Capítulo 26: Nuestro pasado volvió

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Aquella noche fue mágica.

—¿Sabes? No sé qué se supone que tiene que pasar ahora —confesó al acariciar mis nudillos.

—Creí que ambos lo teníamos claro —dejé que mi voz se tiñera de una melodiosa risita y mi cabeza cayó en su hombro.

—¿Qué?

—Improvisar —esclarecí acompañándolo con una sonrisa.

No lo vi, pero puedo apostar con firmeza que él también estaba sonriendo.

Las luces de la ciudad se nos presentaban como pequeños faroles que iluminaban la oscura noche, la luna se asomaba con un hilo delgado semejante a una pluma de lado, las estrellas estaban siendo testigos de nuestro reciente amor como puntitos blancos puestos en el cielo al azar.

Nos habíamos adueñado del lugar y, sin embargo, se sentía tan nuestro que parecía que siempre estuvimos ahí. El olor a humedad dejó de ser molesto a llevadero, los muebles tapados no nos causaban intriga, el colchón tenía escrito nuestros nombres, la sábana en la que nos apoyamos para comer nos daba un sinfín de comodidad.

O quizás éramos nosotros quienes habíamos dejado atrás un millón de terrores e inseguridades y la volcábamos en nuestra forma más segura de ver la vida.

—¿Crees que haya decepcionado a mi padre? —susurró en un suspiro que denotaba desesperanza.

—¿Cómo te sientes ahora? —apoyé mi mentón en su hombro para observar su perfil con mayor escrutinio.

—Realmente bien. Es el mejor sentimiento que tuve en la vida.

—Entonces no lo decepcionaste, eso es todo lo que él esperaba de ti: que fueras feliz.

Dormimos juntos, abrazados, en la misma posición desde que llevamos diez años, pero se sentía diferente. Ahora era mucho más íntimo y especial.

Por la mañana Borja llegó con un par de sorpresas más para nosotros. Su mano estaba repleta por pequeñas cosas que esparció en la cama.

—Supuse que ninguno de ustedes tiene celular o algún aparato que los ayude en la vida cotidiana. Así que decidí traerles esto para que se ubiquen en tiempo y espacio —miró nuestros ojos ensoñados mientras los suyos denotaban una nostalgia abrumadora—. Sé cuán difícil es estar tan perdido que ni siquiera entiendes dónde estás o por qué. Así que creo que esto los ayudará. Traigo un mapa de la ciudad, un reloj antiguo y un calendario en papel con un marcador para que tachen los días. ¿Qué les parece?

—Creo que te debemos mucho. Estamos muy agradecidos contigo, de verdad y perdón por no poder darte nada a cambio —acotó Elián con un mohín apenado.

—No hago esto buscando una recompensa. Lo hago porque me siento identificado, a mí me hubiera encantado que alguien hiciera esto por mí. Quiero ser esa persona por la que he estado deseando encontrar durante meses.

Borja; tan altruista y amable que nos hacía confiar que un mundo mejor se abría paso entre nosotros.

—Eres un ángel —halagué al tocar el reloj de agujas del cual se me hacía complicado leer la hora.

Soltó una risa modesta y lo minimizó con un ademán.

—Si necesitan cualquier otra cosa estoy a media cuadra de aquí, siempre me encontrarán afuera.

—Claro.

Luego salió dejando la esperanza latente en el ambiente. La sonrisa de Elián me deslumbró cuando siguió con la mirada el pequeño y sencillo mapa impreso. Me enfocó y elevó sus cejas sugerente.

El lujo de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora