XXII

533 70 10
                                    

XXII

Sin nada mejor que hacer, Candy meditaba en su próximo regreso a Chicago, con la familia. El Halloween había terminado un par de semanas antes, la Navidad estaba próxima y aquel último mes había sido realmente angustiante; el único motivo de alegría durante toda esa obscura época, había sido la noticia respecto al final de la guerra y que Albert se había encargado de que instalarán una línea telefónica en el Hogar de Pony; al menos así podía estar al tanto de lo que sucedía con los niños y con sus madres.

A pesar de todo, salir del penthouse se había convertido en su última opción. La administración del residencial se encargó de instalar un sistema para la desinfección de todo aquel que ingresara al edificio, sin importar si era residente, empleado o visitante. Aquel proceso no era nada agradable y era por ello que, sumado con las imposiciones precautorias que había instalado el gobierno, hacía lo posible por permanecer siempre en casa.

Además; por ley se habían cerrado todos los lugares en los que no se ofrecieran servicios básicos. Cines, teatros, bibliotecas, escuelas, parques; no tenía sentido salir y no había ni un solo lugar a donde ir de paseo.

—Disculpe —la doncella entro a la recamara, luego de que se le aceptara a entrar—. La señorita Kleiss ha venido a visitarle.

Aquella tarde, Laura le interrumpió mientras la rubia no tenía nada mejor que hacer que volver a leer alguno de sus libros favoritos.

—Gracias. En seguida voy. Por favor; prepara un poco de té y algunas pastas.

La joven rubia espero hasta que la mucama se marchara, dejo su libro sobre su mesita de noche y luego de estirarse, salió para encontrarse con Karen.

Después del martirio que la actriz debió haber pasado durante la desinfección, lo mínimo que podía hacer era pasar una agradable tarde entre amigas, además su visita era como un respiro entre tanta monotonía y estaba segura de que tendrían bastantes temas de conversación.

—¡Karen! —con entusiasmo se acercó para abrazarla, pero al notar sus intenciones, la actriz le detuvo.

—Fue horrible… —declaro con dificultad—. Créeme, Candy; de haber sabido que pasaría por algo así, no habría venido.

—Lo sé —realmente entendía la molestia de la chica—. Varias veces he pasado por lo mismo.

—¿En serio? —la castaña creyó que ese procedimiento era solo para la gente ajena al inmueble.

—Por eso prefiero no salir más que para lo que sea estrictamente necesario.

—Entiendo… —estaba segura de que, de estar en su lugar, ella también preferiría permanecer en casa—. Todo sea por permanecer a salvó…

—Cierto —suspiro—. Dios mediante; todo acabará pronto —murmuro, esperado que él le escuchará a pesar de los pecados que había cometido en el pasado y que aún no se atrevía a confesarle a nadie—. Si lo deseas, pediré que te preparen el baño y laven tu ropa.

—Estoy bien —tentada por aceptar, declinó al pensar en lo que vestiría para poder regresar a su casa.

Tratando de mantener una charla más amena, rápidamente cambiaron el tema y tal como lo había imaginado, Karen tenía bastantes cosas que contarle; por supuesto, era notoria la forma en que procuraba no mencionar a Terry y, claro, la rubia lo agradecía. No había duda, en esta nueva etapa de su vida, Candy estaba feliz de que la actriz fuera su amiga y a su vez a esta le agradaba tener una amiga que no estuviera involucrada en el negocio del espectáculo.

Miles de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora