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“Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”

Julio Cortázar

IX

—Sinceramente no me importa si justo ahora tenemos o no, negocios pendientes en Nueva York —acentuó con firmeza—. Por el momento mi presencia no es necesaria aquí y podré tener suficiente control desde allá.

—Pero, Albert… —George no estaba tan convencido de aquella idea.

—Solo serán dos semanas —desde el momento en que, horas antes había escuchado la angustia de la enfermera, tomo la decisión—. Estaré de regreso antes de la reunión con la junta directiva.

—Entiendo —era notorio que el patriarca Andrew no cambiaría de decisión; lo mejor era hacer todo lo posible para que regresara en tiempo y forma—. ¿Necesitas que te apoye en algo?

—Solo mantenme al tanto de todo y que me consigan un boleto para el primer tren a Nueva York…

—Te lo haré llegar —aseguro, de antemano sabía que los asuntos familiares solían ser prioridad para los Andrew.

—Gracias, George —salió con la seguridad de que estaba haciendo lo que debía hacer.

Tenía que ir. Era claro que ella le necesitaba y, como siempre; estaría ahí para apoyarla. Así fue que regreso a la mansión a terminar de preparar sus maletas.

x – x – x

—Robert; por favor —la siguiente tarde, el muchacho estaba más que desesperado—. Ya no sé a quién más acudir; mi banco tardará casi tres semanas en darme una respuesta y de la cuenta de Susana no podemos sacar ni un centavo, sino hasta que ella fallezca y llevemos una prueba de defunción; mis ahorros prácticamente se han terminado tan solo en los gastos del otro hospital, el trasladó y el tratamiento que hasta ahora lleva. Por favor; es urgente…

—No me has entendido; Terry —el director lamentaba verlo tan angustiado—. Por ahora no te puedo prestar una cantidad tan grande; ni siquiera juntando lo que podría prestarte por parte de la compañía y de manera personal. Lo que te convendría es buscar a alguien que te presté toda esa cantidad junta o terminarás gastando tu sueldo completo tan solo en el pago de esa deuda.

—Robert… —recargado en el escritorio, no sabía cómo hacerle entender.

—Aun tienes tiempo —no le dejo hablar—. Y si no lo consigues, avísame y veremos en qué forma puedo apoyarte.

Totalmente frustrado salió de la oficina del director. Sabía que ninguno de sus compañeros contaba con una cantidad tan grande y solo conocía a dos familias capaces de facilitarle ese dinero; Los Andrew y Los Grandchester. Pero tomando en cuenta la forma en que termino con Candy; nada le aseguraba que le dieran ese préstamo, además tendría que viajar. Pero los Grandchester vivían aún mas lejos, y lo último que deseaba era volver a tener algo que ver con la realeza.

Cabizbajo y aceptando que no podría hacer absolutamente nada, preparo todo para salir a comer, esperando que se le ocurriera otra idea.

—Terry; espera —le detuvo Karen, cuando estaba por cruzar la salida—. Sin querer escuché un poco de lo que charlaste con Robert —le había esperado en silencio.

Miles de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora