XVI. FIDELIDAD ARDIENTE

130 11 3
                                    


Lo único que anhelaba el príncipe, era volver a verse con la princesa. Soñaba con que por fin sus labios se unirían en un profundo beso que les marcaría el alma para siempre.

Era muy de mañana, cuando su consejero le dijo tenerle preparada una sorpresa antes de que contrajera matrimonio. Le dijo que esa noche se reunirían con la gente políticamente más importante de Arabia.

El padre de Adhara, el sultán, también estaría presente. Al príncipe Mustafá no le importaba lo que tuviera que hacer con tal de estar para siempre al lado de la princesa Adhara, así que aceptó. 

La noche llegó. Gente muy importante de Arabia estaba ya presente cuando el príncipe Mustafá llegó al espléndido lugar donde se desarrollaba la reunión. Todos lo recibieron con un cordial saludo, y entonces, la fiesta comenzó.

El lugar era por demás fastuoso. Pilares dorados y costosas alfombras con pedrería inundaban el lugar. Al centro del gran salón, se encontraba una hermosa fuente adornada con lirios acuáticos y velas, adornando el lugar donde el príncipe se encontraba junto con la gente que celebraba su futuro matrimonio. Los cojines donde estaban sentados era por demás lujosos y la cantidad de velas y antorchas por todos lados, le daban el toque casi mítico al lugar.

La música envolvía a cualquiera. Era lenta y muy agradable, típica del lugar. Todos platicaban, y el príncipe muy bien recibido, parecía encajar a la perfección con la aristocracia de Arabia. Se divertía en sobremanera, pues su carácter era muy agradable como para caerle excelentemente bien a todos. Además, los barberos sobraban.

La fiesta continuó. El sultán pidió un brindis por el futuro compromiso de Adhara y Mustafá, y también por las relaciones que se crearían a raíz de esto con la poderosa Turquía. Todos brindaron con un gozo indecible, por las ventajas políticas y económicas que esto generaba.

De pronto, la música cambió drásticamente, se apagaron las velas y solo quedaron algunas antorchas encendidas al frente de los espectadores, que miraban admirados lo que sucedía frente a sus ojos, del otro lado de la fuente.

Frente a todos los presentes, seis hermosas bailarinas con estupendos cuerpos y trajes típicos con velos, comenzaban a danzar para entretenerlos. Su poca ropa no dejaba mucho a la imaginación, y como todos los presentes eran hombres, la excitación se hizo presente. Las bailarinas danzaban sensualmente, intentando provocar los más bajos instintos en los presentes.

Al príncipe Mustafá, no parecía agradarle mucho la idea, así que intentando ignorar la presentación, decidió dar la espalda al espectáculo. Obviamente, nadie más que el sultán lo notó. Pero un inesperado acto sacó al príncipe de sus casillas.

El baile se volvía más sensual, y una de las bailarinas, la más hermosa, decidió ir y bailarle al joven príncipe.

Repentinamente, la bailarina  se le puso enfrente y haciendo movimientos obscenos, lo miraba incitándolo a  tocarla.

Mustafá intentó no ser grosero, y se recorrió delicadamente, sonriendo con nerviosismo a los presentes que más que extrañarse del acto, lo apoyaban totalmente. Entonces, la bailarina encantada por lo atractivo que era el príncipe, se sentó a espaldas contra él, y sin miramientos,  comenzó a contonearse sensualmente. Los ahí presentes, aplaudían la escena y excitados, se encendieron al ver el acto. El príncipe permanecía con los ojos cerrados y los labios apretados, de impotencia. Veía la excitación de las personas, y suponía que un rechazo hacia la bailarina, sería un rechazo en contra de las costumbres del lugar.

No sabía qué hacer.

De pronto, el recuerdo de los hermosos ojos de Adhara se le vino a la mente, y entonces decidió mandar los convencionalismos al demonio. Así que enfurecido, se levantó, aventando a la bailarina a un costado sin la menor delicadeza. Todos los presentes sorprendidos, vieron muy mal el acto por parte de un caballero, pero la bailarina continuó bailando, y el acto pareció olvidarse.

El príncipe salió rápidamente a tomar aire a uno de los balcones. Su corazón latía muy rápido, pero no como respuesta al acto de la bailarina, sino que en su pecho sentía que le había fallado a la mujer que amaba. Una lágrima se deslizó por su rostro. Y mirando al hermoso firmamento, y con las manos empuñadas de coraje contra sí mismo,  dijo unas palabras en voz baja.

-Perdóname mi princesa… -su dulce voz sonaba entrecortada.

En ese momento, un ruido tras de sí lo hizo girarse velozmente. Se trataba del sultán que se acercaba lentamente al balcón, mientras lo miraba con un gran aprecio.

-Si antes dudaba de si serías merecedor de mi hija, ahora no me queda la menor duda. –le decía esto el sultán sonriéndole cariñosamente, mientras lo abrazaba con fuerza.

El príncipe solo pudo sonreír a medias correspondiéndole el abrazo, a la vez que intentaba  ahogar sus lágrimas.

BAJO EL HECHIZO DE ARABIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora