Adhara lloraba desconsolada.
Ella sabía el riesgo que corría al intentar deshacer su compromiso con el príncipe, y de los males posibles este era uno muy leve, pues el mayor riesgo al que se enfrentaba, era que Turquía le declarara la guerra a su reino.
Estaba obligada a casarse con Mustafá, pero en el fondo de su corazón lloraba imaginándose ser de alguien más que no fuera del insolente de Rihán.
La princesa desesperada buscaba una solución, pero cualquier cosa que intentara después de haberle revelado al príncipe que no lo amaba, desataría una guerra, pues Mustafá no permitiría que le vieran la cara dos veces.
-¡Padre, padre! -gritó Adhara con lágrimas en los ojos, apretando fuerte a su padre el sultán, quien preocupado al verla llorando, la abrazó.
-¿Qué sucede mi Adhara? -preguntó alarmado Shahriar al notar las perlas líquidas que recorrían el rostro de su amada hija.
-Padre, tengo que confesarte algo y necesito que me ayudes... -las palabras de la princesa sonaban muy serias y su padre que la amaba, se sentó a escucharla.
Adhara le contó a su padre todo lo ocurrido con Rihán.
Le dijo que estaba tan enamorada, que ya no quería contraer matrimonio con el príncipe turco, pues jamás podría amar a otro hombre que no fuera Rihán.
-Pero hija, ¡El sol del desierto te calcinó la razón! -dijo el sultán molesto por la confesión de su amada hija, levantándose indignado de la cama de sus aposentos, donde se encontraban.
-Papá, ¡ayúdame por favor! ¡No quiero casarme con Mustafá! -le rogó de rodillas Adhara a su padre.
-Mi Adhara, ¿en verdad estás segura de lo que quieres hacer? Según me dices ese tal Rihán te engañó, ¿por qué arruinar tu vida por un hombre que no vale la pena?
-¿Y por qué arruinar mi vida casándome con un hombre al que solo haré infeliz, pues jamás llegaré a amarlo? -contestó la princesa.
Sus palabras quedaron flotando en el aire.
El sultán pareció pensar muy bien su respuesta, y luego de unos momentos en los que meditaba en la delicada situación, se acercó a su hija y le tomó el rostro tiernamente entre sus manos.
-Pequeña mía, sabes que jamás te obligaría a hacer lo que no deseas, pero tienes que ver por los intereses de tu pueblo. -le dijo Shahriar, intentando hacerla cambiar de opinión. -Si tú decides no casarte, es obvio que el príncipe Mustafá va a declarar la guerra en contra de nuestra tierra, y tú sabes lo que eso significa. ¡Arabia no está preparada en estos momentos para un ataque! ¡Sabes que todos quedaríamos sepultados bajo estas arenas...! -completó el sultán haciéndole comprender a la princesa que debía hacer un sacrificio por su gente.
Adhara lo pensó muy poco. Sabía que su padre tenía razón.
Ella era la princesa de Arabia y no podía pensar solo en ella, pues desde pequeña le habían enseñado a sacrificarse por su gente si así lo requería la situación.
Ella sabía que algún día tendría que contraer nupcias con un hombre que tal vez jamás le gustaría, y peor aún, al que jamás llegaría a amar, y todo esto por el bienestar de su pueblo.
Al pensarlo, las lágrimas comenzaron a deslizarse una tras otra en su rostro.
El sultán la miraba con ternura, sabiendo que su hija haría lo correcto.
Adhara sentía que viviría un infierno al lado de un hombre que no amaba, pero el deber se lo exigía.
-Sé que harás lo correcto vida mía... -repuso el sultán besándole la frente, mientras la abrazaba con fuerza, llorando también porque compartiría la infelicidad de su hija.
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BAJO EL HECHIZO DE ARABIA
PertualanganIntérnate en las maravillosas dunas de Arabia, en donde Rihán y Jalid, dos locos aventureros, cruzarán su destino con la princesa Adhara. El amor, el odio, la pasión, la locura y los celos serán los detonantes de la magia que los envolverá, poniénd...