XVII

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XVII

La mañana le sorprendió con un hermoso amanecer y un terrible dolor en el cuello, ocasionado por la mala postura al dormir.

Al rededor de las nueve, el tren se detuvo en la estación de alguna ciudad cualquiera, posiblemente antes de Cleveland, donde no solo subirían más pasajeros, sino que también tendrían que esperar alrededor de una hora al cambio de vías. La mayoría de personas bajo con la intensión de estirar las piernas, entre todos, Candy.

-¡Que bello día! -bajo de un salto, sintiéndose como una niña, amando aquella sensación y sin importarle mucho las miradas de la gente.

Tenía pensado comprar unas frutas, golosinas, o lo que fuera que encontrará y se le antojara. Luego de adquirir manzanas y peras, pasó frente a una pastelería donde se detuvo por algunas galletas. Quizá, esa misma tarde, al llegar a Lakewood, tendría la oportunidad de comprar algún presente para sus madres.

-¿Supiste lo que paso? -escucho platicar a otras clientes, mientras le atendían-. Susana Marlowe murió. Lo escuché ayer en la radio -la joven enfermera quedó en shock al oir aquello.

-Terry debe estar destrozado... -ella también pensaba lo mismo.

-Mañana será el sepelio.

-Señorita. ¿Señorita? -la vendedora intento llamar la atención de Candy-. Señorita; aquí tiene su pedido.

-¡Oh! Sí -comenzó a sentirse avergonzada-. Gracias. Aquí tiene -quiso pagar.

-En caja, por favor. ¿Quién sigue?

Salió de esa tienda, aún muy confundida y, por instinto, lo primero que se le ocurrió fue regresar a la estación.

¿Qué debía hacer?

Varias ideas cruzaron por su mente; comenzando por regresar a Nueva York, enviarle solo una carta, o simplemente no hacer nada, pero no se animaba por ninguna de estas opciones.

Llego a la estación justo cuando el tren anunciaba su pronta partida, y solo se detuvo en el puesto de periódicos, para comprar un ejemplar.

Todas las personas que antes habían bajado, se apresuraban en volver a abordar, mientras ella aún no lograba decidir.

Si regresaba, podría mostrarle su apoyo incondicional y podría demostrarle que ella seguía queriéndome igual que antes; pero, por otro lado, la prensa estaría ahí y lo más probable era que le reconocieran como a la heredera de William A. Andrew; aquello no le importaba tanto por sí misma, sino por Albert y por el apoyo que le había dado respecto a sus estudios, y también por Terry, solo por tratar de evitarle cualquier clase de escándalo.

Finalmente lo decidió. Subió al tren a último momento, fue hasta su asiento y abrió el periódico buscando las páginas que hacían referencia a esa terrible noticia. Entonces lo supo, finalmente comprendió la razón por la cual nunca llegó a la cita de aquel día.

Con un profundo suspiro trato de controlar sus emociones. Tenía que comunicarse con él de algún modo, o al menos enviarle un telegrama; pero ni siquiera conocía su dirección, solo sabía cómo llegar. Sin más remedio, tendría que esperar.

-Terry... -por más esfuerzo que hizo, no pudo reprimir aquel sentimiento.

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Miles de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora