XXXVII

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Ella no es mía,

tampoco soy suyo,

lo nuestro es temporal,

somos un préstamo voluntario

de momentos inolvidables

que quizás podrían durar toda la vida.

Mario Benedetti

XXXVII

Por la mañana, le pareció extraño el encontrarse sola. Sin embargo, se estiro, vistió su bata y fue a preparar el baño, para en seguida alistar la ropa que se pondría.

—Que bueno que ya despertaste —cuando estaba por regresar al baño, Terry entro a la habitación.

—Sí —se acercó a él y le dio un fugaz beso—. Voy a tomar un baño.

—¿Te importa si te acompaño?

—Sabes que me encanta cuando te bañas conmigo —musito, guiñándole el ojo y sin esperarle.

Sabiendo que pronto le acompañaría, se metió en la tina, se estiro y acomodó para disfrutar del agua caliente, hasta que escucho que ponían el pestillo y confirmo de quién se trataba.

Observo a su marido mientras él se desvestía y se acomodó, para darle espacio.

—De no ser porque ya todos están despiertos… —musito, haciéndola sonreír.

—Sí. Yo pensé lo mismo.

—Ayer nos entregaron el bono de Navidad y lo primero que se me vino a la mente, fue aprovechar el día e ir a buscar un departamento. Con el bono y lo que aún tenemos de la gargantilla, estoy seguro de que podemos pagar, al menos, el enganche de un lugar pequeño.

—Lamento mucho no poder ayudarte. Tal vez, el próximo año, tenga más suerte y pueda conseguir empleo.

—No te preocupes por eso. Deberías dejar el tema, al menos hasta que termine el invierno —lo que menos deseaba, era verla por la calle, en medio de una tormenta de nieve o una fuerte ventisca, solo por seguir buscando trabajo.

—También deberíamos ir para “hablar” con Albert —se acercó a él y comenzó a tallarle—. Ya sé que estamos tranquilos, pero creo que la intención cuenta…

Después del baño, luego de vestirse y mientras la rubia se peinaba, dentro de la mochila que se había llevado el día anterior; Terry buscaba el cheque del bono, pero también encontró la cajita del anillo que le había dado Eleonor. Llevaba semanas pensando en entregarle ese anillo a Candy, incluso por eso había iniciado aquella plática de la noche anterior, referente al tema.

Con un suspiro, abrió el estuche y admiro la belleza y discreción de aquella joya; eso, junto con la historia, es lo que más le había gustado de dicha pieza. Con calma volteo y noto que Candy aún no terminaba, volvió a acomodar todo, excepto el contenedor del anillo y el cheque, el cual llevo hasta su mesita de noche y guardo entre las páginas de un libro, mientras que al anillo lo acomodo al fondo de su cajón.

¿Qué palabras debía usar para decir aquello que deseaba decir?

Ya tendría tiempo, pues, mientras lo guardaba en su cajón, se le ocurrió que sería buena idea entregárselo cuando al fin tuvieran un departamento propio y su vida en pareja fuera solo entre ellos.

Miles de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora