XIX

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XIX

Cuando Candy cerro la puerta de aquel departamento, estaba segura de que él iría tras ella. Bajo con prisa la primer y la segunda serie de escaleras antes de voltear hacia arriba para darse cuenta de que se había equivocado al suponer aquello. Suspiro y con calma bajo los últimos escalones, se detuvo frente a la puerta y volteó una vez más. Él no daría un solo paso para alcanzarla.

Salió de aquel edificio y caminó con rumbo a la estación de trenes; no estaba tan lejos, por lo que pensó que aquella caminata podría ayudarle a despejar la mente.

Al llegar a la taquilla se informó sobre las próximas salidas. Estaba segura de que aquello no era suerte, simplemente había llegado a tiempo, ya que en menos de media hora, a medio día, volvería a partir en otro tren que le llevaría de vuelta con sus madres, a quienes tanto necesitaba.

Abordo con prisa, busco algún camarote que estuviera vacío y se recostó en el asiento; estaba cansada y con el cuerpo tremendamente adolorido, pero no tanto como su corazón. Fue ahí, justo después de que el tren comenzará su marcha y luego de que el botones revisara su boleto, que no pudo hacer otra cosa más que desahogarse y llorar desconsoladamente, hasta quedarse dormida.

Despertó muy temprano, más repuesta, pero consiente de que era un completo desastre. Busco su cepillo y, al menos, hizo lo posible por peinar su cabello.

Con una clara tristeza miro por la ventana, aún faltaban algunos minutos para que saliera el sol, suspiro con profundidad y, sin poderlo evitar, recordó la noche anterior. Cuando al fin, él se había adueñado de ella y creyó haber visto un profundo amor en la mirada de Terry. La había llenado de caricias y besos, y entre tanta euforia, le había jurado amor eterno; y luego, antes del amanecer, había vuelto a repetir aquel juramento y todas aquellas palabras de amor.

Una sonrisa apareció en su rostro, acompañada de una especie de pujido burlón. Vaya que había sido muy ingenua e inocente, vaya que se había dejado llevar. Comenzó a sentir que un nuevo nudo se formaba en su garganta, junto con un par de lágrimas que irritaron su mirada; pero parpadeo, haciendo lo posible para tratar de contener aquella emoción.

¿Con qué cara se mostraría ante la Señorita Pony y la hermana María?

¿Cómo podría admitir que había perdido su virtud?

¿Cómo podría contarles que había sido justo con él, aquel que una vez conocieron?

¿Con qué cara se mostraría ante Dios?

¿Cuál seria la penitencia por el pecado que había cometido?

¿Cómo podría seguir siendo un ejemplo para los niños del hogar?

Trato de contener el llanto, a pesar de las traviesas lágrimas que habían logrado escapar de entre sus párpados, acaricio su garganta en busca de aminorar aquel nudo que sentía y luego bajo la mano, tan solo lo suficiente para buscar el medallón que la señorita Pony le había dado, anhelando, al menos, una migaja de consuelo y fuerza; pero no había nada ahí.

—Terry… —de pronto lo recordó, lo había olvidado en su departamento y lo mejor era darlo por perdido…

x – x – x

Aquella mañana, luego de todo un día perdido; había dirigido sus pasos hasta la biblioteca que estaba justo frente a su edificio. No sabía exactamente lo que buscaba, pero sabía lo que necesitaba y con apoyo del bibliotecario encontró la orientación necesaria.

Miles de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora