LXXVI. DESPEDIDA

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La tarde moría lentamente frente a los ojos de Rihán, y con ella su voluntad de seguir adelante.

La princesa Adhara era todo para él, y si no estaba con ella se sentía vacío.

Sus lágrimas seguían saliendo una tras otra, recordándole que tenía que aceptar la resignación, pero su corazón no se daba por vencido.

Se encontraba con el rostro vestido de tristeza, recostado sobre unos cojines cerca del gran ventanal de su cuarto.

Su cuerpo vencido permanecía flácido, sin fuerza, y sus pensamientos perdidos en el mundo de la fantasía y lo irreal.

De pronto, Jalid abrió la puerta de golpe, agitado con los ojos abiertos lo máximo posible de desesperación, y lo miró intentado contener su respiración agarrándose el pecho.

-¡Rihán! ¡Es Levana! –exclamó Jalid casi sin aliento.

Al momento, Rihán se levantó bruscamente, y con gran preocupación en la mirada, fijó su vista afligida sobre su mejor amigo.

-¿Qué pasa con Levana? –preguntó Rihán tomando por los hombros a Jalid, temiéndose lo peor.

-¡Ella quiere verte! ¡Se está muriendo! –exclamó Jalid mientras jalaba a Rihán consigo para después salir corriendo hacia donde se encontraba la hechicera.

El hermoso sol de la bella Arabia se encontraba en su máximo esplendor.

Las dunas de arena se agitaban caprichosamente, envolviendo todo a su paso, entre ello, a la hechicera.

Ahmed le mantenía la cabeza levantada a la agonizante mujer, y con lágrimas en los ojos y un destello de esperanza, miró a Rihán una vez que llegó.

-¿Qué pasó? –preguntó Rihán con profunda tristeza al ver a la mujer que le había hecho tanto daño, pero a pesar de ello no le guardaba rencor.

Levana era una mujer muy bella, llena de cualidades.

En el pasado había intervenido por la vida de Rihán para salvarlo, y ahora, nuevamente hacía un inmenso sacrificio por amor.

Había renunciado a él y había sido capaz de clamar a Jehová de los Ejércitos, quien ahora le respondía.

La vida se le iba tan rápido como un reloj de arena que corre sin detenerse.

-Clamé a Jehová de los Ejércitos por tu vida, y me respondió Rihán... –le dijo Levana con los ojos entrecerrados por el dolor y casi sin poder articular palabra alguna a Rihán, quien ahora le sostenía la cabeza entre las manos, pues se había colocado al lado del cuerpo de ella, remplazando a Ahmed.

La agonizante mujer miraba con extrema ternura al amor de su vida, mientras le acariciaba suavemente y casi sin fuerza el rostro.

Las lágrimas se le deslizaban por las mejillas, y su mirada se había tornado muy diferente, serena, llena de paz.

Rihán también lloraba. Le debía mucho a esa mujer por amarlo tanto. Lamentaba en el alma no poderle corresponder, y no pudo ocultar sus sollozos.

-A cambio, le dije a Jehová de los Ejércitos que renunciaría a mi demonio dragón, pero estoy segura que él dará batalla para que no lo expulsen de mí… -continuó hablando con trabajos Levana, mientras comenzaba de nuevo a retorcerse de dolor.

-Levana… -susurró Rihán con gran sufrimiento, sin saber qué hacer.

Jalid y Ahmed oraban a Dios por la vida de su amiga con lágrimas en los ojos, pues hasta Jalid, luego de ver cómo se había arriesgado por su mejor amigo, aún cuando ella misma había provocado el caos, y ver que después de ello arrepentida lo había ayudado después de todo, la apreciaba en sobremanera.

De pronto, unos horribles gritos ahogados comenzaron a salir de la agónica mujer.

Su cuerpo se convulsionaba atrozmente en los brazos del acongojado e impotente Rihán, quien solo podía sostenerla con fuerza para evitar que se dañara aún más.

Rihán angustiado oraba a Jehová, pero en el fondo sabía que el demonio tenía que ser expulsado sin importar el precio.

Luego de un rato, las convulsiones cesaron.

-No se preocupen, mi Dios Jehová de los Ejércitos me está liberando de éste demonio… -dijo Levana intentando sonreír mirando a sus tres amigos, quienes tenían una horrible expresión por presenciar lo que le ocurría.

Rihán le acomodaba con ternura sus cabellos a la agonizante mujer, dedicándole un poco de amor en sus últimos momentos.

Le limpiaba tiernamente con un pañuelo la sangre que se le escurría por la comisura de sus labios, y le esbozaba una de las mejores de sus sonrisas.

El tiempo pareció detenerse para Levana, quien apreciaba en el alma que fuera Rihán quien la atendiera antes de tener que entregar el alma.

Ella le sonreía sin parar, intentando bloquear su mente para no sentir dolor y concentrarse únicamente en el amor de su vida, que se desvivía por mantenerla despierta.

Rihán quería gritar de impotencia, pero la hechicera no merecía morir viéndolo de esa forma. Ella lo necesitaba estable para poder irse tranquila.

Ambos se tragaban el profundo dolor que les carcomía el alma.

-Tal vez si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias, hubiéramos podido estar juntos, ¿verdad Rihán? –preguntó Levana sonriéndole, a la vez que acariciaba sus labios con sus helados dedos.

Rihán lo pensó por un momento.

La apreciaba bastante, pero el amor de su vida nunca podría ser alguien más que la princesa, así que le mintió.

-Sí Levana, en otras circunstancias tú hubieras sido mi compañera… -le dijo Rihán acariciando los oídos de la bella mujer, a la cual hacía inmensamente feliz con sus palabras.

Pero justo en ese momento, las convulsiones volvieron. Esta vez, fueron atroces.

Rihán lloraba abrazando con fuerza contra su pecho a Levana, quien comenzó a expulsar bocanadas de sangre.

Sus ojos parecían indicar que la vida se le estaba llendo poco a poco y que el sufrimiento era inimaginable.

Jalid y Ahmed, tenían abiertos los ojos de horror al ver la terrible escena de Levana convulsionándose en los brazos de Rihán, mientras este último no cesaba de orar.

Nadie comprendía la voluntad de Jehová de los Ejércitos, pero Él en su infinita sabiduría sabía muy bien lo que hacía.

De pronto, las convulsiones cesaron.

Levana quedó inconsciente por unos segundos, para después abrir lentamente los ojos y encontrarse de nuevo en los brazos de Rihán, el amor de su vida.

-Gracias por todo Rihán, te veré de nuevo con nuestro Dios, Él ya envió por mí y solo deseo irme… -dijo Levana con una voz apenas audible, sonriendo tan llena de paz, lo cual indicaba que el demonio había sido expulsado por completo de ella.

Después de decir estas últimas palabras, Levana entregó el espíritu.

Rihán lloró a grito abierto. Sabía que ella no había elegido ser marcada por ese demonio, sin embargo Jehová había decidido salvarla en sus últimos momentos. Pero esa bella mujer lo habría dado todo por él, y esto le calaba en el alma a Rihán, pues sabía muy bien que jamás habría podido corresponderla.

Jalid y Ahmed también lloraron amargamente por su amiga, pero sabían que ahora gozaba al lado del misericordioso Jehová.

Así que se alejaron, dejando tras de sí a un Rihán destrozado, que no solo lloraba por haber perdido al amor de su vida, sino también una muy buena amistad.

BAJO EL HECHIZO DE ARABIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora