XXIII

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XXIII

Sin atreverse a abrir los ojos, aquella joven pudo reconocer su voz, a pesar de que ese par hablaba en murmullos. Era claro que estaban seguros de que dormía y quizá por eso ella tampoco hizo un solo movimiento.

—¿Qué hace él aquí? —aun bajo los efectos de lo que haya sido que le dieron como calmante, se alegraba tanto como le intrigaba su presencia.

Lo peor era que, aunque ya estaban afuera de su alcoba, todavía podía escucharlos murmurando, aunque ya no entendía bien todo lo que charlaban.

Permaneció sola por varios minutos después de que dejara de escucharles. Algo le decía que Karen se había marchado y sin duda, esperaba que Terry se hubiera retirado con ella; pero no creía que le hubieran dejado sola, confiando en que Laura se encargaría de todo. Aunque estaba segura de que se mantendría al pendiente; realmente, ella nunca abandonaba su profesionalismo.

—Ni siquiera me llama Candy —se respondió sola—. Para ella siempre soy la señorita Andrew.

No es que la idea de quedarse sola con la mucama, no le agradaba; pero justo en ese instante necesitaba a alguien más cercano.

Aún bastante agotada, agobiada y deseando no pensar más en todo aquello que acontecía, se cubrió bien con la frazada que le habían puesto encima y se quedó dormida por un par de horas.

Cuando al fin despertó, la obscuridad que en su recámara reinaba le pareció abrumadora. Seguramente Laura se había encargado de apagar la lámpara y confiada en que le habían dejado sola, se levantó.

A tientas, busco su camisón, se cambió y suspiro antes de vestir la bata. Se puso en pie y guiándose por la orilla de la cama, se dispuso a buscar la puerta.

—¿Qué sucede? —le sorprendió aquella voz, áspera al despertar de improviso—. ¿Estás bien?

—Sí —no estaba segura de que decirle y termino siendo honesta—. Solo voy al baño…

—¿Necesitas que te acompañe? —en aquella oscuridad, ni siquiera estaba segura de donde se encontraba el actor, pero suponía saberlo.

—¡No! —¿cómo se le ocurría preguntar algo así?—. ¡Por supuesto que no! No tengo que ir muy lejos… —aquella pieza a la que iba, estaba dentro de su recámara.

Abrió, encendió la iluminación y mientras cerraba la puerta, alcanzó a ver como la luz de aquél cubículo alumbraba y cegaba al muchacho por completo. Entonces, antes de cualquier otra cosa, sonrió burlándose de él, aunque en seguida se reprendió, tanto porque estaba de luto como porque cayó en cuenta de que quizá le había visto cambiarse.

Sin tardar más de 5 minutos volvió a salir, encendió la lámpara que mantenía al lado, en la mesita de noche, y se sentó a la orilla de su cama.

—¿Estás mejor? —le pregunto aún desde el pequeño sillón en que se había acomodado, pretendía ser discreto y no incomodarle.

—Sí… —suspiro la rubia—. Supongo que sí…

—Si necesitas algo, cualquier cosa, no dudes en pedírmelo.

Candy volvió a levantarse y ante la mirada curiosa del actor se dirigió hasta la cómoda situada justo detrás de él, se sirvió un poco de agua, la bebió y volvió a suspirar mientras él no le quitaba la vista de encima. Aparentemente indecisa, regreso un par de pasos hasta el ventanal y se escabullo entre las cortinas.

Miles de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora