EN EDICIÓN LENTA.
[Libro #4 de la saga "About Werewolves and Witches"]
NOTA: por favor, lee la tercera sección del libro Steredith antes de empezar con este.
Preparándose para su último año de preparatoria, las únicas preocupaciones de la manad...
Sigo a Isaac por el tranquilo corredor del segundo piso mientras mi fuero interno repasa el resumen de los eventos de esta agitada noche, especialmente la parte en que Theo me reveló su maquiavélico plan. O al menos gran parte de este. Pero por más que le doy vueltas a sus palabras, no consigo encontrar algo que me diga qué fue lo que le pasó a Lydia; él nunca insinuó siquiera que alguien más, a parte de mi papá, necesitara ser salvado. Aunque claro está, no iba a contarme todo lo que planeaba hacer con nosotros.
—Es aquí —indica Isaac, deteniéndose en seco y señalando con el dedo la puerta entreabierta que se halla a menos de un metro de donde estamos parados.
Desde aquí puedo ver a la señora Martin sentada a la orilla de la cama en la que su hija descansa. Me aclaro la garganta.
—¿Qué esperas para entrar? —le pregunto al rubio por lo bajo.
Isaac inhala profundo antes de empezar a caminar hacia el interior del cuarto, sin embargo vuelve a detenerse en cuanto se halla a tan solo un par de pasos de la camilla de la pelirroja. Y sé por qué lo hace, comprendo a la perfección lo que está sintiendo justo en estos momentos porque yo siento lo mismo. La impotencia que te golpea cada nervio es abrumadora y desagradable, no poder hacer nada para ayudar a la chica que amas es lo peor que puede pasarte.
Súbitamente, la señora Martin se gira hacia nosotros y, cuando pienso que va a permitirnos preguntar cuál es el diagnostico que los médicos le dieron, se pone de pie y nos dedica una mirada fulminante, lo cual me confunde pues es como si estuviera viendo a su peor enemigo.
—No, no. Ustedes no van a entrar aquí —suelta entre dientes, dando pequeños pasos hacia nosotros que la alejan de la camilla y me permite ver a su hija, quien luce ida, perdida, ajena a todo lo que sucede a su alrededor—. ¡Salgan! —exclama, señalando la puerta con ímpetu.
—Espere, creo que sé quién hizo esto —le digo cuando de repente una horrible pero razonable idea llega a mí—. Solo necesitamos ver la parte trasera de su cuello.
La expresión de la señora Martin se endurece todavía más y yo sigo sin comprender el por qué luce tan enojada con nosotros. No obstante, ella aclara mi duda un segundo más tarde.
—Sé quién lo hizo. ¡Ustedes! ¡Todos ustedes! ¡Salgan de aquí! —nos grita exaltada, empujándonos para sacarnos de la habitación de su hija.
—Vamos, espere, solo escúchenos —Isaac le suplica, poniendo mucha más resistencia que yo para evitar que nos eche. Aun así, la madre de nuestra amiga consigue hacerlo retroceder—. Revise su cuello.
—¡Lárguense de aquí!
—Señora Martin, por favor, revise su cuello... —balbuceo, pero ella no deja de empujarme ni de golpear a Isaac en el pecho hasta que finalmente consigue sacarnos hasta el pasillo.
—¡Afuera! —vocifera una última vez antes de cerrarnos la puerta en la puerta en las narices.
—Maldición. Eso no salió como esperaba —resoplo.
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