VI

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Como si no fuera suficiente su desgracia, se enamoró.
Óscar Wilde

La soledad es peligrosa: cuando estamos solos mucho tiempo, poblamos nuestro espíritu de fantasmas
Guy de Maupassant

VI

Aquello era terrible, tan terrible que incluso su madre lloraba tras la puerta, deseando regresar el tiempo y nunca haber realizado aquel viaje. Pero no había remedio, la cirugía que le realizaron era necesaria pues su columna vertebral sufría graves afecciones derivadas de una caída accidental ocurrida un par de meses atrás.
En cuanto termino el efecto de la anestesia, el dolor fue realmente intenso para la ex actriz y todo empeoró cuando de manera inconsciente se rasco un poco sobre los vendajes. Los alaridos de la joven se escuchaban hasta el pasillo, aunque una enfermera y el médico llevaban más de cinco minutos tratando de calmarla, y pasaron unos cuantos más hasta que el medicamento surtió efecto, o al menos eso fue lo que creyeron.
—Es indispensable una nueva cirugía —estresado, el médico informo a la madre—. Después tendremos que inmovilizarla por completo.
—¿Es necesario? —pregunto la mujer, angustiada y limpiándose las lágrimas
—Si la dejamos así, el dolor volverá a ser insoportable para ella, pero sí llega a tener otro episodio como este, podría dañarse aun más y gravemente. Debemos tomar en cuenta que la primer cirugía que le practicamos fue cerca de las vértebras cervicales.
—¿Puedo pasar a verla? —pregunto con un hilo de voz, luego de asumir la información.
—Adelante. Mientras tanto pediré que preparen uno de los quirófanos.
—Mamá; ¿Dónde está Terry? —con voz adormilada pregunto por su prometido, mientras la enfermera revisaba el suero y se disponía a prepararla para la nueva intervención—. Quiero verlo…
—Cariño; fuiste tú quien quiso venir aquí para esta cirugía —trataba de contener las lágrimas—. Le inventaste que iríamos a Florida, que te pondrían una prótesis y que estaríamos de vacaciones; ¿Recuerdas? Estamos lejos de Nueva York porque no querías que te viera así…
—Mamá; quiero ver a Terry… —con aquella súplica en los labios, perdió la conciencia gracias a los anestésicos y solo unos minutos más tarde la conducían a un nuevo martirio, aún sin que los médicos sospecharan que ya no había mucho que pudieran hacer por ella.
—¡Maldita la hora en que te enamoraste de aquel hombre! —exclamo sin poderlo evitar; en verdad lo odiaba y culpaba de todo el sufrimiento de su hija.
Sin saber que hacer, la señora Marlowe comenzó a rezar al tiempo en que volvía a sentarse en aquella fría y lúgubre sala de espera, aguardando durante toda la noche por alguna noticia esperanzadora sobre su querida Susy.

x – x – x

Aquel domingo despertó muy temprano, como era su costumbre, a pesar de que por la noche le había costado demasiado conciliar el sueño.
Tomo el desayuno en completo aburrimiento y soledad, pues todos los domingos descansaban las mujeres del servicio y lo que menos deseaba era negarles el día solo porque se sentía sola y era nueva en la ciudad.
Mientras daba un mordisco a su tostada, recordaba el día anterior y lo bien que lo pasó junto con Simon; hasta el momento era su único amigo…
—Mi amigo… —rio al pronunciarlo; aunque le acababa de conocer estaba segura de que así era.
Termino el desayuno con la idea de regresar a Central Park o visitar el Museo de Historia Natural, aprovechando que ahora vivía justo frente a este.
Entre sus ropas busco un vestido adecuado, tomo algo de dinero y salió del edificio rumbo a la entrada del museo.
El recinto era imponente y entusiasmada por todo lo que ahí se exponía, permaneció en el lugar hasta que alguien le anunció que el museo pronto cerraría y motivada por el hambre regreso al penthouse.
—¿Qué haces ahí sentada? Más o menos hora y media después, y luego de haber terminado sus labores en casa, Simon había decidido ir a visitarla y quizá volver a salir, o al menos caminar un rato con la enfermera; pero su sorpresa fue grande al encontrarla fuera del penthouse, sentada en el suelo, a un lado de la puerta.
—Olvide la llave y espero; por si llegan hoy.
—¿Llevas mucho tiempo esperando? —era divertida, no cualquier chica de clase alta se sentaría en el suelo de tal forma.
—Como una eternidad —acepto la mano que él le ofrecía para levantarse—. Pensé que no te vería hasta mañana.
—Tuviste suerte de que viniera.
—¿Si? ¿Por qué? ¿Acaso eres un experto en el extremo arte de abrir cerraduras? Porque, siendo domingo y casi de noche, dudo mucho encontrar un cerrajero.
—No —le hizo reír—. Pero al menos así ya no tendrás que esperar sola —ahora era ella quien sonreía.
—¿Sabes de algún lugar en donde vendan comida? Tengo tanta hambre que me podría comer un dinosaurio…
—Por supuesto —aquello le preocupo un poco, pues no tenía suficiente dinero, el lunes al fin le entregarían lo acordado para los gastos que tuviera con la chica y su sueldo no llegaría sino hasta casi una semana después; estaba en aprietos—. Andando.
—Eres mi héroe —dijo mientras solicitaba el elevador—. Y como agradecimiento; yo invito.
—Candy… —era un gran alivio escuchar eso, pero al menos debía protestar.
—No, no. Por favor acepta —casi le suplico, mientras él solo podía pensar en lo linda que lucía.
—Andando —le ánimo a seguir.
En cuanto el fresco de la calle rozo su piel instintivamente se abrazo a si misma, el acto no pasó desapercibido por el futuro cirujano y como todo un caballero le ofreció el humilde suéter que llevaba, el cual, por cierto, era el mejor que poseía.
—¿Qué clase de comida te apetece? —pregunto, esperando que ella no eligiera algo muy formal y notará sus modales nada refinados.
—No lo sé. Lo que sea. Una pizza quizá; en Chicago había un lugar al que me encantaba ir a comerlas junto con Albert, Archie y Annie —nunca imagino una sugerencia así, pero gracias a ese comentario algo se le ocurrió.
—¿Has probado las hamburguesas?
—No. Pero es una fantástica idea —entusiasmada volvió a aceptar su brazo mientras le conducía a su próxima cena.
—Espero que no te importe caminar. La noche es agradable y no iremos muy lejos de aquí...

Miles de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora