Capítulo 7: El comienzo de las ruinas

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Todo iba de maravilla; Elián, Moli y yo desayunábamos como cualquier otro día, los demás chicos en el orfanato hablaban entre sí mientras masticaban, las risas no escaseaban, hasta que una chica llegó para arruinarlo todo.

La puerta del comedor se abrió en un parpadeo, callando a todos los que estuvieran a punto de decir algo. Olga apareció y con su típico discurso en el que nos llamaba "mocosos", dejó a la adolescente.

Se veía de nuestra edad, su cabello era negro, poseía un vestido con puntos y mucho maquillaje. Lo último fue lo más extraño; aquí no había maquillaje, nadie lo usaba y tampoco tenía sentido alguno, pues estábamos pasando por necesidades.

Nos veíamos muy distintas una al lado de la otra. Mi cabello castaño y levemente ondulado no se le asemejaba al suyo. Mi piel se notaba un poco más tostada contra su pálido brazo, sus grandes ojos hacían ver los míos aburridos.

—Soy Rebeca —nos hizo saber al sentarse a mi lado. Jamás supe por qué eligió ese lugar habiendo tantos vacíos, quizás notó que teníamos su misma edad o teníamos esa vibra alegre.

Rebeca lo que menos parecía era ser huérfana, una sonrisa enmarcaba su rostro y había un brillo de malicia en sus claros ojos.

Elián observó sus rosados labios con detenimiento, una mueca de confusión lo hizo parecer muy tierno y adorable. Quería probar sus sospechas.

—¿Lo que tienes en los labios es lápiz labial? —los señaló con su índice.

Él me contó que su madre solía usarlo a diario, esa era su marca; el labial rojo.

—Sí, lo adoro, no puedo salir sin él —respondió tomando la barra rosada—. ¿Quieres? —me ofreció de forma amable, a la cual me negué.

—¡Por fin! —exclamó Axel con los brazos levantados apenas ingresó al comedor. Su alegría era contagiosa, Elián y yo nos sonreíamos por la inusual buena energía que emanaba el chico.

Ese día era el cumpleaños número 18 de Axel y ya se podía ir del orfanato. Los niños que cumplían 18 eran considerados "adultos" por el gobierno, ya no podían permanecer en un orfanato, por ende, le daban un departamento y un trabajo cansador que los ayudará a pagar la renta.

Todos allí deseaban cumplir los 18 años lo antes posible. Vaya locura, ¿verdad?

La mayoría de las personas quieren disfrutar su infancia al máximo y crecer les parece tan doloroso que se lamentan por ello. En cambio, nosotros anhelábamos que el paso de nuestra niñez sea lo más veloz que se pudiera.

—Feliz cumpleaños —lo felicité cuando se sentó al lado de Elián.

—Gracias —me dio una sonrisa amable, una que pocas veces había visto en él—. Chicos —nos miró a él y a mí de forma intercalada—, les deseo suerte con su noviazgo.

—No somos novios —le aclaré.

—Pronto lo serán —nos aseguró mientras se levantaba de la mesa. Ya no había nada que lo atara al orfanato y se impacientaba por salir.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó mi amigo, sorprendiéndome a mí y a mi nerviosismo.

—Es obvio que ambos quieren improvisar —por su tono sabía que quería ayudarnos a dar el siguiente paso—. Juntos —agregó como si fuera de suma importancia.

A partir de ahí supe que la palabra "improvisar" sería un sinónimo de amar.

Rebeca mantenía una mirada odiosa, una que era muy común en los demás niños del orfanato. Por esa razón no le tomé importancia, aunque debería haberlo hecho.

El lujo de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora