XXXVI

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Mi vida también fue una mancha

negra en un lienzo en blanco,

pero entonces alguien me llevo al museo

y me llamo arte.

Quizá solo se trate de encontrar

a quien te sigue mirando

cuando tú cierras los ojos.

Elvira Sastre

XXXVI

—Hasta que al fin se deja ver la señorita Andrew —ironizo y alardeó—. Perdón; la Señora Grandchester.

—No te atrevas…

—Terry —le interrumpió, cuando pretendía defenderla—; gracias. Solo déjame decir algo —el rubio los miraba con diversión, pero eso no duraría—. Si has venido a pelear, a ofendernos y con el deseo de que se haga tu voluntad —hablo con calma—; te pido amablemente, que te vayas y no importunes a la persona que es dueña de esta casa y que amablemente nos ha dado asilo —era clara—. Si tu deseo por discutir es tan grande que necesitas exteriorizarlo, con gusto aceptaré que me des una cita en tu apretada agenda, como dije antes, siempre y cuando no causes molestias, ni metas en problemas a la dueña.

—¿La dueña? —comenzó a pensar en su siguiente movida.

—Sí —ambos chicos respondieron, luego Candy hizo un gesto con el que pedía la discreción de su pareja.

—¿Acaso ella es la que manda? —trato de burlarse, pero nuevamente la rubia evitó que el conflicto creciera.

—Por otro lado, sí has venido con otras intenciones, te pido, amablemente y con todo el cariño y respeto que te guardamos, incluso, sin prestar atención a los comentarios ofensivos que has hecho; que nos acompañes a cenar…

Ninguno esperaba un comentario como ese y que, definitivamente, había dejado al rubio sin defensa alguna, mientras Terry meditaba en las palabras de su amada. Ciertamente, ella nunca había hablado mal o hecho comentarios ofensivos ni despectivos sobre el empresario; ni siquiera cuando canceló su cuenta.

—Iré a pedir que pongan otro lugar… —Terry recordó a Archie y la plática respecto a que se suponía que en ese momento iba rumbo a Inglaterra.

Luego desapareció por el pasillo, dispuesto a aprovechar para poner sobre aviso al elegante.

—¿Y bien? —tardo esperando una respuesta que no llegaba

—Olvidaba que siempre has sido así —musito, levantándose—. Amable; incluso con aquellos que siempre te han tratado mal —tomo su abrigo, dispuesto a irse.

—Albert; por favor —le detuvo—. Quédate. Estoy seguro de que será mejor que cenar solo.

Terry volvió a aparecer, se recargo en la pared, de acuerdo con aquello de que la pecosa siempre había sido amable con los demás.

—Ya solo te estamos esperando. Pero por favor, decídete, antes de que se enfríe la cena.

—Gracias —el empresario sonrió—. Pero esto no significa que no hablaremos en otro momento —Candy río con ese comentario.

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