Capítulo 13: Desmentí algunos fraudes

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Suelen decir que la memoria es la principal causa de la tristeza, como si guardar momentos preciosos hicieran que la actualidad se sintiera insoportable. Creen que saber el hecho de que estuviste mejor en el pasado provoca mayor dolor en el presente que ser ignorante. Es curioso que a mí me pasara lo contrario.

Sin aquellos recuerdos felices no hubiera podido encontrar las fuerzas para mantenerme de pie.

Nos enviaron de nuevo a nuestra habitación, supuse que al día siguiente se efectuaría el "pago". Éramos los nuevos, nos estaban dando una noche para acomodarnos.

Sin embargo, en las habitaciones contiguas podía percibirse el rechinido de camas, los quejidos de muchachas y los comentarios depravados de algunos hombres. Era asqueroso. Sentía un nudo en el estómago y los ojos dilatados por contener las pesadas lágrimas. Llegué a pensar que estaba en el infierno.

Tapé mis orejas con la almohada, me sentí como aquella niña pequeña que se asustaba cada que sus padres elevaban el tono de su voz. Esa niña sin aspiraciones en la vida, sin motivaciones más que sobrevivir.

—¿Por qué les dijiste a los demás? —inquirió Moli añadiéndole una connotación de pena. Se sentó en mi colchón para mirarme con mayor detenimiento.

—Sólo quería ayudar —contesté sensible.

—Lo sé, pero ninguno de ellos merecía ser salvados después de las cosas feas que te dijeron.

—Tampoco merecen estar aquí, Moli.

No la convencí, mas ninguna tenía las fuerzas para una discusión.

—¿Puedes contarme otro cuento? —rogó haciendo puchero.

Asentí y le hice un espacio en el colchón, ella se recostó a mi lado. Todo ese maquillaje no le sentaba bien a su piel, me encargué en borrarlo con suaves caricias y ordenar su cabello a su estado natural.

De fondo se oían gemidos varoniles y lamentos. En nuestra habitación había llantos y oraciones al cielo. Entre tanto ruido me encargué de dar mi mejor versión del flautista de Hamelin. Al cabo de unos minutos se quedó dormida. La noche avanzaba a medida que los chicos se quedaban dormidos.

Cuando noté que era la única despierta me propuse dormir, quizás en los sueños no pensaría en lo que podría pasar al día siguiente. Como dije, mi sueño era muy ligero, antes de llegar al descanso el sonido del picaporte me despertó. La puerta de madera hizo un leve rechinido hasta que una voz detuvo el movimiento.

—¿A dónde vas? —ese era Reinaldo, su fuerte y claro deje me provocaba escalofríos.

La puerta se volvió a cerrar con un sonido seco.

—Lo siento, estaba buscando el baño —se excusó la voz detrás de la puerta.

Era Elián, su voz era inconfundible; suave, amable y varonil. Los recuerdos me atraparon, no había dudas, se trataba de él. Sentí un cosquilleo agradable por primera vez en el día. Mis sospechas eran ciertas.

—Ven, yo te enseño. Pero ya no vayas por esas partes —condicionó Reinaldo trazando algunos pasos audibles.

Sonreí. Él estaba vivo.

Intenté con todas mis fuerzas dormir un poco, pero me fue imposible conciliar el sueño. No sentía un sosiego increíble, la paz me seguía faltando, las preguntas comenzaban a armarse. Por la mañana parecía que todo eso iba en aumento.

Tomaron a Moli a la fuerza y la sacaron en contra de su voluntad. Ella se quejaba y gritaba asustada por lo que le iban a hacer. Para apaciguar el escándalo Reinaldo se sentó en frente de nuestros colchones y sonrió de una forma falsamente afable.

—No me gusta verlos así de tristes, levanten esas caras largas —animó como si todo estuviera bien. Todos lo observábamos escépticos y molestos—. Si ustedes cooperan esto será mucho más sencillo y más pronto los dejaremos libres. Hagan su parte y nosotros la nuestra, ¿es un trato?

Nadie contestó, sólo lo dejaron seguir con su monólogo.

—Compórtense y hagan todo lo que se les pide, no nos den problemas o traten de escapar, no creo que quieran saber las consecuencias.

Viendo el rechazo que nos provocaba decidió salir de la habitación.

—No nos dejará salir jamás —aseveró uno de los chicos tras cruzar sus brazos y dar un suspiro de resignación.

La desilusión estaba en el ambiente, no quería ceder, me desesperaba saber que el negativismo se adueñaba de cada parte de mi débil cuerpo. Desde pequeña fui una persona negativa, el cambió radicó con Elián, y ahora no estaba allí para repetirme que debía mantener mi cabeza en alto, pensar en positivo y en que el mundo no es tan malo como lo pinté desde niña.

¿Pero acaso no lo era? Estábamos secuestrados para ser explotados sexualmente siendo todos menores de edad. Mis ideologías se comenzaban a desplomar, al caerse se chocaban contra mí, dolía porque no quería que así fuera.

Una hora después Moli regresó, su mirada se encontraba vacía, su rostro opaco. Parecía fuera de sí, no hablaba, no temblaba. Se acostó en su colchón en posición fetal y miró un punto en la pared por horas. Intenté hablarle, preguntarle qué había pasado, cómo se sentía. No tuve respuestas.

La impotencia me hacía morder mis labios, cerrar mis manos en puños y agarrarme la cabeza. ¿Qué es lo que podía hacer? Nada.

Otro hombre entró, no hacía falta que nos explicaran. Me miró fijo y subió el mentón en señal de que me levante. Tenía que seguirlo, así que lo hice. Me llevó a través del pasillo hasta una puerta al final. Al abrir salimos al patio exterior que vi la noche anterior.

En el centro se hallaba una piscina donde varios se bañaban, había reposeras a los costados y gazebos. Había muchas personas alrededor, algunos eran guardias, otras simples personas disfrutando estar allí. Escuché pequeñas partes de las conversaciones, la tonada era específica al igual que las jergas, estábamos en México. Claro, en ese tiempo allí era primavera.

Mi corazón latió con mayor rudeza al fijarme en una esquina. Rebeca estaba en traje de baño resaltando sus curvas, sus labios se movían mientras hablaba con Elián. Él estaba vestido con un traje negro y un corbatín en su cuello, me pregunté cómo hizo el nudo si nunca había aprendido. Su brazo estaba apoyado sobre los hombros de ella, eso me desanimó un poco. Pude sentir su mirada penetrante, se notaba distante, indiferente, con una expresión neutral.

Me detuve a apreciarlo, a confirmar que era él. Estaba tan cambiado...

—Camina —apremió el fortachón. Apretó mi brazo y tiró de él para llevarme al otro lado del lugar.

Apenas Eli vio aquello apartó su mirada fría de mí y posó su atención en la conversación con Rebeca haciendo comentarios que no pude oír, estaba muy conectado con ella. Tal vez desde el principio lo estuvieron.

Me adentré a otra instalación donde no había bares o habitaciones conjuntas, sino sólo cuartos con una cama cada uno. Mientras el hombre buscaba el número correcto mi mente ardía pensando en qué le ocurría a Elián.

¿Dónde había quedado ese amigo de la infancia que me había contado uno a uno sus traumas? ¿Por qué fingió no ver nada sabiendo perfectamente por lo que estaba pasando? ¿Cómo es que de un día para otro había cambiado?

¿Qué había pasado con eso que me prometió cuando nos escapábamos por la noche? ¿No íbamos a descubrir el amor juntos? ¿No íbamos a intentar improvisar para encontrar una verdad?

Me mintió todo este tiempo.

El guardia me empujó contra la cama y me encerró en el lugar sola, me senté en la punta para observar. Las paredes estaban desgastadas, las sábanas sucias y el armazón de la cama a punto de romperse. Y a pesar de todo eso, el silencio era mejor que las mentiras que Elián me dijo alguna vez.

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El lujo de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora