Géarchéim

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Los años pasaban y la belleza de Acalía la hacía merecedora de muchas miradas de otras personas, era una niña preciosa 6 años muy inteligente que jugaba en los patios del castillo, era hija única y no la dejaban que viera otros niños del reino, era trataba como un tesoro porque era un tesoro, era el milagro de que todos estaban esperando, aunque nadie temía del poder que podía tener esa infante tan frágil, todos sabían y rogaban a la luna que así fuera.

Acalía corría animadamente por aquellos jardines decorados con mármol negro y rosas blancas, no se le permitía tocar los jardines, pero ella era más irreverente que educada, en su cabeza no entendía como las personas la hacían usar a diario una corona negra, vestidos largos, zapatos de charol y aún más no entendía claramente todas las clases que tomaba, pero amaba profundamente la tradición de su pueblo, sentía como la vida de todos los pobladores, la de la familia real y la de sus padres se manifestaba en sus adentros y la vivía, la sentía y respetaba. Cada noche antes de dormir le rezaba a la luna, al mar y a la magia para que obraran en pos de ella y de toda su gente, tenía claro que algún día la corona de Tafnedara caería en su cien y que gobernaría al igual que sus padres.

Luego de una intensa jornada de juegos y alboroto causado por la pequeña princesa de cabello negro, caminaba junto a sus cuidadoras dentro de la casa dirigiéndose a su habitación que a pesar de ser completamente blanca era uno de sus lugares favoritos en el mundo, porque nadie más que sus padres podían entrar ahí, ella era totalmente libre en ese lugar, aparte de que nadie podía molestarla mientras ella estaba dentro de sus aposentos, ella luego de ser cuidada por tantos años con una intensidad aberrante, descubrió en la chimenea de la pequeña sala que tenía una compuerta que daba a un túnel que llevaba a un pasillo poco transitado por la servidumbre y cuando sus cuidadoras dejaban a la pequeña Acalía dentro de su lugar prohibido, ella se escapaba para conocer el castillo.

Llevaba alrededor de dos años haciendo lo mismo, aún no conocía bien su hogar y existían lugares recónditos, escondidos con la penumbra encima que estaban esperando ser descubiertos por la niña ansiosa de conocer.

Caminaba lentamente para que los pequeños zapatos no hicieran ruido en los pisos forjados en mármol negro, encontraba otra puerta no estudiada por sus ojos, procedía a abrirla y a esconderse entre los muebles, hoy podía apuntar a su bitácora que había descubierto la biblioteca que tenía una gran mesa de piedra volcánica traída desde el este de sus tierras, esta estaba al centro de la habitación con muchas sillas a los lados, pensó que quizás aquí era donde su padre tenía todas las reuniones con los duques y cónsules del planeta de Tafnedara, al igual que podía recibir las visitas diplomáticas, aunque no eran recurrentes por ser un planeta alejado.

Acalía conocía bien esas reuniones al oír a un par de guardias como hablaban sobre ello, la soledad la había hecho curiosa y sin duda tenía toda la inteligencia heredada de sus padres, que eran gobernantes excelsos, o eso se escuchaba en los pasillos del palacio.

Un fuerte ruido proveniente de la puerta principal que anunciaba la llegada de nuevos visitantes que no tenían idea de la presencia de la pequeña princesa, esta corría a esconderse a uno de los grandes armarios que se encontraban a un lado de la mesa.

Entraba su padre con los cuatro duques que estaban encargados de todas las tierras y mares restantes que el rey no podía fiscalizar, se sentaban en silencio y se notaba que había un problema, ellos más que amigos, eran una familia, pero había algo que los estaba afligiendo.

El rey Elion Kiliam se sentaba en la cabecera de la mesa, mirando hacía ella pronunciando sus primeras palabras.

-Estamos en una crisis terrible, yo sé que puede sonar un poco humillante, pero no es culpa de nosotros – miraba la roca tallada.

Coróin di Caliopé(Armitage Hux)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora