LXVIII. MALAS NOTICIAS

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El despertar, Rihán pudo ver un oscuro y frío cuarto.

La mente le daba vueltas y su mirada aún no podía enfocar bien.

Sentía que la cabeza le reventaba, y se sentía desorientado.

Miró a su alrededor, y pudo ver que donde se encontraba, era una mazmorra.

De inmediato supo que moriría.

Cuando apenas su mirada intentaba adecuarse a la falta de luz, pudo oír unos pasos que se acercaban hacia él.

De pronto, sintió miedo, y su cuerpo comenzó a estremecerse. Ya sabía lo que venía.

Luego de días de viaje en que Jalid, Levana y Ahmed habían estado buscando a su amigo Rihán en distintas ciudades y no encontrarlo, lograron llegar a Riad.

Parecían zombies que fueron arrollados por varios camellos.

La falta de descanso y la preocupación, les había drenado fuerza.

Después de haber cruzado las puertas de la tierra de Riad, decidieron buscar donde reposar y poder comer. Su cuerpo se los exigía.

Al llegar, Levana cayó tendida sobre la cama del cuarto, mientras Jalid hacía lo mismo en el suyo.

Ahmed necesitaba una copa, y se dirigió hacia una taberna.

-Dame el mejor vino que tengas… -indicó Ahmed al hombre mal encarado que servía las bebidas.

Luego de casi haberse bebido la botella como si hubiera sido agua, quedó tendido sobre la mesa.

Así pasaron unos minutos, cuando de pronto, despertó debido a  unos fuertes ruidos.

Y bajo el influjo del alcohol, pudo ver a uno de sus conocidos, quien discutía con otro.

-Rihán está muerto… -dijo uno de los ebrios.

-¡Claro que no! Te apuesto (¡gulp!) lo que quieras a que sigue vivo… -dijo el conocido de Ahmed.

De inmediato, Ahmed se paró y tomando a su conocido por el cuello, se alteró agitándolo con fuerza.

-¿Qué estás diciendo de Rihán? .preguntó alterado Ahmed.

-¡Hey, Ahmed! ¡Qué gusto verte! –lo saludó alegremente su conocido.

-¿Dime qué le pasa a Rihán? –insistió Ahmed ignorando el saludo, a la vez que le apretaba más el cuello.

-¿Qué no lo sabes? El mercenario más famoso de la región, fue apresado por la Guardia Real, y seguramente en éstos momentos está en una de las mazmorras del Palacio… -le dijo el conocido de Ahmed, refiriéndose a Rihán. –Dicen que es el secuestrador de la princesa, y obviamente el príncipe Mustafá no le perdonará la vida. –continuó hablando.

Al momento, Ahmed conmocionado soltó a su amigo de inmediato, y salió corriendo sin pagar.

Nadie lo notó.


-Jalid, ¡despierta! ¡Tienen a Rihán! ¡Lo atraparon! –gritó fuerte Ahmed a Jalid, quien se levantó al instante muy asustado.

-¿Quién  lo atrapó? –preguntó alterado Jalid sin comprender lo que pasaba, pues acababa de despertar.

-Fue la Guardia Real… ¡Ya saben que Rihán fue uno de los secuestradores de la princesa y lo van a ejecutar! –seguía gritando Ahmed intentando calmarse a sí mismo, pues el alcohol lo hacía enloquecer más.

Levana escuchaba aterrada, mirando todo desde la puerta del cuarto en donde se encontraban Jalid y Ahmed.

De pronto, Jalid la miró con completo desprecio.

-Si Rihán muere por tu culpa, te despellejaré hasta que no quede nada de ti… ¡bruja! –le gritó encolerizado Jalid con el puño levantado y con cara de completo energúmeno, al imaginar lo peor para su amigo.

Levana se sintió la peor basura sobre el planeta.

Jalid caminaba de un lado a otro desesperado, al intentar encontrar una solución para ayudar a su mejor amigo.

Elevaba oraciones a Jehová para encontrar una salida, pero no recibía ninguna.

Necesitaba una mente que lo ayudara a pensar con la cabeza fría, pero Ahmed estaba tan ebrio que solo decía puras tonterías, y Levana era peor que una apestada para él.

-¿Qué haré? ¿Qué hare? –se preguntaba Jalid enloquecido al sentirse impotente.

De repente, se detuvo bruscamente. Y abriendo los ojos como platos, se llevó la mano al pecho. Y sacando su preciado medallón, dio las gracias a su Dios, para después salir corriendo de la posada, empujando bruscamente a la hechicera.

Levana se sentía muy culpable, y de inmediato supo que tendría que hacer algo también.

Sabía que su egoísmo había llevado al borde de la muerte al único hombre que había amado, y estaba segura que jamás podría seguir viviendo si él moría por su culpa.

Así que, desesperada, se dijo así misma que haría lo que fuera para salvarlo.

La hechicera se fue de inmediato a su cuarto y arrodillada, oró por primera vez a otro Dios.

-Señor Jehová, si eres real, ¡escucha mi ruego…! -dijo la hechicera con los ojos cerrados, intentando ignorar un fuerte dolor en el estómago que el demonio que habitaba en ella le provocaba por invocar al verdadero Dios Jehová. –¡Ayúdame a llegar con la princesa y resarcir mi error, que ella me crea y decida interceder para salvarle la vida al hombre que amo! –gemía llorando Levana, pues el demonio dragón intentaba matarla antes que pudiera continuar, pero Jehová la había oído, y reprendía al demonio para que el daño que le infringiera no fuera mortal.

BAJO EL HECHIZO DE ARABIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora