Capítulo 18: Conocimos el lugar y yo la inmensa tristeza

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Después de despedirnos de José Felio y agradecerle infinitamente por rescatarnos, él nos invitó a pasar a la alta casa semejante a un hotel pequeño, pero con aspecto a granja.

Pasamos a través de los niños con miradas asqueadas e indiferentes y nos adentramos al lugar. Adentro se hallaba un fuerte aroma a pino, había un par de decoraciones rústicas y muebles discretos ambientando el living.

—¡Bienvenidos a Acuarelas coloridas! —enunció un hombre sentado en el sofá de caucho.

Él tenía las piernas cruzadas y su vista estaba perdida en un aparato móvil. Por su voz lo noté pacífico, tranquilo, como si fuese ese tipo de persona que es imposible ver enojado.

Su cabello le llegaba a los hombros, era lacio y de un color marrón tan oscuro que a veces se notaba negro. Tenía los rasgos un tanto cuadrados y una difuminada barba oscurecía parte de su mentón.

—Gracias —emitió Elián en un tono bajo.

El señor guardó su celular en un bolsillo de su pantalón y dio un suave aplauso como impulso de levantarse.

—Me presento: soy Víctor, fundador del lugar. Tengo una idea —se acercó a nosotros y nos tomó por los hombros en un gesto cariñoso e inesperado. Su voz estaba en calma, no totalmente en neutro, sino con una connotación cordial—, les mostraré sus habitaciones, dónde están los baños, se ducharán, les daré algo de comer, si quieren duerman un poco y luego les contaré cómo nos manejamos aquí. ¿Qué les parece?

—Sería genial —acoté en especial por la parte de la comida, no había ingerido nada además de unas galletas de agua que nos habían dado como almuerzo en el prostíbulo.

Nos guio hacia unas escaleras de madera ubicadas a la derecha y tras subir todos los peldaños se abrió frente a nosotros un amplio pasillo con puertas en ambos lados.

—En el lado derecho están las chicas y en el izquierdo los chicos, igual los baños al final del pasillo. Ahora, primero dejaré a... Zara, ¿verdad? —asentí despacio y él formó una suave sonrisa— Tu habitación es la segunda, la compartirás con Tania.

Dentro se hallaba una muchacha recostada. Sus ojos oscuros estaban pintados de negro al igual que sus finos labios, llevaba una blusa negra, una falda a cuadros con matices de gris y unas botas. Se veía ruda con sus audífonos puestos, aunque al verme levantó sus comisuras y movió su mano como saludo.

La puerta se cerró detrás de mí, supuse que le estaba mostrando la habitación a Eli. Observé con escrutinio el cuarto, mi lado estaba en blanco, una cama simple con sábanas dobladas en la punta, una mesa de luz vacía y un escritorio a la mitad. Al otro lado la decoración me impresionó, había muchos posters de famosos, algunas palabras que luego me enteré que eran los nombres de bandas de rock y su mesilla estaba repleta de cosas.

Me senté en el colchón rígido sin poder dejar de ver cada pequeña decoración.

—¿Te gustan? —preguntó quitándose los audífonos para ponerlos en su cuello, estaba refiriéndose a los cantantes. Su voz sonaba dulce y melodiosa.

Se sentó en el colchón para mirarme de frente. Estaba muy bonita, su cabello negro brillaba y aquel flequillo le sentaba bien.

—Siendo sincera, no los conozco —admití con una pizca de vergüenza.

—Oh, te estás perdiendo las mejores letras y melodías que podrías escuchar alguna vez. ¿De dónde vienes? —curioseó apuntando mi vestuario.

Callé. No quería hablar sobre eso, me sentía incómoda y cohibida. Pero tampoco quería mentirle, ella estaba siendo muy amable a diferencia de los chicos que se hallaban en el pórtico.

El lujo de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora