratado de Eiji, Yue se habría burlado de aquel futuro rey que parecía estar caminando entre nubes de algodón todo el maldito día, pero el hecho de saber que el corazón de su compañero eterno estaba también tranquilo y feliz, hacía que el dragón se contuviera. De hecho, le sorprendía un poco el hecho de que su antigua rabia no estuviera en su corazón y que en lugar de ello su alma inmortal pareciera llena de una tristeza profunda que calaba de forma profunda hasta sus huesos. Aquella tristeza era quieta como un lago profundo que debajo de su aparente calma escondía un pozo terrible de dolor que el dragón simplemente no sabía cómo controlar.

King of my heart.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora