35| Silencios y Castigos

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  Otra vez estábamos en la carretera. Y sí, también el silencio nos acompañaba.

Ayer tarde luego de que Edward se depidiera de Frank con el «lo siento» , se fue al auto y yo me quedé junto con Marilyn y su familia hasta que no hubo nadie. Ya era bastante tarde cuando la familia Duran nos ofreció hospedaje por la hora y la condición en la que estabamos, acepté sin consultarlo con Edward y sin considerar que mis padres me podrían matar.

Edward ni siquiera protestó cuando le informé lo que haríamos, solo asintió y ya. Y estuvo igual de perdido lo restante de la tarde y noche, incluso lo obligué a comer sin recibir protestas. Pedí a los Duran que nos dieran una habitación para los dos dejando en claro que solo lo hacía porque me preocupaba su bienestar y no porque tuviéramos una relación o algo así. Marilyn lo comprendió y agradeció que lo hiciera porque para ninguno era un secreto lo mal que estaba Edward, el chico destilaba tristeza.

Sentí que iba a explotar y no sabía la emoción precisa que provocaba esto. Ya eran casi doce horas sin escucharlo soltar palabra. Si llegábamos a casa y no decía nada lo  golpearía sólo por escuchar un quejido, porque ni siquiera eso, no lloraba, no suspiraba, no decía que se odiaba siquiera. Absolutamente nada salía de él.

Alejé mi vista del camino un momento y lo miré. Veía por la ventanilla con actitud ausente. Incluso consideré que tenía alguna depresión severa.

Suspiré, ya no tenía paciencia, debía hacerlo hablar. —Edward.

Tardó unos buenos segundos en voltear. Me tomé como prioridad intercalar mi atención en el camino y él. —Tienes que hablar, porque sino dices algo ante de que lleguemos a casa algo malo va a pasar —hablé con severidad.

Y sorpresa, no respondió.

—Ya estuvimos en la policía ayer —continué—, no tengo ningún problema en volver hoy tras chocar contra otro auto intencionadamente. —Sí, una excusa que ni yo creía pero la que tampoco perdía en intentar—. También puedo detenerme en medio de la carretera y volveré a cantar el himno y no me moveré hasta que tu mismo me calles. —Sabía que eso era estúpido, pero solo una sonrisa suya lo valía.

—¿Y como podría callarte?

Dios, ya empezaba a sentir que olvidaba su voz. Lo miré y él también lo hacía, solo que en su rostro no estaba la sonrisa que quería. Seguía pareciendo distraido.

—No lo sé, mientras sueltes palabras funcionará.

Esperé su respuesta, temiendo que volviera a callar lo miré justo en el momento que su expresión cambiaba. Una sonrisa ladeada y burlona se formaba en sus labios, y sí, me encantaba. Pero sabía que no era algo bueno.

—¿Así que puedo callarte de cualquier manera? —preguntó con cautela.

—Sí... —no podía evitar hablar con duda.

—Justamente como quería hacerlo ayer...

—¿Ayer? —inevitablemente arrugue el ceño. Quizá estaba confundido, porque justo ahora empezaba a hablarme.

—Sí ¿no lo recuerdas? —negué y volví mi vista al camino—. En el restaurante.

Esperé unos segundos para verlo y responder, pero la vida es tan irónica que cuando lo hacía comprendí el trasfondo de sus palabras, o bueno, creía hacerlo. Recordé lo sucedido ayer en el restaurante e intentaba omitir al molesto camarero pero fue la clave para ese recuerdo. —¿Ah, sí? —traté de fingir que no recordaba eso, porque si él se refería a otra cosa moriría de verguenza—, pues ando un poco pérdida... No sé de que ha—

—No sabes cuanto quería callarte —me interrumpió y agrandó su sonrisa—, y apuesto que tu también querías ¿no?

Mi corazón se aceleró. Hablabamos del intento de beso. Él lo sabía, yo lo sabía.

Amor Entre las Flores ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora