XVI

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XVI

Mientras aguardaba al ascensor, ella estaba segura de que aquella noche había sido un completo desastre. Ya solo esperaba poder tomar un baño caliente, meterse a la cama y tratar de dormir procurando no llorar; pero el verle ahí lo cambio todo.

Nunca imaginó encontrarse con la visita de Simon. Él era un buen chico, lo sabía perfectamente bien. Desde que llegó a la ciudad había estado siempre con y para ella; incluso entonces la cubrió con su suéter, sin pedir explicaciones, sin pensar en nada más que en su bienestar y sin importarle si tendría algo más con que cubrirse del frío y la fuerte lluvia.

Era agradable volver a tener a alguien que le cuidara, alguien que no pertenecía a la familia y se interesaba por ella.

—Gracias —le dijo, antes de abrir la puerta, habiéndose resistido a abrazarle durante todo aquel momento.

—Lo mejor será que tomes un baño caliente. Esperare —aquello era una promesa.

La doncella fue eficaz al preparar el baño y veinte minutos más tarde, la rubia volvía para atender a su visitante.

—¿Tienes tiempo para cenar? —era atenta.

—Solo un poco —ya no contaba con demasiado tiempo pero desde el almuerzo no había tomado bocado alguno y deseaba probar las hamburguesas que había comprado aunque probablemente ya estaban frías; estaba hambriento.

—Me alegré al verte aquí…

Con esa simple frase iniciaron una amena charla en la que sólo tocaron temas en común.

Para cuanto la cena termino y Simon anuncio su partida, el hueco que minutos antes había tomado forma en el corazón de Candy era algo que ya no importaba.

—Llévate este paraguas —aquel simple gesto, animo al futuro médico, quien durante la cena se había acobardado—. Ya no llueve igual que hace rato, pero nunca se sabe.

—Gracias —jugueteo un poco con la manija de la sombrilla, mientras meditaba en las palabras que había decidido pronunciar—. Candy, yo… —aquello era más difícil de lo que esperaba.

—¿Qué sucede? —le sonreía con soltura.

—Yo… me preguntaba…

—Aún no estoy segura de cuando regresaré… —creyó que esa era su duda.

—Ya me lo habías comentado… —sonrió con frustración.

Comenzaba a dudar de si mismo, de su propia convicción, de lo que ella podría sentir por él; pero también comenzó a sentirse terrible por haber pensado mal de ella, sin siquiera encararla.

—Lamento mucho haberme desaparecido así.

—No te preocupes. Lo que importa es que estás aquí. Entiendo lo ocupado que debes estar.

—Quiero ser honesto contigo —aquella disculpa le resultaba más sencilla que la declaración planeada—. El sábado yo escuché… escuché algo que tal vez no debí escuchar.

—¿Sí? —deseaba preguntar qué es lo que había escuchado y confirmar lo que comenzaba a sospechar.

—Pensé muchas cosas respecto a ti… —notó la mirada certera de la chica—. Discúlpame. Debí hablar contigo cuanto antes, en lugar de desaparecerme así como así. Pero me sentí tan molesto e indignado que use el pretexto de mis nuevos horarios, para…

Miles de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora