III

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—¿Harvard?

—Sí —estaba entusiasmado—. También es una buena opción. Es una de las universidades más prestigiosas.

—No lo dudo —respondió Candy, dudosa y consciente de que la recomendación era porque Archie estaba estudiando ahí y porque la familia tenía un convenio con dicha universidad—. Pero justo hoy envié mi solicitud para Columbia… —mintió.

—Entiendo —medito por un momento—. Nunca imaginé que actuarias tan rápido —aún ni siquiera iniciaba febrero.

—Tengo que adelantarme si es que quiero que me tomen en cuenta. Ya sabes; como mujer aún a veces resulta complicado. Especialmente en Columbia.

—En eso tienes toda la razón —ambos guardaron silencio por un instante, meditando, cada uno, en diferentes cosas—. Estoy seguro de que te aceptarán pero si aún así necesitas ayuda; no descartes Harvard.

—Tengo confianza en que no será necesario. Además en Harvard sería más complicado ingresar —su interlocutor ignoro aquel comentario.

—Te aseguro que te extrañaré —sin saberlo, hizo sonreír a la enfermera.

—Yo te extraño cada vez que tienes que salir de viaje.

—Basta —tras el auricular, escucho la risa del empresario—. Un día de estos terminaré por creérmelo.

—Ojala regresen pronto. Los extraño mucho a todos.

—Al menos puedes charlar con Annie.

—Acompaño a sus padres a la campiña de no sé qué… —suspiro—. Regresara unos días después que tú. Así que no me queda de otra más que seguir esperando.

—Hare lo que pueda por regresar cuanto antes.

—Tampoco quiero que te estreses por mi culpa. Sea como sea, el trabajo me mantiene ocupada.

—Descansa, pequeña. Quizá mañana tienes que madrugar y yo sigo entreteniéndote. ¿Qué hora es allá?

—Casi la una y media.

—Descansa. Te volveré a llamar cuando tenga un tiempo libre. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. Linda noche.

A través del auricular ya no se escuchaba absolutamente nada, aún así, sin entender por qué, seguía sosteniéndolo junto a su oreja, como si todavía esperara a oír algo más. Un par de minutos después reaccionó; tenía que apresurarse y enviar la dichosa solicitud, a más tardar antes de que terminara esa semana.

—Linda noche —suspiro dejando la bocina en el aparato telefónico—. Linda noche —repitió, pensando en cierto joven inglés.

Candy permaneció sentada en el suelo, sin saber exactamente que hacer, como si esperara una nueva llamada pero realmente estaba reprimiendo el deseo de volver a tomar la bocina y pedir a la operadora una nueva comunicación; sin embargo, lamentablemente ese no era un buen horario como para telefonear a alguien simplemente porque se sentía sola y mucho menos se atrevería a pedir que le conectaran a Nueva York con aquel a quien más extrañaba y que habría deseado poder felicitar; porque tan sólo, desde casi un par de horas antes, había comenzado su cumpleaños.

Miles de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora