Capítulo 31

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El silencio se apoderó de la sala. Ladybug se levantó como si tuviera un resorte en el cuerpo, analizando el lugar.

A lo lejos, pudo observar como unos grandes ojos verdes, vidriosos, la observaban con sorpresa. Ella abrió sus ojos como platos, sin creerse lo que estaba viendo.

El tiempo se había parado para los dos, pero ella pudo reaccionar, y empezó a caminar lentamente hacia la persona que se encontraba delante de ella.

—¿A-Adrien? —se atrevió a preguntar con temor, sin poder imaginarse que de verdad el chico estuviera allí, a salvo.

—Marinette... —su voz salió rota. Su garganta dolía por los chillidos que había estado pegando. Las lágrimas empezaron a salir de los ojos del rubio, sin creerse que en verdad ella estuviera ahí.

La azabache corrió, y empezó a quitar las correas que estaban atadas en las muñecas y los tobillos del chico. Su corazón palpitaba fuertemente, agradeciendo el hecho de que en verdad él estaba a salvo.

Cuando lo hizo, el rubio elevó su cuerpo hacia arriba, quedándose sentado en la camilla de metal, y abrazo con fuerza a la joven. Abrió los ojos, observando a sus amigos. Su estómago dio un vuelco, y se sorprendió de verlos todos allí.

Marinette aceptó el abrazo de su camarada, y lo apretó con fuerza. No dejó que las lágrimas cayeran de sus ojos ora verse fuerte, pero por dentro se estaba rompiendo por dentro.

Queen Bee, Carapace y Rena Rouge se levantaron del suelo, y observaron la escena entre sus compañeros. Se acercaron a ellos rápidamente, fundiéndose los cinco en un efusivo abrazo.

Cuando se separaron, Carapace no evitó hablar.

—¿Estás bien? —preguntó, y sin darle tiempo a responder, empezaron las preguntas al modo madre —¿¡Porque demonios estás aquí metido, tío?! ¿¡Alguien te ha metido aquí?! ¿¡Qué es lo que ha pasado?!

Adrien se abrumó un poco por las preguntas, pero la verdad de nuevo vino a su mente como un cassette rallado. Sin asimilar aún aquella información, clavó la vista en el suelo, en shock.

Todos los demás analizaron la actitud del rubio.

Claro, Adrien estaba en un grandioso dilema... Su padre era el malo de la película, pero ¿en verdad iba a decir la verdad y arriesgarse a que su progenitor saliera herido? ¿O iba a dejar que el bien acabara, trayendo la paz pero sin saber a ciencia cierta si su padre iba a salir ileso?

Su cerebro estaba trabajando a mil, y su estómago y corazón dieron un vuelco.

«Maldita sea».

Pensó sin saber que hacer.

Pero una mano enguantada de color rojo se posó sobre la suya, entrelazando sus dedos, y dándoles un pequeño y ligero apretón.

Aquello le hizo volver a la realidad. Levanto la mirada, observando a la azabache delante de ella. Observó sus preciosos ojos zafiro. Estaban cristalinos, y podía sentir el aura de cansancio que emanaban todos sus compañeros, pero en especial la heroína.

Ella era la que peor había salido en estos últimos días.

Apretó la mano de la chica, cerró los ojos y elevó su cabeza hacia el techo.

—Cuando llegué a casa en forma de Chat Noir, pensaba que me había salvado. Pero cuando baje a tomar el desayuno, encontré a mi padre —hizo una ligera pausa, y apretó un poquito más la mano de la joven — y a Natalie en el comedor, con cara de pocos amigos —de nuevo, volvió a quedarse en silencio. Los recuerdos de hace unas horas, volvían a su mente de manera brusca, aturdiéndolo —. Empezaron a regañarme, pero no podía poner atención a nada de lo que me estaban diciendo porque mi padre no llevaba su característico pañuelo que cubre su cuello, y pude observar una joya en forma de mariposa.

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