XXXIV

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Veo a Dios en tus ojos,

en tus dedos lo huelo,

lo saboreo en tu sudor,

cada vez que me acerco lo toco

y lo encuentro en tu cueva:

doy la luz.

Tú eres una Diosa,

pero tu único milagro, cariño,

soy yo.

Elvira Sastre

XXXIV

—¿Cómo luzco? —su actitud era incitadora, después de todo, había quedado demasiado inquieta, después de la forma en que minutos antes le había acariciado.

—Como una diosa pecosa —sonrió y le ofreció la mano derecha, como un gesto para que se le acercará, ella aceptó de inmediato y pronto se vio envuelta en otro abrazo, seguido de un demandante beso.

—¿A donde iremos? —pregunto en la primer oportunidad que tuvo, mientras que el deseaba aventarla a la cama y reafirmar todo lo que aún sentía por ella, incluyendo la rabia que le había ocasionado.

—A Cartier —carraspeo y la libero de sus brazos—. Andando, debemos llegar antes de que cierren —en ese instante aquello era primordial, estaba seguro de tener el resto de la vida para estar con ella de cuántas formas se les ocurrieran.

—Candy; ese vestido te queda perfecto —al pie de la escalera, estaba Eleonor despidiendo a sus visitantes y de inmediato reconoció su vestuario—. Solo requiere un par de ajustes, pero luego nos encargaremos de eso —regreso su atención a las visitas.

La joven pareja fue directamente a Cartier, donde Candy hizo uso de su apellido “Andrew” para hacerse pasar por la propietaria de aquella joya.

—Esto es mucho dinero… —casi dos horas después, la rubia no podía creer la cantidad que marcaba el cheque que acaba de recibir.

—Sí, incluso yo pensé que nos pagarían menos, por esa pieza —seria buena idea decirle que deseaba que ella no perdiera su oportunidad de ir a la universidad y por eso quiso vender la joya en ese momento? Por otro lado, también lo necesitaba en caso de cualquier tipo de urgencia.

—¿Qué piensas hacer con este dinero? —pregunto—. Albert siempre dice que lo mejor, es invertir y que así el dinero siempre se multiplica —era una buena idea—. Aunque también podemos guardarlo bajo el colchón y usarlo para emergencias —le gustaba ese “podemos”, que ella dijo sin darse cuenta.

—Como sea, a esta hora no podemos cambiarlo, así que iremos mañana temprano. ¿Te parece? Por ahora, vayamos a dejarlo, no quiero andar por la calle con tanto dinero.

Para cuándo regresaron, Eleonor estaba sola, revisando algunos documentos en el lobby e inevitablemente los vio llegar.

—Ellie, espero que no te moleste…

—Esta bien querido; le queda mucho mejor que a mí. Conservarlo, querida.

—Gracias —Terry corrió a su alcoba, dejando el cheque bien escondido y regreso casi de inmediato.

Miles de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora