XXXIII. UN OASIS EN MEDIO DEL CORAZÓN

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El clima del desierto guiaba favorablemente a los viajeros. Arabia los acogía con sus brazos llevándolos entre sus mágicas dunas de arena, como si fueran fuertes olas que no permitían que perdieran el camino.

Su guía eran únicamente las lumbreras del día y la noche. Tenían conocimientos muy exactos de la navegación, pues en realidad pasaban la mayor parte del tiempo en el mar, y esto les permitía tener precisión en tierra también. Tenían un gran barco persa con una muy buena tripulación, pero debido a problemas familiares de Rihán, habían tenido que abandonar su travesía marítima para arreglar sus complicaciones.

Obviamente, Jalid, su mejor amigo,  se había ofrecido a acompañarlo. Según sus planes, se encontrarían de nuevo con su tripulación en el Golfo Pérsico, en cuanto Rihán arreglara sus problemas.

Ellos jamás imaginaron quedar atrapados en una aventura, donde inicialmente rescatarían a la princesa de Arabia, pero debido a circunstancias caprichosas, habían terminado secuestrándola.

Sabían muy bien a lo que se arriesgaban. Si los atrapaban, la muerte sería su paga, y nadie podría salvarlos.

Rihán y Jalid conocían a la perfección los caminos que llevaban de un pueblo a otro, pues siendo ladrones, habían tenido que utilizarlos muchas veces para lograr su cometido.

Regularmente no quitaban más de lo que necesitaban, y una de sus principales reglas era robar solamente a otros ladrones, no a viajeros desprotegidos.


El calor era muy abrazador, pero tan rico que incluso las alucinaciones provocadas por los mareos, se convertían en un verdadero oasis en medio del desierto.

Todos llevaban un turbante en la cabeza y la ropa adecuada, dejando a la vista únicamente los ojos, para evitar que la arena se colara por donde no debía.

Antes de salir del último pueblo donde habían estado, se armaron adecuadamente, y compraron camellos.

Ésta vez, uno para cada quien. Ni la princesa, ni Jalid iban fascinados con la idea, pues la decisión tomada por Rihán, impedía que Jalid pudiera toquetear a la princesa, y también impedía que el corazón de Rihán se creara falsas ilusiones teniendo tan cerca a la única mujer que había logrado meterse tan profundo en su corazón.

Los camellos llevaban tapados los ojos, evitando así que una tormenta los tomara desprevenidos y se asustaran.

El camino sería largo hacia el siguiente pueblo.

El sol se erguía en el hermoso cielo despejado sobre sus cabezas, y nadie había articulado palabra alguna en todo el camino. Todos iban tan metidos en sus propios pensamientos, que no quedaba lugar para una elocuente conversación.

El pesado camino, las caprichosas dunas de arena del desierto, y el tambaleo del caminar de los camellos, provocaban un intenso sueño en los viajeros. Iban cabeceando casi a punto de caer, cuando de pronto, Ahmed interrumpió el momento.

-¡Ahí al frente! ¡Un oasis! –los gritos de Ahmed, de inmediato despertaron a todos.

Al despertar, creían estar viendo un espejismo, pero asombrados, vieron como Ahmed se les adelantaba para correr con su camello hacia la maravillosa agua que el desierto reservaba para los viajeros.

Aún incrédulos se acercaron, mirando a Ahmed que ya había llegado al preciado oasis. En cuanto Ahmed llegó, se bajó de su camello, y despojándose de todas sus ropas, se lanzó al agua desnudo sin pensar en los demás. Todos se emocionaron al darse cuenta que lo que creían un espejismo era realidad, pero a la vez, también se sintieron desilusionados por que el agua seguramente ya estaría contaminada con Ahmed dentro.

BAJO EL HECHIZO DE ARABIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora