XLV. NECEDAD DECLARADA

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El maravilloso cielo de Arabia abrazaba cálidamente a todos sus habitantes.

La felicidad de los amigos de Rihán los embriagaba al tenerlo de vuelta.

Todos festejaban con una botella de un muy buen vino conseguida por Jalid.

El Dios Jehová había mostrado su favor para con Rihán y él estaba dispuesto a aprovechar la oportunidad.

Mientras todos reían, Adhara y Rihán se observaban sin poder separar sus miradas.

Era como si el tiempo se detuviera solo para ellos, mientras los demás continuaban con sus vidas.

En el pecho de los dos, se anidaba el sentimiento más grande que el ser humano ha conocido jamás, pero ambos se negaban a reconocerlo.

El hechizo del amor sobre ambos les creaba una hermosa felicidad al estar juntos, lo cual provocaba que todo a su alrededor desapareciera por completo.

La única en notar esta hermosa conexión, era Levana, quien ya se preparaba para atacar con su magia oscura a Adhara, y así lograr conseguir lo que más deseaba, el corazón de Rihán.

-¡Hey Rihán, estamos festejando, no estamos en un velorio! -le dijo Jalid a Rihán golpeándolo en la espalda.

-Eh, sí lo sé, gracias... -balbuceó Rihán, apenas despertando de su trance al estar perdido en los ojos de Adhara.

Ahmed los miraba, y también se dio cuenta de la situación.

(-Pobres enamorados... la propia amistad los separa... -pensaba para sus adentros Ahmed, quien sabía de ése romance desde el principio.)

Ahmed observaba a todos, Jalid ni siquiera sospechaba del amor entre la princesa y Rihán, pero Levana no paraba de mirarlos con una muy peculiar mirada de profundo odio.

Desde el fondo de su corazón, temió que la maldad de la hechicera alcanzara a destruir los bellos cimientos que el amor había fincado en los corazones de los enamorados, y se prometió así mismo hacer todo lo posible por evitar que eso llegara a ocurrir, aún si esto representaba fallarle a su amigo Jalid.


Cuando Rihán estuvo un poco más recuperado, decidieron salir al alboroto que se armaba afuera de la posada en la cual se encontraban.

Era un día muy especial para el pueblo, y todos habían salido a festejar. La música era tan agradable, que les alegraba aun más el corazón.

Rihán no podía quitarle la vista de encima a Adhara, la cual permanecía emocionada por la celebración del entusiasmado pueblo.

La princesa se encontraba mirando toda la algarabía a su alrededor, cuando de pronto, Jalid la sorprendió por completo.

-¿Princesa, bailarías conmigo esta pieza? -preguntó caballerosamente Jalid a Adhara, mientras le tendía una mano.

La proposición la tomó por sorpresa, pues ella estaba perdida pensando en que estaba de nuevo con Rihán.

-Eh, no, lo siento, de verdad no sé bailar... -el silencio se quedó flotando en el aire.

Ambos recordaron aquella vez en la cual Adhara se había puesto tan borracha que había dado un terrible espectáculo, y también cuando había tenido que danzar para los mercenarios y así, poder liberarlos.

El silencio incómodo, dejó sin palabras a la princesa, pero Jalid lo interrumpió cuando la jaló suavemente del brazo y la arrastró hacia donde varios habitantes del pueblo danzaban hábilmente.

BAJO EL HECHIZO DE ARABIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora