LXIX. CONFESIÓN DOLOROSA

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El dolor se volvía insoportable para el débil cuerpo de Rihán.

Había soportado una gran variedad de golpes y no había revelado dónde se encontraban sus cómplices.

Su rostro estaba hinchado y debido a esto, casi no podía ver.

La sangre emanaba sin parar de varias partes de su cuerpo. Sentía que la cabeza le explotaba y que le dolía mucho el estómago después de tanto golpe, pero resistiría el máximo posible para cubrir a sus amigos.

Sabía que su hora se acercaba, y ya estaba resignado a morir sin haberle dicho a Adhara que la amaba como nunca había amado a nadie más en su vida.

Su esperanza moría en cada golpe, en cada insulto, y no sabía cuanto más podría su magullado cuerpo soportar.

Mustafá había estado torturándolo de tal forma que el dolor lo acabara lentamente, pues no quería propiciarle una muerte rápida para no acabar con su agonía prontamente.

-¡Te atreviste a meterte con mi futura esposa! ¡La princesa de Arabia! –le gritaba el príncipe Mustafá a Rihán, a la vez que le propiciaba otro fuerte golpe en el estómago. -¡Ahora, debes decirnos dónde están tus cómplices! –insistía el príncipe pateándolo con brusquedad.

Rihán permanecía en silencio, y solo rogaba a su Dios la oportunidad de volver a ver por última vez, aunque fuera de lejos a la princesa.

-Dime algo Rihán, Adhara está muy triste, ¿te atreviste a tocarla? Porque si fue así, te juro que no tendré contemplaciones, pues hasta ahora ya te he tenido suficientes. –continuó Mustafá. –Ahora mismo iré a hablar con ella, pues ya me he cansado contigo, y te juro Rihán, ¡te juro que si la tocaste, yo mismo te mataré y cortaré tu órgano reproductor para dárselo junto con tus sobras a los perros! –exclamó enfurecido el príncipe, mientras le apretaba la quijada a Rihán, quien seguía sin decir palabra alguna.


Adhara se encontraba pintando sobre un lienzo en su gran jardín.

Sobre su cabeza, un hermoso cielo se expandía brindándole una maravillosa vista.

La reforzada seguridad que tenía no le permitía enterarse de lo que ocurría fuera del Palacio, así que ella no sabía todo lo que sucedía con Rihán.

Día y noche, pensaba en el insolente que le había robado el corazón, pero éste día en especial se encontraba muy mal.

El príncipe Mustafá la amaba, de eso no había duda. Era muy tierno y extremadamente atento con ella, e incluso había logrado sacarla de su trance de dolor, pero estaba segura que jamás llegaría amarlo, y que solo podría tenerle un gran cariño.

Ella intentaba imaginarse con él más allá de solo besos y abrazos, y la idea no le resultaba agradable, a pesar de ser el príncipe un hombre muy bien parecido.

La princesa lloraba día y noche.

Sabía que jamás podría corresponderle a Mustafá, así que dispuesta, tomó una fuerte y extrema decisión.

No se casaría con el príncipe.

El costal de piedritas estaba a punto de reventársele a la princesa. Estaba muy agradecida con el príncipe, pero eso no la obligaba a casarse con él.

De pronto, sintió mucha valentía, y justo cuando se dirigía a hablar con el príncipe, él apareció.

Adhara lo observaba venir hacia ella desde lejos.

Era un hombre realmente apuesto e increíblemente lleno de personalidad. La trataba con extremo cuidado y a diario le recordaba lo mucho que la amaba, pero no lograba despertar en ella lo que el insolente de Rihán hacía.

Lo miraba en silencio, con esa bella y gran sonrisa, y entonces se sintió más decidida a actuar antes de que este sentimiento siguiera creciendo en su pecho.

-Mi bella princesa, ¿cómo estás? –preguntó muy atento Mustafá a la vez que le besaba tiernamente la mejilla.

-Mustafá, quiero hablar contigo… -dijo la princesa muy seria y temiendo la peor respuesta del príncipe ante su desprecio, pero el príncipe la interrumpió.

-Está bien mi princesa hermosa, pero primero, quisiera hacerte una pregunta muy importante… -el tono de seriedad del príncipe quedó flotando en el aire y comenzó a taladrarle la cabeza a Adhara, quien se quedó tiesa esperando la pregunta. –Dime, cariño, esos infelices malnacidos de tus secuestradores… -hizo una pausa, transformándose su dulce mirada en una muy oscura y fría.

La princesa se alteró al imaginar que los había logrado atrapar.

-¿Te hicieron algo? Digo, -tragó saliva. –¿te tocaron de "otra" forma? –preguntó Mustafá deteniendo el odio que sentía por sus captores.

Adhara pensó muchas cosas en unos pocos segundos sin poder responder nada.

Mustafá no le hacía esta pregunta nada más por que sí.

La princesa sabía que estaba dispuesto a encontrarlos aunque tuviera que ir al fin del mundo y hacerles pagar por sus actos, así que temiendo lo peor, decididó abogar por ellos.

-¡Claro que no! ¿Cómo piensas una cosa tan horrible? Ellos solo querían la recompensa, e incluso me trataban como lo que soy, una princesa. –la princesa se detuvo, pues abogaba de más, aunque de pronto recordó a su amado Rihán. –De hecho, había uno muy bueno, realmente bueno en realidad... –la princesa tragó saliva recordando lo guapo que era su insolente favorito. –Él siempre se ocupaba de mí atendiéndome y alimentándome.-continuó- 

-(Y también alimentó mi alma y corazón) –pensó completando para sí misma.

-Me alegro mi princesa, ahora déjame saber qué querías decirme… -le dijo el príncipe mirándola con la mejor de sus miradas y una gran sonrisa.

La princesa pareció dudar por unos segundos al imaginar el dolor que le causaría al príncipe, pero sabía que lo heriría más si aceptaba casarse con él y nunca pudiera corresponderle como él quisiera.

-Príncipe Mustafá… -Adhara hizo una pausa mientras tragaba saliva y le temblaban las manos. –No podré casarme contigo…. Completó con suma tristeza.

De pronto, los ojos del príncipe se abrieron como platos, mientras el corazón se le detenía abruptamente,  impidiendo que pudiera respirar.

BAJO EL HECHIZO DE ARABIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora