Capítulo 12: La incertidumbre

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A veces abrir los ojos puede doler demasiado, nos resguardamos en la reconfortante oscuridad por miedo a enfrentar lo que la realidad nos quiere presentar.

Ese día era uno de esos. Estaba asustada, deseaba que todo fuera una pesadilla, que al despertar Elián me estrechara entre sus brazos y me susurrara que sólo había sido un mal sueño. De verdad quise creer que nada era real.

Sin embargo, al parpadear y acostumbrarme a la penumbra no escuché su voz. Mi espalda se sentía más adolorida de lo normal, pues no estaba recostada en un colchón. La garganta la tenía seca y mi cabeza latía tanto que llevé mi mano al lugar.

Miré hacia los lados, las paredes eran de chapa y de estas estaban enganchadas varios tablones que usábamos como camas. Eli me había hablado de estas estructuras rectangulares de colores; containers. Pegué mi oreja a la chapa, escuché el ruido de unas máquinas, pitidos como si retrocedieran y containers chocando entre sí al apilarlos.

De a poco me incorporé en mi tablón, estaba en el más alto y lejano de la puerta, debajo se hallaban dos más y a mi izquierda otros tres, de frente varias hileras iguales. Busqué a Elián entre ellos, todos los que estaban recostados durmiendo eran los niños del orfanato, pero él no aparecía por ningún lado.

¿Lo habían matado?

Bajé del tablón y caminé por el angosto pasillo que se creó, me fijé uno por uno. En definitiva, no estaba.

Hallé a Moli en uno de los últimos lugares del lado inferior y cerca un pequeño dispenser con agua. Claro, no les servíamos muertos. Cargué un vaso plástico y bebí un sorbo, el siguiente lo reservé para Moli. Ella despertó un poco aturdida, pero cogió el vaso sin preguntar.

Parecía que faltaba el aire en ese lugar, como si el ambiente estuviera pesado, lleno de humedad. Además, un olor poco agradable se colaba en nuestras fosas nasales.

A medida que los niños iban despertando les pasaba el vaso con agua para que se recuperaran. Al llegar a la línea final Oscar me retuvo.

—Lo siento —pronunció cabizbajo—. Fui quien les contó a Rebeca y Reinaldo que nos advertiste lo que eran y por mi culpa estamos aquí.

Le sonreí aceptando la disculpa. La verdad no sentía ganas de entablar conversaciones con nadie y menos de guardar rencores, no era mi estilo.

Me senté al lado de Moli, ella tenía los ojos aguados y formaba un puchero.

—No quiero estar aquí, me quiero ir —susurró buscando confort.

La abracé contra mi pecho, también podía sentir esas inmensurables ganas de huir.

—Lo sé, pequeña, lo sé.

—¿Cuánto falta para que nos saquen?

—No sé.

—Quiero a Rony —confesó en un sollozo.

—Te prometo que tan pronto podamos lo vamos a recuperar, vamos a poder salir de esto —le juré sin dejar de acariciarle la espalda.

—Y ni siquiera comenzó —comentó una muchacha por lo bajo guardando cierto tono insidioso.

Omití sus palabras y me concentré en ayudar a Moli.

No podía dejar de preguntarme dónde estaba Elián, no me quería preocupar en ese momento por él porque me tenía que preocupar por mí y por ellos. Pero era imposible. ¿Qué haría yo sin Elián? Siempre habíamos sido los dos, el uno sin el otro sería el equivalente a nada.

Sentimos una sacudida, una grúa nos estaba dejando en el suelo. Gritamos, golpeamos la chapa, chiflamos, todo fue en vano, nadie podía escuchar desde el lado de afuera por el ruido que se hallaba. Unos minutos que nos parecieron eternos nos trasladaron hacia otro lugar, era un movimiento más continuo y lineal, supuse que un gigantesco camión de carga o algo por el estilo.

El lujo de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora