—Conseguí un poco de pan para ti —me susurró al entrar en la habitación.
No sé cómo, pero siempre al terminar de comer, cuando yo sentía hambre y dormir se me hacía imposible, Elián traía algo para alimentarme. Creí que tenía un pacto con la cocinera del lugar, él jamás me dijo su secreto.
—Ten —partí el pan a la mitad y le di un trozo.
—No —se negó a aceptarlo cruzándose de brazos para esconder sus manos—. Yo te lo traje para ti, es tuyo.
Susurrábamos en medio de la oscuridad, ya era de noche y los demás niños debían estar dormidos. Nadie podía enterarse que teníamos comida, nos pedirían o quizá nos acusarían.
—No seas orgulloso. Sé que odias el brócoli y hoy en la cena los dejaste a un lado. Ambos podemos compartir el pan —volví a ofrecerle el pedazo. Rogaba con la mirada que lo tomara y al ver que la suya se suavizaba, supe que no se podía resistir.
—Eres terca y manipuladora, Zara —dio un suspiro—. Pero soy vulnerable a ti, y lo sabes.
Sonreí cuando su mano rozó la mía para obtener el alimento.
En la penumbra devoramos el duro y viejo pan, al cabo de unos minutos ni siquiera quedaban las migajas.
Unos pasos se alzaron en el silencio y nos acostamos con rapidez. La cama rechinó al instante que saltamos y nos cubrimos con la gastada manta. Fingimos que dormíamos y hasta roncábamos sobre el estrecho colchón.
Un haz de luz se entrevió en la habitación. Abrí un ojo para confirmar que se trataba de Olga; la odiosa y desagradable dueña del establecimiento en el que vivíamos. Pronto encendió las luces y chocó dos cacerolas causando un sonido ensordecedor y molesto.
—¡Despierten, mocosos! —gritó sin emoción, su tono era plano y su voz rasposa. Los niños del orfanato se quejaron con sonidos de garganta, mientras que con las manos frotaban sus ojos para adaptarse a la repentina luminiscencia— Dejaron a una niña en la puerta, así que ahora es una más de ustedes.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Elián en un tono apacible desde la lejanía. Sin embargo, la pequeña de alrededor de 7 años no contestaba. Se abrazó a su peluche de un conejo y bajó la cabeza.
—Vete a dormir con Zara y Elián —le ordenó Olga y seguidamente le dio un empujón en la espalda para que comenzara a caminar. Ella se quedó en su lugar, pero a la dueña del lugar no le importaba en lo absoluto, volvió a apagar las luces e irse tras cerrar la puerta.
Para ese entonces éramos más de 25 chicos, todos con distintas edades. Elián y yo teníamos 15 años, no éramos los más pequeños, pero tampoco los más grandes.
Nadie le dio importancia a la reciente compañera, tenían bastante sueño y malhumor. Aunque pensándolo bien, ellos siempre eran así.
La niña seguía allí, creí que no se movería, pero en realidad estaba temblando del miedo. Me levanté de la cama y aprecié sus irises grises que contrastaban con lo morena que estaba su piel y los pequeños rizos negros que tenía en el cabello.
—Yo soy Zara —me presenté—, pero también puedes llamarme Zari, como lo hace Elián. Ven —toqué su brazo y apartó el conejo de felpa de mí, como si temiera que se lo quitase—. Vamos, si quieres puedes dormir con tu peluche. ¿Sabes? Yo solía dormir abrazada a un oso de felpa —comenté con amabilidad.
Los ojos de la pequeña finalmente me miraron, sintiéndose comprendida. Quizás ese fue el botón que la impulsó a hablar y tomar confianza.
—Me llamo Moli —murmuró en tono bajo, respondiendo a la pregunta de mi amigo. Extendí mi mano y la tomó dudosa. La guie hasta la cama final y la senté allí—. ¿Qué hiciste para dejar a tu oso de felpa? ¿No lo extrañas? —indagó con cierta vergüenza.
—Cuando llegué aquí no podía despegarme de él. Hasta que Elián llegó y olvidé por completo su existencia. Si te soy sincera, no lo extraño, apenas lo recuerdo —me agaché para estar a su altura y tomé la mano de Elián—. Pasé de abrazar a mi peluche a dormir abrazándolo a él —confesé con una corta risa.
—¿Son novios? —interrogó con un tono parecido al de alguna cancioncilla pegadiza mientras acariciaba las orejas del descuidado muñeco.
—No. No somos novios —contestó él por mí. En su voz no había emoción, mucho menos molestia o cansancio. Era tranquila y lenta, como si quisiera aclarárselo de lo forma más amorosa posible.
—¿Por qué no? —Moli nos miró a ambos de manera alternada.
Elián posó su mirada sobre mí y se quedó allí durante largos segundos. Mis ojos se movieron solos y se conectaron con los de él. El brillo de la luna que entraba desde la ventana se reflejaba en ellos.
Sus labios se abrieron con la finalidad de responder algo. Sin embargo, frunció el ceño y cerró la boca. Tal vez no encontraba la manera o las palabras para contestar esa pregunta. De hecho, yo tampoco podía encontrarla.
¿Por qué no éramos novios?
¿Qué era con precisión y exactitud lo que sentíamos?
Aquella duda parecía imposible de contestar. Sólo eran tres palabras, y sentía que mi cerebro iba a explotar.
Simplemente; ¿por qué no?
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El lujo de amar
Teen FictionAnoche pensé en él. Recordé las palabras que me dedicó alguna vez "Tú eres todo lo que necesito para estar bien" "Eres mi familia" "Nunca te dejaré". Recordé las caricias, incluso su mirada. Me acuerdo a la perfección cómo nos conocimos: en aquel...