Capítulo 35

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—¿Adrien... Agreste? —preguntó confusa la diseñadora.

—Sí —Ford sonrió ampliamente, mirando los zafiros de la joven —, debería serte conocido. Su padre fue uno de los grandes diseñadores de Paris también.

Marinette frunció el ceño —Yo...

—¡Léo, te necesito en la sala! —una mujer de pelo rubio abrió una puerta dejándose ver. Los dos se sobresaltaron, pero más la joven azabache.

—Lo siento, Marinette debo marcharme. Muchas gracias por la reserva —el hombre empezó a caminar hacia la puerta que conducía hacia donde estaba la mujer —. Luego nos vemos —y dicho esto, se fue de la vista de la joven, dejándola echa un lío.

«¿Adrien Agreste? ¿Quién demonios es ese?».

No evitó que esos pensamientos cruzaran por su mente, sin evitar tampoco la melancolía que le producía ese nombre, pero ¿porque? Es decir, nunca antes había escuchado ese nombre, y menos sabía quién era el dueño de este.

Movió la cabeza a ambos lados, sacudiéndola, y empezó a caminar escaleras arriba a reservar el piano de su amiga y del pupilo de Ford.

~_~

Se encontraba en la sala, escuchando como los dedos de su amiga se deslizaban por encima de las teclas del piano, provocando melodía para sus oídos.

Mentiría si dijera que no había hecho el intento de escuchar el pequeño error que Léo le había comentado, pero para su no-entendido oído musical, sonaba todo de maravilla.

Nicolau se encontraba dando vueltas a la sala, escuchando a la muchacha.

—Relaja los hombros, te estas poniendo tensa y por eso te estas adelante al tempo que debes ir —la cara de desconcierto de Marinette lo era todo. ¿Que se estaba adelantando? ¡Pero si estaba soñando perfecto!

Chiara suspiró, elevando las manos al aire —Estoy nerviosa, es normal que me tense —se levanto de la silla, y abrió la ventana que daba a los jardines traseros que tenía el auditorio. El aire soplaba en su cara, relajándola un poco.

La diseñadora sintió que estorbaba en aquella conversación en la cual no tenía voz para decir nada, por lo que con sutileza, empezó a caminar hacia la puerta, y salió de la habitación. Apoyó su espalda en esta, y emitió un gran suspiro que no sabía que había estado reteniendo.

—¿Nerviosa? —una dulce voz se dejó escuchar, haciendo que Marinette levantara la vista.

Un joven, de pelo rubio y ojos verde esmeralda, se encontraba vestido con un esmoquin de color negro, camisa blanca y corbata negra, sobresaltando así sus ojos. Su atuendo era espectacular, tenía diseños que daban a entender que eran modernos, y junto con la corbata que tenía pequeños detalles en blanco, le había dejado con la boca abierta.

Por no decir que el joven también ayudaba a lucir más el traje que llevaba puesto.

Sin saberlo, se había quedado fijamente mirándolo, provocando que el chico se riera.

Aquello sacó a Marinette de su mundo, y volvió a la realidad.

—Oh, no, yo no toco —empezó a negar con las manos —, estoy aquí por una amiga.

El rubio abrió los ojos, y sonrió —Ouh. Bueno saberlo. Oye, ¿quieres que te enseñe una cosa?

La azabache frunció el ceño, y sin darle tiempo a responder, el chico ya tenía su manos encima de la suya, y empezaron a correr escaleras abajo. Marinette estaba realmente sorprendida.

No sabía como lo estaba haciendo, pero estaba corriendo en tacones, y un chico bastante atractivo para ella la estaba arrastrando a quien sabe dónde.

Salieron del auditorio, donde todos los paparazzis empezaron a hacerles fotos. Los dos jóvenes no se acordaban de ellos, por lo que con más rapidez, el rubio corrió hacia la parte trasera del edificio, en donde estos no podían entrar.

La azabache como pudo, le siguió el ritmo, soltando blasfemias hacia el chico. Estaba completamente loco.

Cuando menos se dio cuenta, el chico soltó su mano, y ella pudo respirar. Puso sus manos encima de sus rodillas, e inclinó su cuerpo hacia delante, mostrando el cansancio que le había provocado correr.

Giró su cabeza hacia la izquierda en donde el chico se encontraba en la misma posición que ella, pero la diferencia era que él sonreía ampliamente mirándola.

Marinette se sonrojó, pero rápidamente quito esos pensamientos de su cabeza, y elevó su cuerpo, cruzando los brazos por encima de su pecho.

—Estas completamente loco, ¡has salido corriendo del auditorio! —soltó un tanto molesta, sin mirarlo y cerrando los ojos.

El rubio la miró levantando las cejas, de manera pícara —Sí, eso es verdad, pero mira esto —la azabache sintió las tibias manos del joven en su mejilla, haciendo que girara la cabeza hacia la derecha. Abrió sus ojos al tacto, y pudo visualizar un pequeño lago, rodeado de césped con algunas rocas negras. En el agua, patos nadaban tranquilamente, y a lo lejos, podía visualizar con mayor amplitud un precioso bosque que tenía las hojas pintadas de color naranja.

Sus ojos se abrieron; aquello le recordó a un pequeño estanque que también se encontraba en Paris. Sonrió ante el recuerdo.

—La gente está tan centrada en la competición, que ni siquiera es capaz de hacer el intento de conectar con el mundo de Chopin —la voz del chico hizo que Marinette girara la cabeza hacia él, clavando sus vista. Se encontraba en la pequeña valla que había ahí, apoyando su codo en esta, para después posar su barbilla.

Su acento era francés, sin dudarlo, por lo que sonrió y se acercó más a él, imitando su acción.

—Tu tocas, ¿no? —preguntó girando un poco la cabeza, aunque lo había reconocido por las palabras anteriormente dichas por el chico.

—Sip —él giró su cabeza para mirarla de manera abrasadora a los ojos —. Vaya, eres la nueva Sherlock, encantada de conocerla señorita.... —el rubio, de manera elegante, cogió la mano de Marinette, y depositó un pequeño y dulce beso en ella, provocando escalofríos en el cuerpo de ambos.

La azabachado se sonrojó un poco, y carraspeó su garganta —Marinette. Marinette Dupaing Cheng.

El ojiverde sonrió ampliamente, recuperando la postura.

—Mi nombre es Adrien Agreste —el chico sonrió mirándola. Por los tacones que la chica llevaba puesta, eran más o menos de la misma altura, pero se podía ver claramente que la joven sin los tacones, era unos cinco centímetros más baja que él.

Al escuchar ese nombre, ella abrió los ojos como platos.

—¿Adrien... Agreste?

Adrien llevó su mano al pecho, y sonrió —En carne y hueso, cherie.

Su cuerpo se había quedado en shock, no sabía que decir. Por primera vez en mucho tiempo, alguien a quien acababa de conocer le transmitía tanta melancolía y tanta paz a la vez, que no sabía como sentirse al respecto.

Simplemente apartó su mirada de la de Adrien, y empezó a caminar por alrededor del estanque, sin saber cómo comportarse.

En su estómago habían mariposas pero, ¿porque? No lo conocía de nada.

El rubio se posó a su lado, en silencio, intentando conectar con el mundo de Chopin como había dicho anteriormente.

Pero el sonido de un teléfono móvil sacó a ambos de la burbuja en la que había entrado.

one last time ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora