Capítulo 23

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El instinto de supervivencia puede llegar a ser demasiado cruel, tanto, que hasta eres capaz de hacer daño a lo que más quieres.

No es algo relativo. Para nada.

Es fijo, y es tan preocupante que hasta puede llevar a más de uno a la completa locura. ¿Quién no se ha preguntado alguna vez si sería capaz de salvar al de al lado sabiendo que iba a perder la vida? O, ¿quién lo haría por nosotros?

Es triste, pero es tan jodidamente cierto que duele, y mucho más de lo que la gente piensa.

Sus ojos se abrieron como platos al sentir algo espeso y caliente resbalar por su traje negro, pero cuando lo iba a comprobar, todo el peso de la chica que estaba delante suya, cayó sobre él. Su corazón empezó a latir de sobremanera, y como pudo, fijó la vista en sus ropas.

Sangre.

Sus ojos se abrieron como platos, y observó la cara de Marinette. Sus párpados estaban caídos, y su cara estaba más blanca de lo normal; estaba increíblemente pálida. Miró a su alrededor, donde vio a sus amigos observarlo con preocupación.

No quiso ni imaginarse lo que había hecho, porque estaba casi al completo seguro de que todo esto, y sobretodo el que la azabache estuviera así, era su culpa; únicamente suya.

Las gotas saladas empezaron a caer por sus mejillas, y sintió como su corazón se partía en miles de pedazos. La cargó de la forma en la que mejor pudo, y acomodó su cuerpo.

Antes de dar cualquier salto, vio una rosa blanca en una de las manos de la joven, y como una motita roja se acercaba hacia donde estaban ellos. No hacía falta ser el mismísimo Sherlock Holmes para atar hilos, y darse cuenta de que Marinette, esa dulce chica, que siempre había estado ahí para él, la misma que le ayudó aquella noche de tormenta, la misma que le había confesado sus mayores miedos, aquella a la que había empezado a querer y cuidar como si de un jodido tesoro se tratara, era Ladybug.

Más lágrimas empezaron a caer por sus mejillas. ¿Podía ser eso más injusto? ¿Cómo el destino había sido tan cruel e irónico? Maldijo todo su ser, y vio como Tikki se posaba en el hombre de la azabache. Sus ojos azules se clavaron en él, con gran preocupación.

—¡Debes llevarla cuanto antes hasta donde se encuentra el maestro Fu! —el de traje negro volvió a la realidad al escuchar las palabras de la motita. Cerró los ojos para evitar que las lágrimas siguieran saliendo de sus ojos verde esmeralda.

—No puedo. —dijo con tanto dolor en sus palabras, que sintió como una corriente eléctrica se deslizó por toda su espalda. Con extremo cuidado, empezó a agacharse junto con el cuerpo de la azabache, hasta quedar en el suelo. Tragó saliva, cerró los ojos y dejó que las lágrimas cayeran por sus mejillas. —Soy un maldito monstruo, no puedo llevarla hasta allí.

—Si que puedes. —la criatura mágica se posó frente al rostro del rubio. Puso sus pequeñas manitas en una de las mejillas del rubio, y quitó una de las lágrimas que caían sin cuidado. —Debes hacerlo, eres el único que puede, además, ¿no crees que ella estaría feliz de verte allí cuando abra los ojos? —las palabras de la roja hicieron mella en él. —Estoy completamente segura de que ella estaría en el mismo dilema que tú, pero sabría que dejarte aquí, desangrándote poco a poco, no hubiera sido la mejor opción. —el silencio reinó entre los dos. El gato acercó el cuerpo inconsciente de Marinette hacia él y la abrazo con fuerza. —Así que, en vez de estar aquí lamentandote, coge tus acciones, asume las consecuencias y vamos camino allí para poder salvarle la vida.

Su cuerpo temblaba, al igual que el de la chica. Estaba empezando a delirar, los más probable por la fiebre que había empezado a subir con rapidez. Cogió la rosa que tenía la azabache en la mano, y se la tendió a Tikki, quien lanzó el Lucky Charm, y dejó todo como estaba antes, exceptuando los daños colaterales de Marinette.

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