VII. UNA MIRADA REAL

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Era una hermosa mañana y toda la belleza de Riad era homenajeada por el increíble desfile que se llevaba a cabo por la calle principal.  Cuando dejaron el cuarto Rihán y Ahmed, decidieron seguir con su búsqueda, pero les resultaría mas difícil hacerlo entre tanta gente festejando. Decidieron acercarse para ver el desfile, pues Rihán estaba seguro que Jalid andaría por ahí de chismoso.

En verdad todo era increíble, muchos animales que eran traídos de tierras lejanas y muchos también de la región, eran exhibidos en jaulas y otros en libertad.

Varias bailarinas danzaban para el pueblo mientras les lanzaban frutos que no se daban en la zona. Increíbles malabaristas, demostraban su habilidad al tragar filosas espadas sin recibir daño alguno, o haciendo cosas que no cualquiera se atrevería a hacer. Enormes elefantes abrían camino para que todos los participantes del desfile no fueran oprimidos por el entusiasmo del pueblo.

Todo parecía impactar a la gente, que no estaba acostumbrada a ver tantas cosas traídas de otros países. La excitación del pueblo era impresionante, pero hubo un momento en que repentinamente, todos guardaron silencio, y sin más, se arrodillaron cuando en el desfile, apareció  una fastuosa litera, que más que un carro antiguo, parecía una casa andante.

Se encontraban mirando el desfile, y solo Rihán se quedó de pie. Todo el pueblo yacía de rodillas sobre el piso, y Rihán no entendió lo que pasaba.

Justo en el momento en que veía a todos lados para tratar de entender el por qué todos se encontraban arrodillados, su mirada se cruzó con los ojos mas impresionantes que jamás había visto en su vida.

El momento fue mágico, lo que duró segundos fue suficiente para que sus miradas se grabaran con fuego en el corazón de ambos.

Se trataba de la princesa de Arabia. Ella estaba en la fastuosa litera, que dolía la vista de solo mirarla debido al lujo que poseía. Era cargada por varios esclavos que hubieran dado lo que fuera por un ratito de descanso y un vaso de agua bien fría.
La princesa, estaba vestida con  una ostentosa capa larga dorada (abaya) adornada con piedras preciosas y un fino y muy costoso velo (niqab), que lo único que permitían ver de la princesa eran sus ojos.

Rihán aún estaba en estado de shock, cuando sintió un fuerte jalón que lo hizo agacharse.

-¿Estás loco Rihán? ¡Podrían colgarte por no arrodillarte ante la princesa! – le susurró Ahmed regañándolo. -¡Aquí no se nos permite mirar a los ojos a la realeza! –lo miró asustado y agradecido de que nadie los hubiera visto. -¡Eso es causa irremisible de muerte! –hizo una pausa. -Pues, ¿de dónde vienes?-lo miró con recelo. - ¡Hasta el mas insolente de los mercenarios y ladrones sabe eso…! -le decía mientras movía la cabeza de un lado a otro satisfecho de haberle salvado la vida y aún mas de habérsela salvado así mismo.

Aún permanecía perplejo Rihán, cuando del otro lado del desfile oyó una voz conocida, que lo hizo volver bruscamente de su trance.

Se trataba de Jalid, que corría como fugitivo para llegar hasta donde se encontraba Rihán. Rihán solo pudo verlo correr, y esperando darle un abrazo y con la mayor alegría, le esbozó una gran sonrisa, pero Jalid lo pasó de largo jalándolo fuertemente del brazo.

- ¡Correeee! –gritó Jalid riéndose, sin parar de correr.

-¿Qué pasa? –preguntó extrañado Rihán, que era jalado por Jalid toscamente por el brazo, a la vez que no paraban de correr.

-¡Esos infelices de los mercenarios me reconocieron y vienen persiguiéndome! –le dijo con la respiración muy agitada. -Te reconocí cuando todo el pueblo se arrodilló, -hizo una pausa mientras lo miraba con los ojos entrecerrados y con gran incredulidad. -No te distinguí la cara, pero era obvio que el único insolente que no se arrodillaría frente a la princesa serías tú. –completó carcajeándose aún mas.

-¿Y me lo dices así de tranquilo? –preguntó con admiración Rihán. -¡Esos malditos no descansarán hasta que nos mutilen y después echen nuestros mas preciados miembros a los perros!-seguía hablando sin dejar de correr.

Detrás de ellos, un hombre aterrorizado les gritaba sin cesar.

-¡Espérenmeeeeee! –gritaba Ahmed siguiéndolos con la mayor velocidad que su delgado cuerpo le permitía, mientras veía angustiado tras de sí, a los mercenarios enfurecidos, que casi les pisaban los talones.

BAJO EL HECHIZO DE ARABIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora