4| "Sé lo que hago" y "No lo haces solo por ti"

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Me terminaba de alistar para ir a clases, Carlos pasó por mí hoy y esperaba en la sala. Mientras cambiaba los cuadernos, la puerta de la habitación se abrió, Era Victoria, tenía su sonrisa dulce e interesada.

—¿A qué le debo el honor?

—Hermanita, necesito de tu influencia —cerró la puerta y se acercó hasta sentarse en la cama—. Eres toda una dulzura y sé que funcionará.

—¿Sobre qué? —dejé a un lado la mochila y me centré en ella.

—Ayudame a conquistar al vecino.

Ah bueno, ya se le escapó el tornillo que le quedaba.

—¿A cuál? —recordé sus comentarios— ¿te refieres a Mario?, Pues estás bien loca, es solo unos años menor que papá y—

—Edward —me interrumpió.

¿Ah?. —¿Cómo crees que podría ayudarte? Apenas logro que me hable.

—Eso será lo de menos —se levantó de la cama—, eres tan positiva que no tardará en ser tu amigo, y allí es donde aprovecharas para meterme en su cabeza —Se levantó y dejó un beso en mi mejilla—. Sé que podrás —no esperó repuesta y se fue.

Genial, me metió en esta situación sin aceptar.

•••

En las horas de clase estuve un poco distraída, recordaba lo que me pidió Victoria y lo complicado que sería, además de que no le veía el motivo porque ella ni siquiera había hablado con Edward.

Cuando llegué a casa me alisté para limpiar el jardín, específicamente mis girasoles; me había puesto un viejo traje de mecánica que Víctor me dio, perfecto para esta labor. Tenía algunas piedritas en los bolsillos, me acerqué a la ventana para tirarlas pero al instante tuve otra idea.

Empecé a arrojarlas a la ventana de Edward.

—¡Hey, Edward! ¡Sal! —lo llamé dos veces.

Éste salió al tercer golpe, solo que no lo había previsto y la cuarta piedra iba tras la anterior, por lo tanto lo golpeó en la frente. Cerró los ojos con frustración, y al abrirlos me dedicó una mirada molesta y cerró la ventana de un golpe.

No pude evitar reírme, ver esa expresión no tuvo precio.

Luego de limpiar la maleza entre los girasoles me preparé para ir a visitar a Edward. Cuando llegué Tara me recibió y acompañó a la puerta de la habitación.

La puerta no tenía llave. —Hola —hablé al entrar.

—Hola. —Edward estaba en su silla de ruedas viendo a la ventana.

—¿Qué tal el día? —caminé hasta sentarme en el sofá.

—Me pegaste una piedra en la cara, ¿cómo crees que va?.

—Te queda el sarcasmo ¿eh? —intenté bromear. Más mi broma quedó solo en eso, en un intento, porque si antes quería ignorarme ahora lo hizo más cuando giro su silla por completo hacía la ventana. —Bueno... ¿Quieres hacer algo?.

No respondió, y el hecho de que no me mirara comprobaba que no tenía intenciones de hacerlo... Así que decidí aprovechar el momento, solo que no estaba segura de la manera correcta para hacerlo.

No lo pensé dos veces cuando volví a hablar. —¿Cómo te gustan las chicas?.

—¿Qué? —se escuchó extrañado.

—Ya sabes, preferencias... Altas, bajas, morenas, de cabello negro, rubias... —recalqué la última palabra con sutileza.

Él no respondió.

Amor Entre las Flores ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora