El tierno sol de Arabia comenzaba a iluminar el desierto.La gente de Riad comenzaba a acudir hacia la plaza pública, donde se había anunciado la ejecución de uno de los secuestradores de su amada princesa.
Estratégicamente, Jalid, Goyuk y los otros mercenarios se encontraban ubicados en posiciones que les ayudarían a rescatar a Rihán cuando fuera el momento preciso.
Se camuflajeaban tan bien, que ni la Guardia Real podría notar su presencia.
Estaban arriesgándolo todo, pues sabían que en el proceso, podrían perder muchas vidas.
Los minutos se volvían eternos.
Jalid y sus ayudantes estaban armados hasta los dientes, pero esto los seguía colocando en desventaja frente a la escolta turca y la Guardia Real, quienes estaban más preparados, y además contaban con el más moderno armamento.
De pronto, Jalid pudo ver a lo lejos a la escolta turca.
Al frente, el elegante príncipe Mustafá se erguía sobre su hermoso corcel.
Parecía un personaje muy importante. Portaba su uniforme militar tan pulcro, que ni la mancha más pequeña tenía cabida, y en su cabeza no se le despeinaba ni un solo cabello.
Todos los integrantes de la escolta caminaban muy gallados sobre sus finos caballos. A paso marcial, se acercaban hacia la plaza pública con el sonido de grandes tambores que indicaban un mal presagio.
Todos los mercenarios los observaron con coraje desde sus posiciones.
Al final de la escolta turca, se encontraba Rihán.
Jalid no pudo evitar que unas lágrimas se le salieran al ver a su destrozado amigo.
Rihán caminaba casi sin fuerza, teniendo que llevar sobre sus hombros un gran madero que le aprisionaba la cabeza y las manos. Su rostro, deformado por tanto golpe, le impedía ver con claridad, solo iba jalado por los caballos de la escolta turca, pues iba atado a ellos.
Rihán se sentía bloqueado, y lo único que deseaba más que volver a ver a su princesa, era la muerte.
Miraba con dolor como la gente pedía su cabeza. Sabía que no tendría escapatoria, y que ni siquiera podría despedirse de su mejor amigo Jalid.
Detrás de él, la Guardia Real hizo aparición para asegurarse que todo culminara de cuerdo a lo establecido.
Cuando Goyuk vio lo malherido que se encontraba Rihán, se llenó de furia. Él y su gente le debían mucho al hombre que caminaba rumbo a su ejecución, y sintió pena por él.
Goyuk era un hombre muy duro, pero el ver al maltrecho de Rihán, le caló hasta el alma.
De pronto, Rihán cayó. Parecía que su cuerpo ya no podría más. El pueblo gritaba enardecido que su ejecución fuera pronta, para que pagara su falta en contra de la princesa de Arabia. De su boca salía sangre a bocanadas, y Jalid ya no soportó más. Así que, encolerizado, quiso lanzarse, pero de inmediato Goyuk lo detuvo.
-Si haces algo estúpido, lo único que provocarás será acelerar su muerte… -le dijo Goyuk deteniéndolo salvajemente, mientras le tapaba la boca con sus sucias manos.
Jalid miraba desde lo alto de un techo a Rihán con lágrimas abundantes, mientras se mordía la lengua para no gritar que dejaran a su mejor amigo en paz.
Todos permanecían a la expectativa, mientras observaban como dos integrantes de la escolta turca se acercaban hacia Rihán, y con maltratos lo levantaron para llevarlo hacia la tarima en la que ya se encontraba el príncipe Mustafá con su blanco uniforme con detalles de oro y con espada en mano.
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BAJO EL HECHIZO DE ARABIA
PertualanganIntérnate en las maravillosas dunas de Arabia, en donde Rihán y Jalid, dos locos aventureros, cruzarán su destino con la princesa Adhara. El amor, el odio, la pasión, la locura y los celos serán los detonantes de la magia que los envolverá, poniénd...