IV. LEALTAD SIN LÍMITES

235 14 0
                                    


El calor se hacía insoportable, y la falta de agua nuevamente les cobraba la factura a los esclavos. El momento mencionado por Ahmed, llegó cuando vieron que todos los mercenarios se alejaban de las carretas, excepto uno.

Desafortunadamente, perecía ser el peor de ellos. Tenía una gran cicatriz en la cara y llevaba un parche, puesto que no tenía un ojo. De seguro lo había perdido en alguna batalla, y quién sabe como habrá terminado su oponente.

Rihán, Jalid y Ahmed, miraban a la expectativa cada uno de los movimientos del mercenario que permanecía a su lado custodiándolos. Los tres miraban con un brillo especial en los ojos la gran espada de su cuidador, codiciando tenerla entre sus manos.

Así que a Rihán se le ocurrió un plan para librarse, y acercándose los otros dos, quedaron de acuerdo.

Unos extraños ruidos comenzaron a oírse dentro de la carreta, que permanecía tapada con una manta. El cuidador extrañado, decidió asomarse, y justo cuando lo hizo, Rihán lo tomó por un medallón que tenía al cuello, y lo golpeó fuertemente contra la carreta. El mercenario cayó desmayado, y triunfantes, pudieron tomar de uno de sus bolsillos, las llaves del cerrojo de la carreta.

Rápidamente, abrieron la puerta y Rihán les aventó a los otros esclavos las llaves para que también pudieran escapar.

Rihán y Jalid, recuperaron sus armas, las cuales les habían sido retiradas en el momento de su captura, y luego de esto, todos salieron despavoridos, pero en el camino, inesperadamente, Jalid decidió regresar.

-¿Qué te pasa Jalid? ¡Debemos escapar! –gritó en voz baja sorprendido Rihán con los ojos casi saliéndosele de las órbitas. Seguro que si hubiera tenido cerca a Jalid, se lo habría tragado vivo.

-Espera, ¿que no le viste el medallón al mercenario? –contestó gritando también en voz baja Jalid, mientras corría hacia el hombre que yacía desmayado cerca de las carretas.

-¡Tonto! –le gritó aún en voz baja. -¡En el nombre de Alah! ¡Que tipo mas estúpido!–exhaló Rihán para sus adentros, haciendo cara de desilusión y enojo.

Cuando llegó Jalid hacia el hombre desmayado, decidió acercarse con suma cautela, pero justo cuando iba a arrancarle el medallón, el mercenario despertó, tomándolo por sorpresa. Así que, el mercenario lo tomó por el brazo fuertemente, a la vez que lo sometía. Rihán no podía abandonarlo, así que sin pensarlo y embarrándose una mano en la cara de frustración, corrió en su ayuda.

Al llegar ahí, tuvo que batirse en duelo con el mercenario, pues de un golpe había dejado fuera de combate a Jalid. Rihán siempre llevaba consigo una daga con rubíes que su padre le había obsequiado desde que era muy niño, y que los mercenarios no habían podido quitarle. Así que la desenvainó y le hizo frente a su oponente, pero el mercenario tenía una gran espada y no podría hacer mucho para enfrentarlo. Esquivó algunos espadazos, pero uno de ellos, le rozó un brazo.

Estaba concentrado en la pelea, cuando de pronto, oyó gritar a Ahmed que los demás mercenarios se acercaban corriendo y con espada en mano hacia ellos. De inmediato vio a Jalid repuesto, y le gritó desesperado.

-¡Jalid, corre cuanto puedas, ya nos reencontraremos hermano! –gritó Rihán, mientras se perdía entre la gente del mercado junto con Ahmed. Jalid corrió en sentido contrario y quedaron separados por primera vez en su vida.

BAJO EL HECHIZO DE ARABIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora