Capítulo 9: Nuestro contacto con la valentía

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Una tristeza inexplicable me siguió durante el día. Y es que le di crédito a aquellas palabras que Elián pronunció durante uno de nuestros paseos; ambos nos estábamos distanciando.

Desde que llegó a Rayitos de sol no nos habíamos despegado, éramos inseparables, nosotros contra el mundo, ¿entiendes?

¿Era obsesión? ¿Posesión? No lo creo. Sólo nos acostumbramos tanto el uno al otro que me asustaba; me volvía loca dejarlo una hora a solas con Rebeca.

En ese tiempo libre Moli se dedicó a jugar con su peluche en el suelo. Yo me recosté en la cama y pensé en él. Creí que era el momento de asumirlo. Pero no sabía si estaba en lo correcto.

Tal vez siempre le temí a la posibilidad de que no estuviéramos en la misma sintonía. Las pequeñas indirectas y las dulces palabras podían significar tantas cosas. ¿Cómo sabía si estábamos jugando o simplemente dejando que la espontaneidad nos guiara a hacer lo que nuestro cerebro bloqueaba más tarde?

Su rostro se chocó contra mi mente. Necesitaba ese espacio, necesitaba pensarlo con calma. Mientras él y Rebeca recorrían el orfanato, yo trataba de esclarecer mis sentimientos. No sabía cómo era, tampoco cómo sobrellevarlo. Supongo que el corazón no pregunta o pide permiso, sólo late por alguien que palpita al mismo ritmo.

Entonces la puerta de la habitación se abrió y me arrebató de mi momento de autoconocimiento. Elián traspasó el umbral entre risas, atrás le seguía Rebeca meneando sus caderas y moviendo su largo cabello.

Se entendían, supongo. Ellos sabían qué era el mundo real, podían hacer referencias y chistes internos que ningún otro podría entender allí. Yo era demasiado ingenua e inocente. No entendía el porqué de muchas cosas y otras las desconocía por completo.

—Zari, pensé que te nos unirías —comentó él con un porte relajado—. Estábamos esperándote.

—Sólo estaba... pensando —solté un suspiro que sentía atorado.

—Ya veo —acotó Rebeca con una mirada neutra.

—¿Te sientes bien? Estás como... decaída —Elián se recostó a mi lado y poso sus labios en mi frente tomando mi temperatura.

—No estoy enferma, sólo tengo sueño —usé como excusa. Estaba demasiado absorta en mi mente, no podía concentrarme en el resto.

—¿Terminaste con las tareas del día?

—No, me falta barrer el comedor.

—Bien. Descansa, yo lo haré —musitó apacible. Acarició mi brazo antes de darme una mirada interrogativa a la que no contesté.

Se llevó a Moli y a Rebeca al comedor, permanecí en mi lugar, sola, en silencio. Me encargué de mirar la ventana, cómo los débiles rayos de sol se adentraban por ella y me hacían perderme.

¿Por qué me estaba haciendo eso a mí misma? Él me gustaba, quería saber si el sentimiento era mutuo. ¿Por qué no preguntárselo directamente? Todo el tiempo hablábamos, siempre nos decíamos cosas tiernas y nos hacíamos las preguntas más absurdas para pasar el día. En ese tiempo cuestionar un "¿te gusto?" me resultó la pregunta más insensata del mundo, pero no era una locura, sólo estaba asustada.

¿Asustada de qué? De perder lo único que tenía en el mundo.

Lo decidí, un atisbo de confianza se abrió paso en mis sentimientos. Ese día me confesaría ante Elián Lisboa Fisher.

Me levanté de mi cama y fui con él. Su mirada me llamaba, se notaba ansioso por conectarla con la mía. Detuvo el movimiento de la escoba y posó su mentón sobre sus manos que, a su vez, estaban sobre la punta de la escoba.

El lujo de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora