XIV. UNA CHISPA ENCIENDE UN GRAN FUEGO

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Adhara permanecía recostada sobre su cama mirando el tierno amanecer. Pensaba en lo ocurrido la noche anterior con Rihán, pero no tenía comparación con el dolor de Farid, el eunuco. Recordó al príncipe Mustafá, y lo comparó con el insolente de Rihán.

-¡Que diferentes son! –pensaba. -El príncipe no se merece que lo traicione pensando en un infeliz insolente que no merece la pena…

Recuperándose del shock que le causó la triste historia del eunuco, decidió echarle todas las ganas para vivir el verdadero amor al lado del príncipe, que a pesar de lo poco que llevaban conociéndose, se había ganado su cariño.

Se puso sus ropas reales, pero siempre llevaba sus largas túnicas, que aún impedían ver su verdadera complexión. Estaba feliz, porque sabía que el príncipe estaba seguro de su belleza, pues hasta ahora lo único que había conseguido verle, era la cara.

Caminaba por los extensos jardines del palacio, cuando de pronto, escuchó el ruido de un caballo. Sabiendo quien era, volteó con una gran sonrisa, para ver al hombre más atento y gallardo que podía existir.

El príncipe.

-¡Mi princesa, que hermosa esta usted hoy! –exclamó el apuesto príncipe, casi entonando una canción, haciendo su conocida reverencia hacia ella, con su bien entrenado caballo.

La princesa, de pronto recordó la insolencia de Rihán. Se reprendió así misma, por pensar de nuevo en ese barbaján papanatas. Así que, volviendo a su realidad, se entregó a los ojos del príncipe, profiriéndole la mejor de sus miradas.

La química entre ellos era tal, que se sentían muy a gusto mutuamente. No cabía duda, estaban destinados a estar juntos.

El príncipe cada vez era más galante. Le enviaba enormes ramos de flores exóticas, y bellas joyas más valiosas que un buen caballo. Pero a la princesa realmente esto no la impresionaba. Toda la vida había tenido cuanto había deseado, así que solo incrementaba su riqueza. Esto no la emocionaba, lo que en realidad le encantaba, era que sentía que con el príncipe llegaría a conocer el verdadero amor.

Pasaban los días conociéndose, aún no había fecha para la boda, pero estaban completamente seguros de unir sus vidas para siempre. El vínculo de confianza que se había generado entre ellos ya era muy grande.

La princesa Adhara ya no se sonrojaba todo el tiempo, y el con su sensual seguridad la emocionaba contándole de sus muchos viajes y de los que seguramente  harían juntos.

Adhara en agradecimiento, le obsequió un pañuelo bordado muy caro, que le había regalado su madre, el cual era muy importante, pues su madre ya no estaba con ella. El príncipe al haber escuchado su procedencia, se sintió alagado con tal detalle, y besándolo lo guardó,  tomando tiernamente a la princesa entre sus brazos, al ver que se había puesto triste por el doloroso recuerdo.

Adhara no podía pedir nada más, a excepción de sentir el verdadero amor, pero era muy pronto para eso.

Varias veces habían quedado a punto de unir sus labios, pero Adhara aún no se sentía preparada, aunque de verdad le encantaba el guapo príncipe.

Mustafá sabía cómo alteraba la respiración de la princesa cuando quedaban tan cerca, y ponerla nerviosa le encantaba. Sabía que no duraría mucho para conseguir el primer beso.

El tiempo que llevaban juntos también había fortalecido el cariño entre ambos.

Un día, cuando se sintió preparada para besarlo, el recuerdo del insolente de Rihán se le vino a la mente, evitando que se completara su unión.

  -¿Teniendo a un apuesto príncipe que me quiere, cómo puedo estar pensando en un vulgar e insolente hombre? –se dijo para sus adentros, mientras intentaba ocultar su sonrojamiento por recordar a Rihán.

El inigualable príncipe decidió no presionar, esperando el momento perfecto para tocar en un beso el alma de la bella Adhara.

BAJO EL HECHIZO DE ARABIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora