¿Alguna vez tuviste esa sensación imperativa de confesarte y a la vez estar sumamente aterrado por la respuesta?
Pues mi mente no dejó de reprocharme las variabilidades desde que se encendió por la mañana. Todo estaba en silencio, Tania había salido muy temprano y Elián seguía durmiendo resguardado entre mis brazos. Apoyé mi mejilla en su espalda, podía escuchar sus suaves latidos, también la calidez que emanaba su piel por las cobijas. Por último, di una profunda inhalación, me gustaba su aroma. Olía como a un tipo extraño de caramelo mezclado con hierbas o quizá flores, no se trataba de ningún perfume o jabón, ese era su olor natural.
Tenía que admitirlo, pensar en un beso me causaba curiosidad. Quería besarlo, quería descubrir cómo sabían sus labios o el aliento en su boca. Sin embargo, me aferraba al pensamiento de que necesitábamos tiempo para procesarlo.
Además, estaban esas palabras sueltas que me susurró la noche anterior. ¿Por qué se lo notó tan abatido y fue imposible que acabara con la oración? Nunca nos mentimos, nunca nos ocultamos nada y no me agradaba el hecho de que nuestras emociones nos trajeran cosas negativas.
Me levanté de la cama para alistarme. Con sigilo me acerqué a la ventana, había un par de niños acariciando a las vacas y cambiando el agua que dejaban en unos tarros de madera en la cerca. Víctor observaba los movimientos y de vez en cuando se acercaba para ayudar.
Me di una ducha rápida para despejar mis pensamientos. Al salir me planté frente al espejo y me peiné sin dejar de mirar el reflejo.
Una chica morena y de cabello lacio salió de uno de los cubículos pintados de verde y se acercó a lavar sus manos. Sus ojos verduzcos, preciosos como dos gemas se fijaron en mi figura y de inmediato esbozó una mueca desdeñosa.
—Tú eres la chica nueva, ¿verdad? —su deje era dulce, aunque supuse que falso. Se dio la vuelta, apoyó sus caderas en el lavabo para revisarme de pies a cabeza— ¿Eres la que entró llena de sangre y con un niño rubio a la par?
Por su altura y facciones marcadas le calculé diecisiete años, pronta a cumplir dieciocho para largarse de Acuarelas coloridas.
Levanté mis comisuras como simbolismo de educación y cordialidad.
—Sí, entré ayer.
—Ajá, ¡te vi, estaba en el porche cuando llegaste! —enunció con una muy fingida exaltación. De la nada su actuación se desarmó y dejó su semblante caer en una expresión sagaz, viperina e inescrupulosa— Tú tenías puesto aquel traje de puta barata. Dime, ¿uno de tus clientes te dejó insatisfecha y decidiste matarlo? Por eso estabas ensangrentada, ¿verdad?
El recuerdo de cuando me pusieron la ropa exhibidora se sintió como un puñal hacia mi garganta. Los gritos del hombre pujando por mi cuerpo me desconcertó, el toque de ese viejo depravado que me obligaba a mantenerme en la cama me provocó unas ligeras náuseas.
Regresé en el presente y busqué en las facciones afiladas un ápice de compasión o empatía.
—No fue así —balbuceé con una parsimonia irreal.
—Ah, ¿no? ¿Entonces cómo? Cuéntame, estoy interesada en verdad —se encorvó un poco para estar a mi altura y se rio en mi cara— ¡Ya sé! Fueron ese chico y tú, ambos mataron a un hombre sin intenciones de pagarte, ¿o es que acaso fue más de uno?
El aliento se me cortó al recibir en mi mente los ojos lascivos a los que fui capaz de acuchillar y luego los ojitos tristes, cansados, grises y hermosos de Moli, aquellos que desprendían esperanza y paz.
Mojé mis labios, mi reflejo me decía qué mal me encontraba. Mis fosas nasales se dilataron, sentía que se me acababa de bloquear el habla y todo lo que deseaba era acurrucarme en una esquina para llorar en mis palmas.
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El lujo de amar
Teen FictionAnoche pensé en él. Recordé las palabras que me dedicó alguna vez "Tú eres todo lo que necesito para estar bien" "Eres mi familia" "Nunca te dejaré". Recordé las caricias, incluso su mirada. Me acuerdo a la perfección cómo nos conocimos: en aquel...