CAPÍTULO 40

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I

Oliver y Edward han tomado el control del castillo; Rufus y Macoa están de su lado, le he dado a mi peón libertad de escoger un bando

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Oliver y Edward han tomado el control del castillo; Rufus y Macoa están de su lado, le he dado a mi peón libertad de escoger un bando.

En tan solo unas horas, su pequeño motín obtiene el apoyo de los sirvientes y de numerosos guardias. Pocos son los que se oponen al asesinato del rey, un puñado prefiere mantenerse al margen en caso de que la rebelión falle.

Marjorie ha optado por quedarse junto a su madre, sospecha que Sophronia no vivirá lo suficiente como para ver el resultado de la disputa. Y la reina, aunque débil, está preocupada. Teme por la vida de su hijo y, muy en el fondo, le duele pensar que su esposo podría morir. A pesar del daño y del temor, ella siempre lo ha amado; en su corazón se esconden los cortejos iniciales, los primeros besos y las noches en las que se amaron bajo la luz de la luna.

El príncipe y su hermano mayor están en una de las escaleras, ni ellos ni sus aliados llevan máscaras. Ese es su primer signo de disidencia.

Con sus espadas en alto, acorralan a la única personas —además de mí— que conoce el escondite del rey. El filo de sus armas roza el cuello del hombre, uno a cada lado.

La mano de Edward tiembla un poco, nunca ha matado. Oliver, en cambio, tiene experiencia en la materia. Durante sus viajes se ha visto en la necesidad de defenderse, de tomar la vida de otros para proteger la propia.

—Dinos dónde está mi padre. De lo contrario, tu cabeza rodará por estas escaleras —amenaza el príncipe.

—Yo... —el militar duda. Sabe que, si dice la verdad y el rey vence a los traidores, su cabeza rodará de todas formas por la traición.

—¡Habla de una vez! —grita Sirara, presiona el metal de su espada contra la piel del hombre—. Habla o morirás. ¿Por qué protegerías a un tirano? ¿No ha matado el rey a tu hermano? —suelta con odio; confía en que eso ayudará a convencerlo.

El general traga saliva, incómodo. Piensa en la carta de pésame que recibió el año anterior, en la ejecución de su único familiar a causa de una falsa denuncia. Cierra los ojos, no quiere hablar. Pero tampoco desea morir, es un cobarde. Si sigue vivo todavía es solo porque siempre le huye al peligro; nunca le ha importado sacrificar a sus hombres para salvarse a sí mismo.

—En las segundas mazmorras —susurra—. En la habitación del rey, hay una escalera detrás del tapiz lateral. Lleva a una torre interna que no tiene otro acceso. Allí, hay cuatro celdas de máxima seguridad. Tres están vacías, la más espaciosa es la del rey. La puerta azul —admite—. Permítanme vivir y serviré al nuevo monarca por el resto de mis días.

Edward sonríe, aliviado. Oliver duda de la veracidad de las palabras del hombre, pero asiente.

—Macoa, átalo —pide el trovador. Se nota a simple vista que tiene más capacidades como líder que el heredero.

Condenar a Dorian Gray (RESUBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora