'47. ||Corazón roto.

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REBECCA!

-REBECCA, ¿Te cuesta mucho eso de cambiar la cara de culo que tenes, por una de felicidad?-se quejó papá mientras llevábamos las valijas al auto.-Estas volviendo a ver a tu papá después de meses e inclusive años, y no sos capaz de preguntarme nada, simplemente te quedas ahí.

-No te odio, pero tampoco te amo. Lo que hiciste fue un fracaso, ¿Abandonar a tu familia? ¿Enserio?-pregunté-¿Y encima pretendes que yo finja que todo está bien? Por supuesto que no.-Me quejé.

-Hay cosas que no sabes.-Se defendió.

-Porque nunca me las dijiste.-Respondí y el mayor bufó, se subió al auto, dio un portazo e imite su acción. Ya odiaba el clima de Tierra del Fuego.

-Hija hay algo que tenes que saber antes de introducirte completamente a esta nueva vida-suspiró mirando enfrente.

-¿Qué cosa?-pregunté.

-Tengo pareja, se llama Eugenia y es encantadora. Se muere por conocerte-sonrió y yo quise ahorcarlo.
No por egoísmo, básicamente se había marchado dejándonos en la ruina y solamente vino a otro punto del país para reconstruir su vida sin dar ni una señal de vida. ¿Cómo podía querer que yo hiciera el esfuerzo de estar bien, si ni siquiera me daba tiempo para entender todo?

Llegamos a la casa, una de dos pisos que tenia un jardín especial lleno de margaritas y césped verde. Las ventanas eran marrones y las paredes beige. Entramos, con algo de dificultad debido a la cantidad de equipaje y Fernando abrió la puerta. El suelo estaba demasiado limpio, tanto que veía mi reflejo un poco difuminado pero mi reflejo al fin, era marrón oscuro y tenía unos sillones blancos de lado izquierdo y en frente mió, una mesa con ocho sillas. Había una computadora, una barra, un piano... Cosas que con el trabajo de mi mamá no podríamos pagar ni de casualidad.

Subí las escaleras, encontrándome con seis puertas. El pasillo, extenso y decorado lujosamente, era hermoso. En la primera puerta, un baño, la segunda, la habitación de los dueños de la casa, la tercera, la oficina de Fernando, la cuarta, otro baño, la quinta una habitación de huéspedes y la última por fin, mi habitación. La abrí, encontrándome un lugar enorme donde yo sentía que sobraba espacio y podría traer a todos mis conocidos a vivir en aquél ambiente, y seguiría sobrando lugar. Estaba decorada con una alfombra rosa, una cama de caño blanca con un acolchado rosa de plumas, un mueble con estantes, un ropero con espejos, escritorio y un baño personal.

-Espero que lo disfrutes hija-sonrió mi papá y me dejó sola.

Suspiré y escaneé todo en busca de algo que se me haga familiar, pero al contrario, todo era demasiado lujoso y nada me recordaba a mi antigua casa en Buenos Aires.

Guardé cuidadosamente cada prenda, cada libro y cada foto. Al cabo de dos horas ya tenía todo doblado por prendas sobre mi cama, y en cuanto me dirigí a abrir el ropero, me encontré con el uniforme de una escuela. Tenía una pollera a cuadros azul, una camisa y una remera blancas, medias del mismo tono que la pollera y supe de inmediato que de una escuela privada se trataba, y yo no quería cambiar tanto mi vida, pero empezaba, literalmente, de cero.

Guardé todo y me tiré en la cama. Cerré los ojos intentando no pensar en nada, ya que todo lo que pudiese pensar en aquél momento podría ser producto de tristeza, angustia o nervios... Inclusive de los tres juntos.

Desbloqueé el celular, buscando-por reflejo-el chat con el rubio. Lo mantuve abierto, en línea esperando a que me escriba... Lo veía conectado y observé su foto de perfil, nosotros dos juntos, sonriendole a la cámara y tenía efectos Polaroid. Fue en una de nuestras primeras fiestas juntos, estábamos felices. Me sorprendía ver como alguien que decía amarme tanto había cambiado tanto de un momento a otro.

Supongo que como víctima de un corazón roto, lo único que pude hacer era llorar de angustia porque él no me había escrito ni siquiera para saber cómo estaba o disculparse. ¿Porqué había venido, me había enamorado y se había marchado? O mejor dicho, me había echado de aquél modo tan hiriente. Rechazando la idea de solucionar el tema de otro modo.

-Rebecca, a comer-tocó dos veces la puerta mi progenitor y habló tras la barrera de madera que nos separaba. Me lavé la cara, oculté las penas, y me miré al espejo. Nada podía empeorar más de lo que ya estaba.

Abrí la puerta y me encontré a mi papá apoyado en el marco de la puerta-bañate y ponete linda, que hay una cena importante con la familia de Eugenia, mi mujer.

Lo miré con desconfianza y asentí, dándome una ducha rápida. El agua me mojó cada centímetro de la piel pero era en vano intentar arrancarme el dolor, con el agua caliente quemandome. Porque aquél dolor ni se iría con más, porque no se derretian las penas, sólo enrojecía mi piel.

Salí, me sequé el pelo y lo planché. Me puse un pantalón de Jean claro, una remera que dejaba mis hombros libres y era ceñida al cuerpo de color negra con mangas largas. El pantalón tiro alto impedía que se vea mi ombligo y me puse algo de rimel. Perfume y las zapatillas. Bajé corriendo, y note mi error de inmediato. Una linda familia estaba sentada allí, la mujer que rondaba los cincuenta me miró confusa y el hombre a su lado también. Mi papá se giró y sonrió, sentado en la punta y una morocha hermosa, se dio vuelta e imitó el gesto de papá. Casi pasaba por desapercibido un chico al lado de la pareja invitada, era castaño y me miraba fijamente de arriba abajo.

-Mamá, papá-dijo a la pareja la morocha, que suponía yo que era Eugenia, la mujer de papá. Tenía un vestido bonito rojo.-Ella es Rebecca, hija de Fernando. Bequi, ellos son mis padres, Mónica y Luis, y por cierto-sonrió-él es mi sobrino, Eugenio.

-Valentín tía, prefiero Valentín-se quejó el castaño y después volvió su mirada a mí. Con una sonrisa dulce, la cual le devolví me observó hasta sentarme frente a él.-Bienvenida a la ciudad, se supone vamos a ser compañeros de escuela.-Volvió a sonreír.

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Dylan gil

✧Ángel ↦Dillom✧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora