Capítulo 6: Debíamos mentir

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Improvisar

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Improvisar.

¿Pero de qué nos estaba hablando?

Estábamos más confundidos que al principio. Sin embargo, fingíamos indiferencia. ¿Qué nos importaba? ¿Verdad? Decíamos que era mera curiosidad que deseábamos saciar, aunque ambos sabíamos que su respuesta era muy relevante y trascendente para nosotros.

¿Para qué averiguamos? Días anteriores la idea de los noviazgos ni siquiera se había cruzado en nuestras cabezas.

De todas formas, ese era un día atareado, no teníamos tiempo para andar con nuestras trivialidades. Ese día vendría uno de los inspectores del gobierno. Cada tres meses llegaba uno y revisaba que todo estuviera en condiciones para seguir otorgándole el dinero a Olga, que era lo único que le importaba acerca del orfanato.

Antes de su llegada debíamos limpiar cada rincón (para demostrar que el lugar estaba en perfectas condiciones higiénicas), estar aseados y lucir como niños cuidados y felices, llevando una gran sonrisa en el rostro. Él nos hacía algunas preguntas y si las contestábamos con sinceridad Olga nos quitaba nuestra ración de comida por todo un día.

Una niña lo había hecho una vez, yo aún puedo oír el rugido de su estómago. Jamás olvidaré sus quejidos de madrugada y las muecas que hacía por el hambre. Para su suerte, un mes después fue adoptada.

¡Cuánta valentía! No sé qué sería de mí si me hubiera enfrentado a Olga. Seguro estuviera muerta del miedo. De tan sólo verla me intimidaba. Su redonda barriga y peludas cejas la hacían lucir como un temible oso que podía devorar a cualquier persona de un rápido bocado.

—Esta vez será pasta y de postre tarta de chocolate —me avisó Elián al entrar a la habitación.

Una de las preguntas que nos hacían era qué es lo que habíamos almorzado y Olga se encargaba de hacerle saber a todos lo que debían decir, así las historias de todos eran iguales y el inspector no sospechaba en lo absoluto.

—Sería fabuloso que eso fuese cierto —suspiré marcando más el deseo—. Juro que no recuerdo cómo sabe el chocolate.

—Pues tu cabello me recuerda al chocolate —confesó con una sonrisilla tierna.

Me acerqué y arreglé el moño que llevaba en su camisa a cuadros. Él jamás había aprendido a hacerlo, y eso que le había dado varias clases, todas las veces se rendía y repetía que era mejor que yo se lo anudara.

—¿Por qué? —quise saber. Me volteé para que me ayudara con el cierre del sencillo vestido floreado que llevaba.

Toda esta ropa estaba bajo llave en un baúl. Teníamos prohibido usarla en cualquier otra ocasión y este vestido era de mis preferidos, era capaz de correr para ser la primera y conseguirlo.

—Por el color —contestó con obviedad.

La señora regordeta, dueña del lugar, aplaudió en la puerta de nuestra habitación haciéndonos saber que era tiempo de ir al comedor.

El lujo de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora