XXVII

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El tiempo es muy lento para los que esperan,muy rápido para los que temen,muy largo para los que sufren,muy corto para los que gozan;pero para los que aman,el tiempo es eternidad.
William Shakespeare

XXVII

El comienzo del año 1919, justo cuando comenzaba a creer que, sin importar nada debió haberse ido con Candy, cambio la rutina del actor gracias a que Eleonor enfermo. Preocupados, nadie en la propiedad de la actriz deseaba acercarse a sus aposentos, lo cual le demostró a Terry el terror que muchos sentían ante la posibilidad de contraer la infección; incluso dentro de la casa, esa misma tarde, todos excepto él, llevaban aquel ridículo cubre bocas. El médico llegó por la noche, temiendo lo peor, pero respirando con alivio, en cuanto le examinó y respondió algunas preguntas.

—Solo es un resfriado —afirmo, para alivio suyo y del inglés—. Necesita reposo y muchos líquidos. También le recetare algo, en caso de que vuelva a tener fiebre y para las molestias que presente —escribió la nota médica y de su maletín saco los medicamentos prescritos—. Contáctame, si es que llega a presentar síntomas más graves o sigue con malestar, después de siete días.

Esa misma noche, en cuanto se marchó el médico, Terry tomo las riendas de la casa y reunió al personal; después de todo, desde ese momento se mudaría a dicha propiedad.

—La señora no se ha contagiado de la influenza; así que, a consecuencia de sus actos y el claro temor, me veo en la necesidad de esto —hizo una ligera pausa—. Si alguien desea marcharse, este es el momento para que lo haga. De lo contrario. No dudaré en echar de la propiedad a todo aquel que decida quedarse, para después pasearse por la casa con cubre bocas, sobre todo, frente a la señora.

Nadie hizo un solo movimiento, pues, en aquella época tan difícil todos temían de igual forma a la idea de contagiarse y también a quedar desempleados, viéndose obligados a buscar trabajo en otro lugar para terminar arriesgándose aún más.

En aquel pesado ambiente, se veía obligado a permanecer; limitándose solo a escuchar que en la radio, desde que se habían ido no sé decía una sola noticia sobre Candy o los Andrew, a excepción de cierta tarde, cuando se anunció el fallecimiento de Elroy por causas naturales y días después, el de la señora Sara Leegan que siguió el mismo destino; y sin embargo, una y otra vez se oían decenas de otros obituarios. Por alguna razón siempre se alegraba, pues, aquello significaba que la rubia estaba bien.

Su cumpleaños llegó con la misma monotonía que había celebrado la navidad y el año nuevo, además del alivio de ver que Eleonor se recuperó en tiempo y forma.

—Lamento que no hayamos podido tener más que este pequeño pastel quemado —dijo la actriz, al lado de su hijo e inclinándose para dejar su platito, casi lleno, en la mesa de centro de su estancia, luego de comer el primer bocado, notar el sabor y ver la tristeza que la faz de su hijo delataba—. Debí haber dejado que Lou lo hiciera.

—No te preocupes —le dedicó una media sonrisa—. Lo que me gusta de este pastel es justo eso; que tú lo hiciste —tomo otra cucharada.

—Basta ya de comer ese pastel. Te hará daño.

—No te preocupes. Me está gustando.

—Terry; he estado pensando en todo este caos que la gripe a ocasionado, llenando de temor a todo el mundo. —se atrevió a decir—. Pero, sobre todo, me doy cuenta de que, en realidad no tienes miedo de contagiarte… —el castaño creyó saber hacia donde iba—. Me preguntaba; ¿por qué?

Miles de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora