Contigo tengo el alma enamorada

4.4K 202 18
                                    

Al entrar, Encarna tenía los ojos cerrados, continuaba con sus goteros, su máquina del corazón pitando como debía ser y demás artilugios que le habían colocado, era lo que nunca quiso ser, pero estaba viva, y en eso pensaba Alba cuando se sentó a su lado, cuando la miró, cuando sonrió, cuando cerró los ojos y recordó como lloraron ambas abrazadas con la muerte de su hermano, recordó las horas y horas que Encarna lloró sin poder hablar, sin poder decir ni hacer nada que no fuera dejarse arrastrar por aquella inmensa pena que había sido perder a su hijo. Un hijo débil, como ella tantas veces justificó y como innumerables veces trató de sacar sin éxito adelante, ¡cuánto daño le había hecho ir al mercado de la droga a buscarlo y encontrarlo echado en el suelo, a su hijo!, ¡cuánto aquel corazón que se había detenido y que Natalia lo había vuelto hacer andar, había sufrido con aquella maldita droga que le arrebato al ser que llevo en sus entrañas!, ¡cuánto sufrimiento en México cuando veía que no podía sacar a su hija adelante!, pero aquello se había acabado se decía Alba, a partir de ese momento lucharía porque la vida de Encarna fuera como debería ser, tranquila y sosegada al máximo, con su nieta, con su hija y rezaba que con Natalia a su lado. Natalia. Aquel nombre le hizo erizarse, ¡cuánto la amaba!, ¡cuánto!. Fue entonces cuando vio como su madre abría los ojos lentamente, no le dijo nada, Alba no pudo decir nada, ni murmurar un mamá que se le ahogaba en la garganta, que necesitaba toda la marina para sacarlo a flote, un mamá que se le fue deshaciendo hasta llegar clavado a su corazón, se apoyó sobre su hombro llorando, se apoyó en su madre, en esa madre que le había enseñado a luchar, a sonreír, a perdonar, a olvidar, a esa madre que había tratado de darle una vida repleta de cosas buenas, y que sin embargo, la tuvo cuando todo era malo más que en cualquier otro momento de sus días y sus noches. Aquella madre que había acogido a su hijo y su nuera drogadictos, que le habían robado dinero, que le habían llegado a pegar por robarle, pero que ella aguantó y se encargó de pagar un entierro digno por aquella nuera que al parir se le fue la vida, aunque la vida se le había marchado como a su hermano desde el primer momento que la droga entró en sus venas. Y fue su madre, quien cogió a la niña y dijo con su voz firme y segura, ¡es mi nieta y no me la quita nadie!, y fue su madre quien aún sin poder perdonar a Natalia le hizo ver lo mejor de ella, fue su madre quien enfrentó la verdad, quien sin entender nada de aquel mundo donde su hija entraba, tan solo le pidió a aquella otra mujer, que la hiciera feliz, y era egoísta, muy egoísta pero ese egoísmo materno le había dado la felicidad que tenía en aquel momento, sí, así era su madre, aquella mujer que yacía en una cama y que tenía una segunda oportunidad, una oportunidad para saborear la vida lo que siempre mereció, ser feliz

A: Mamá...
En: Te dije que no me abrieran como un saco de patatas (parecía que protestaba Encarna con su voz ronca y carraspeando de vez en cuando)
A: No hables (sonrió)
En: Y no me han abierto como uno, me han abierto como dos (tosió al sonreír y Alba le apretó la mano con fuerza transmitiéndole su amor de hija) Pero te lo agradezco... tan solo por verte sonreír... vale la pena mi vida...
A: Te quiero
En: Lo sé (una lágrima resbaló por su mejilla)
A: Venga mamá o no me dejaran estar aquí
En: Tranquila hija que ahora... soy como el Alonso ese... llevo válvulas de primera

Y así era su madre, cuando peor estaban las cosas, siempre sacaba una sonrisa para ella, siempre estaba para poner una caricia sobre su mejilla, y ahora aquel tacto en su piel, una piel que la noche anterior había sido entregada a quien era el amor de su vida, en ese momento la caricia de su madre, la llenaba de calma y seguridad, tenerla ahí, nuevamente ahí, sabía que era esa raíz que la enganchaba a la tierra, esa raíz que le daba vida desde su alma y necesitó abrazarla nuevamente y besarla mientras Encarna recordaba las palabras que había dejado Natalia en su despertar amargo volviéndolo sereno y repleto de emoción

N: ¿Sabe una cosa Encarna?, me gustaría ser como Alba, tiene un corazón y una sensibilidad tan grande, que la admiro, tiene suerte de tenerla a usted, y usted a ella, y yo he tenido la suerte de encontrarla en mi vida, de encontrarlas a las dos, ya verá como todo va a ir bien... le prometo que por mi parte trataré de hacer lo que prometí, hacerla feliz no pienso volver a fallar Encarna, no voy a fallar

En el aireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora