Capítulo 27

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Con el mayor sigilo, y la increíble astucidad de un gato, se coló con su alter ego, Chat Noir a su habitación, cayendo de una forma elegante y refinada. Dejó que las palabras fluyeran a través de sus labios, para que Plagg pudiera salir de su anillo, y esperó a que su amigo estuviera frente a él. No evitó que la sonrisa se colara en sus labios al verlo allí, con él.

—Vaya, cuanto tiempo sin estar a solas en tú habitación. —el pequeño minino habló.

Una leve sonrisa triste salió de los labios de Adrien; encogió sus hombros, y empezó a caminar hacia el cuarto de baño. —Estos días... Han sido algo intentos. —masculló, sintiendo una terrible sensación en el estómago.

—Y que lo digas. —escuchó como se quejaba la bola negra de energía. —¡Akumatizados y encima sin queso! —soltó con frustración.

En ese momento, Adrien se imaginó a Plagg volando con rapideza hacia el cajón cerca de su cama, que siempre estaba lleno de queso, y comiendo como si no hubiera un mañana. Resopló y giró los ojos divertido imaginándose la situación.

Con la mayor pereza del mundo, empezó a quitarse la ropa que llevaba puesta, y se metió a la fría y amplia ducha. Sus vellos se erizaron ante el repentino fresco que se colaba por su piel, así que lo más rápido que pudo, puso el agua caliente, y esperó a que la temperatura del agua estuviera a su gusto.

Su cabeza no paraba de dar vueltas; que loco es el mundo y todo esto del destino.

Aún no cabía en su cabeza como había pasado todo el embrollo en menos de 24 horas. Era increíble, e incierto a la vez.

Las gotas de agua empezaron a resbalarse por la piel dorada del rubio, quien de inmediado, empezó a sentir sus músculos destensarse, y la relajación apoderándose de su cuerpo.

Que locura. Encima, había descubierto que Marinette era la chica de su sueños. Suspiró sin poder creerlo. ¿Cómo había sido tan estúpido siquiera de rechazarla?

Ahora, entendía el porqué siempre había sentido algo más que una ligera atracción hacia ella. Todo esto se había acentuado en las noches que habían estado hablando por horas, pero aún así, se sentía la peor persona del mundo por hacerle eso a la mejor persona del mundo.

Dejó que el jabón olor a vainilla se corriera por su cuerpo, y rápidamente salió de la ducha, envuelto en su albornoz negro. Su habitación estaba caldeada, pero salir de la ducha casi en llamas y sentir el frío aire soplar en tu cara, no era una sensación agradable.

Con sus dientes castañeando, caminó hacia su armario. Se decantó por unos pantalones verde oscuro, y una sudadera granate, todo a juego con sus zapatillas naranjas habituales.

Su cuerpo de acostumbró rápidamente a la costura de la ropa, calentandolo casi al instante. Su barriga emitió un rugido, prácticamente rogando por comida o un chocolate caliente.

Dejó el albornoz en el cuarto de baño, y volvió de nuevo al armario. Una sonrisa se postró en su rostro, y lo abrió con fuerza y rapidez. Sus ojos se iluminaron al ver la prenda, y la llevó a su nariz, donde empezó a oler el aroma que desprendía.

«Rosas frescas.»

Pensó mientras sonreía a más no poder, y se la guardaba en la mochila.

—¿Plagg? ¡Vamos que tengo hambre! —exclamó con entusiasmo el adolescente.

—¡Ahora me entiendes cuando tengo hambre, ¿no?! —expresó frustrado el pequeño minino tragón, mientras se dejaba ver con una enorme rodaja de queso camembert.

Adrien no evitó que la risa saliera de sus labios. —¡Glotón! Yo llevo sin comer desde ayer, tu ya habías comido. —abrió su mochila, esperando a que el gatito se metiera en ella.

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