XI. VIEJAS MAÑAS

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La encantadora tarde moría, y la princesa se encontraba reposando en sus aposentos, los cuales, tenían la vista más hermosa de todo el palacio.

A medida que caía la noche, el sueño se alejaba más y más de ella. Repasaba una y otra vez en su mente, los momentos que había pasado al lado del apuesto príncipe.

Siempre había imaginado que terminaría con un hombre mayor, que por intereses políticos, fuera lo suficientemente rico y poderoso para merecerla. Soñaba, desde muy niña, que conocía al hombre perfecto. Un espíritu aventurero como el de ella, pero el que sería su esposo, seguramente no cumpliría con sus expectativas, debido a su condición de nobleza.

Su alma jamás podría estar cautiva, y sufría mucho al tener que imaginar que por el bienestar de su pueblo tenía que hacer el mayor sacrificio de su vida.

Amaba a toda su gente, y por eso lo aceptaba, pero en realidad, era algo muy fuerte para ella.

Desde su niñez, nunca podía estar tranquila en un solo lugar. No soportaba tener que estar en reuniones sociales tan formales y convencionales. Así que se escapaba y salía a rondar por las calles de Riad disfrazada, para que nadie pudiera reconocerla. Obviamente, solo tenía que quitarse su capa larga dorada y su velo, pues todo el tiempo tenía que traerlos puestos. Salía con una larga capa negra como las mujeres comunes de Arabia, y ocultaba su rostro con un velo que no llamara tanto la atención, y nunca nadie del pueblo pudo reconocerla.

Sus pensamientos se perdían en el príncipe, cuando de pronto, el recuerdo de la mirada del insolente que se atrevió a mirarla en el desfile le taladró la cordura.

Esa mirada la impactó. Recordaba a la perfección sus ojos, porque le permitieron ver el alma de un hombre que jamás podría vivir tras de los barrotes. La libertad, su virtud más preciada. Se identificó con él en unos cuantos segundos que sus miradas no pudieron separarse.

Pero repentinamente, recordaba al gallardo príncipe y sintiendo que lo traicionaba con el pensamiento, intentó obligarse a no pensar en el hombre que se veía tan común. Sus ropas tan modestas y su despreocupación por la vida… Ésa clase de hombre jamás podría brindarle un futuro prometedor, jamás ayudaría a su pueblo, pero sobretodo, su padre, el sultán, jamás aprobaría su relación.

¿Cómo era posible que una simple mirada le calara tanto, a tal grado de robarle el sueño por la noche? Pretendió que no pasaba nada, pero el recuerdo de esa mirada era mas fuerte que todo cuanto empeño pusiera para olvidarlo. Así que, abrumada, intentó taparse la cabeza con una almohada, mientras permanecía bocabajo en su cama, pero el eco de su locura por descubrir a quien pertenecía esa misteriosa mirada, le retumbaba una y otra vez, robándole por completo el sueño.

La desesperación la invadía tanto ésa noche, que decidió recordar viejos tiempos. Así que, exasperada y decidida, se puso su capa y el velo más modestos que tenía y se escapó por uno de los muchos pasadizos que conocía, deslizándose sigilosa entre las sombras del inmenso palacio.

BAJO EL HECHIZO DE ARABIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora