Capítulo I: Paciencia.

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Era pleno diciembre, la nieve cubría las calles de blanco y el frío calaba los huesos de aquellos que tomó desprevenidos. Sin duda era uno de esos días en que solo los valientes salían a la calle.

...

Dos jóvenes caminaban en direcciones opuestas del camino, dejando huellas que durarían tan solo unos segundos antes de ser reemplazadas. No era para menos cuando se trataba de una de las calles más concurridas de la gran ciudad.

Uno de ellos solo iba donde sus pies lo llevaban, volviéndose la excepción a la regla. No tenía un verdadero motivo para estar allá afuera.

El otro buscaba escapar de su realidad de cualquier forma que le fuese posible y hasta esos momentos lo había conseguido.

Fue un choque repentino el que derribó al primero y cabreó al segundo.

- ¿¡Qué te pasa imbécil!? ¿¡Acaso no ves a dónde vas!? - bramó sin demora el segundo mientras su campo visual se centraba en la única persona que tenía delante, un castaño que lo había devuelto a esa mierda de vida real.

Sabía ese chico no tenía la culpa, pero necesitaba alguien con quien descargarse y resultó siendo el desafortunado.

- ¿Qué? Eres tú el idiota que no se fija a dónde va - respondió el otro al instante, incrédulo. ¿Acaso ni siquiera iba a disculparse? ¡Fue su culpa!

Las palabras del contrario lo sorprendieron al punto de sacarlo de contexto por varios segundos. Esa no era el tipo de respuesta que acostumbraba recibir.

Mientras él se perdía en sus pensamientos el otro aprovechó, sin duda, cada segundo.

- Maldito imbécil ¿Por qué no mejor le jodes el día a otro? - continuó - ¿No ves que es jodida nieve y tierra? ¡Ni siquiera sabes donde mierda iba! ¡Por tu maldita culpa podría estar perdiendo mi oportunidad de trabajo o quizás qué! ¡Pero a ti te da igual! Ni siquiera te disculpas - venía una palabra tras la otra, mientras se arreglaba la ropa, quitando la sucia nieve que comenzaba a derretirse en ellas.

Hasta ese momento ni siquiera se había molestado en fijarse a quién le hablaba, hasta que, ya de pie y erguido, miró hacia delante. Se topó con una chaqueta azul en vez del rostro que con una actitud como esa su imaginación fijaba de un hombre desgraciado en todos los sentidos de la palabra.

Alzó la vista aún con el coraje encima, se topó primero con una piel más blanca que la suya, delgados labios, una nariz recta que terminaba en un ceño fruncido arruinando lo único que a primera vista podía rescatar como atractivo en esa persona, unos ojos azules. Todo eso formaba un conjunto de rasgos que no alcanzaban a ser toscos. Lo único que no notó fue su cabello oculto por una capucha.

Okey, al parecer no era tan desgraciado en todos los sentidos.

- ¿Mi culpa? ¡Tú fuiste el maldito que se atravesó en el camino! - se inclinó amenazante, con la mirada fija en esos ojos café cacao que parecían haberse mezclado con un toque de leche y caramelo.

- ¡Estás demente! ¿Y qué me miras tanto? ¿Acaso tengo monos en la cara? - una pausa mínima - ¿o sabes qué...? mejor ahórrate la respuesta, no me interesa seguir perdiendo el tiempo contigo.

Cuando el castaño se dio vuelta, como si su persona realmente fuera de tan poca importancia, el ojiazul no pudo evitar sonreír. Varias maldiciones atrás, de alguna forma, había logrado captar su atención.

No tenía idea del por qué o cómo ese chico había logrado cambiar su rabia a diversión, más aún teniendo en cuenta las respuestas del contrario junto con el contexto, además de ser aparente que la intención del chico estaba a millas de distancia de buscar brindarle algún tipo de agrado al de ojos azules.

MamihlapimatapeiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora